Hasta en el desierto se puede hacer alta tecnología

  • Israel ha hecho de la alta tecnologíasu leit motiv, colocándose a lavanguardia mundial en camposcomo la informática, lastelecomunicaciones, la medicina, la biotecnología o la defensa.
Alfonso Pérez/Revista Capital

Reportaje publicado en la Revista Capital.

Ni rastro de judíos ultraortodoxos, con sus inconfundibles peinados y trajes negros. Hoy el paisaje de la bulliciosa y moderna Tel Aviv lo dibujan miles de firmas tecnológicas y jóvenes empresarios en vaqueros y camisas al más genuino estilo Michael Dell o Steve Jobs.

Es el caso de Roy Segev. Tras una década como socio de una firma de capital riesgo que invertía en compañías tecnológicas, este matemático formado en Estados Unidos se subió en 2006 al barco de las energías verdes. Su idea es producir electricidad a base de innovadores espejos –y no de caras placas fotovoltaicas de silicio– que concentran la luz del sol en pequeñas células fotovoltaicas.

“Vamos a revolucionar la producción de energía solar”, sentencia Segev, convencido de las virtudes de su nueva tecnología. Es un 50% más barata, mil veces más eficiente que las placas tradicionales y también sirve para producir agua caliente.

¡Adiós a las costosas subvenciones! Por ahora, sólo lo ha probado en una fábrica química y en un kibutz de mil habitantes a las afueras de la capital israelí, pero los resultados cosechados han sido suficientes para atraer la atención de multinacionales como Abengoa.

Al igual que la firma sevillana, cada vez son más las empresas españolas que miran hacia los emprendedores del país mediterráneo. Telefónica, por ejemplo, ha desembolsado 145 millones de euros por la operadora de llamadas por Internet Jajah.

“Los flujos comerciales entre ambos países están creciendo a un ritmo anual del 25% –superan los mil millones de euros–”, afirma Gil Gidrón, socio de Accenture y presidente de la Cámara de Comercio Hispano-Israelí.

En su opinión, haríamos bien en aprender de ellos. “No hay que inventar la rueda sino fijarse en lo que hacen. Si adoptásemos el 10% de sus iniciativas, daríamos un salto cualitativo muy grande”, afirma.

Son muchas las voces que, como Gidrón, piensan que Israel es la tierra prometida hacia el necesario cambio de modelo productivo. “Nuestro futuro pasa por la innovación, pero tenemos un gran vacío tecnológico. Justo lo contrario que Israel, que ha comprendido que la supervivencia en la aldea global depende de la venta de productos innovadores y de alto valor añadido”, sostiene el consejero económico de España en Tel Aviv, José Ranero.

Los datos macroeconómicos de Israel le dan la razón: su economía ha crecido casi un 30% en el último lustro, la renta per cápita se ha elevado hasta los 28.400 dólares y el paro apenas supera el 7%. Otro dato más: las exportaciones de tecnología se han triplicado desde los 7.800 millones de dólares en 1995 hasta los 23.000 millones en 2009.

En menos de medio siglo, el país de los kibutz ha pasado de ser un estado agrícola en tierra árida a una potencia tecnológica mundial.

Se ha convertido en un nuevo Silicon Valley y sus empresas y productos compiten a nivel mundial en los sectores con mayor contenido tecnológico como defensa, telecomunicaciones, informática, productos farmacéuticos, biotecnología, medio ambiente o agricultura.

Empresas como la farmacéutica Teva, la firma de seguridad en Internet Checkpoint o la agrícola Netafim son líderes mundiales en sus respectivos campos.

Y, seguramente, los más ilustrados sabrán que, además, de inventar el riego por goteo o los aviones no tripulados, este paísde 7,5 millones de habitantes es el padre de sistemas como el Firewall, los populares programas de chat o las mini cámaras que permiten ver el interior del intestino.

Fuerte apoyo del Gobierno

No es casualidad que Israel tenga más empresas en el Nasdaq o atraiga más capital riesgo que ningún otro país –exceptuando a EEUU– o que un tercio de las compañías del Fortune 100 estén implantadas en su territorio.

Ha sabido crear un microclima fruto de la combinación de distintos factores culturales y una buena organización del sistema. En Israel, se ha juntado la necesidad de construir un país en un territorio poco desarrollado y de escasos recursos con una mano de obra muy cualificada.

Este territorio puede presumir de tener el mayor número de ingenieros por cada 10.000 habitantes, de que casi la mitad de sus ciudadanos tengan estudios superiores y que una amplia mayoría sean angloparlantes nativos que han residido o trabajado en el extranjero.

Además, ha tejido una estrecha relación entre la empresa privada y las universidades, que en un alto porcentaje se financian con el dinero que generan con sus propios inventos.

Un buen ejemplo es el Weizmann Institute, que hasta cuenta con una sociedad que se encarga de comercializar las más de cien patentes anuales que registran sus científicos. Sólo el pasado año, fármacos como Copaxon y otras creaciones generaron ventas por valor de 10.000 millones.

Al frente de todo el proceso se ha colocado el Gobierno. Los  distintos ejecutivos han destinado grandes sumas de dinero a lainiciativa privada y a reformar las leyes para incentivar la inversión privada en tecnología y atraer la llegada de grupos extranjeros a los que concede jugosas ayudas directas y rebajas fiscales.

Israel destina a I+D el 4 % de su PIB, cuatro veces más que España. Pero lo más importante, advierte Gil Gidrón, “es que se hace de forma coordinada y con objetivos y ámbitos de actuación muy definidos. Justo lo contrario que en España donde falta coordinación y los escasos fondos destinados a investigación se dispersan en decenas de sectores y administraciones autonómicas”.

Uri Weinheber, consejero delegado de Lab Tech, da buena cuenta de este apoyo público: “si tienes una buena idea, el Gobierno te ayuda a llevarla al mercado”. Formado en Estados Unidos –como una parte importante de los ejecutivos israelíes–, Weinheber dirige una de la veintena de incubadoras que hay en Israel.

Son entidades con capital público y privado con un patrón de funcionamiento similar al de los fondos de capital riesgo. En su opinión, esta estructura es exportable a otros países. No así su feroz cultura emprendedora.

No hay animadversión al riesgo ni miedo al fracaso. Los israelíes se encuentran cómodos con él. Es una sociedad mentalizada de que el éxito se construye a base de prueba y error. “Si te estrellas con una start-up no eres un fracasado ni te suicidas. Inmediatamente te pones a pensar en la siguiente aventura”, afirma Roy Segev.

Algo impensable en un país como España en el que los jóvenes universitarios aspiran a engrosar el nutrido cuerpo de funcionarios

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