Tres cosechas al año alimentan el "boom" del opio en Afganistán

Apoyado en un árbol, Nematulá hace resonar un puñado de semillas de color marfil guardadas en su bolsillo. Este campesino explica cómo mejoraron sus ingresos con tres cosechas anuales de opio, una droga cuya producción agrava el conflicto afgano.

Una única cosecha en primavera bastaba otrora para hacer de Afganistán uno de los principales productores mundiales de opio, un país con tintes de 'narcoestado' y una insurgencia islamista que se financia en parte con la droga.

Ahora, los campesinos de Helmand, una provincia del sur del país bajo control talibán, logran dos cosechas suplementarias, en verano y otoño, gracias según los expertos al clima, la mejora de las prácticas de cultivo y a las semillas genéticamente modificadas (OGM).

"En Helmand siempre estamos en guerra, no hay trabajo a no ser que te unas a los talibanes. El opio es una bendición, es lo que nos permite vivir todo el año", confía Nematulá, un joven agricultor de la inestable zona de Kajaki, en el norte de la provincia.

Nematulá logró atravesar su aldea, un nido de talibanes, para entrevistarse con la AFP en la capital provincial, Lashkar Gah, portando consigo unas semillas minúsculas.

Vendido por los comerciantes locales, este tipo de grano reduce el ciclo de crecimiento de la planta a 70 días, frente a los cinco o seis meses habituales, con una calidad obtenida perfectamente comparable, aseguraron a la AFP varios productores.

"Algunas regiones de Helmand pueden producir dos cosechas anuales gracias a un clima favorable, pero tres, eso es seguramente resultado de semillas OGM", estima Jelena Bjelica, investigadora de la Red de Analistas de Afganistán.

"Estos granos deben proceder de China, donde la producción de opio para la industria farmacéutica es legal", afirma a la AFP. Pero admite que desconoce quién organiza su distribución en Afganistán.

Los campos de amapolas rosas y blancas que contribuyen a financiar la insurgencia amenazan incluso la existencia del Estado afgano.

Los talibanes, que habían prohibido el cultivo de opio bajo su régimen, se asemejan cada vez más a un cártel de la droga, según varias fuentes afganas y occidentales. Éstas estiman que obtienen hasta 1.200 millones de dólares anuales solamente en "impuestos" a los productores.

Y estas nuevas cosechas, que a su vez evidencian el fracaso de la lucha antidroga abanderada por Estados Unidos, alimentan las arcas de los insurgentes.

Con este dinero adicional, los talibanes aumentan su capacidad de reclutar a combatientes en el seno de la población sin empleo y de corromper a las fuerzas afganas.

"Cuando los soldados desplegados en los controles cobran alrededor de 10.000 rupias (unos 87 euros), el enemigo puede aumentar hasta a 50.000 para convencerlos de abandonar su posición", confiesa a la AFP un responsable de los servicios de seguridad de Helmand.

El opio sigue siendo la principal fuente de ingresos para muchos campesinos afganos que parecen privilegiar las zonas bajo control talibán para beneficiarse de su protección, llevando a la ONU a calificar a los insurgentes de "padrinos" de la droga.

David Mansfield, autor de una investigación sobre el opio en Afganistán, asegura que los campesinos disponen ahora de "tecnologías más abordables", como las bombas que funcionan con energía solar para irrigar, una práctica indispensable para la segunda y tercera cosecha.

Incluso así, con el calor "los rendimientos son menores", afirma Mansfield, que estima que la cosecha de verano se extiende en una superficie inferior a las 10.000 hectáreas.

Los campesinos interrogados por la AFP confían en mejorar las cifras, basándose además en que la campaña de erradicación está en punto muerto.

Incluso en las zonas controladas por el gobierno en el sur, las plantas del opio crecen y se cosechan sin problemas, para evitar que los campesinos estén tentados de pasarse al bando talibán.

La euforia se apoderó del distrito de Shah Wali Kot, en Kandahar (sureste), cuando un campesino que había plantado cebollas tras la primera cosecha, se dio cuenta de que las semillas de opio que se habían quedado en la tierra empezaban a germinar gracias a la irrigación.

La noticia "causó sensación", recuerda Mohamad Qasim, un campesino de Marjah, en el corazón de Helmand. "¡La gente hablaba de ello como si hubiesen hallado una mina de oro!"

Rápidamente, los campesinos trataron de lograr una segunda cosecha en Marjah, pero ahí hace demasiado calor en verano. Por eso, muchos como Qasim arrendaron tierras en otros lugares para prolongar la temporada de cultivo.

Los agricultores incluso dejaron de cultivar otros productos. "El opio aporta dinero", insiste Qasim. ¿Para qué perder el tiempo con el trigo?", apostilla,

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