Así se siente un terremoto de verdad (de 7,7 grados)

    • En la mañana del sábado 13 de enero, un terremoto de 7,7 en la escala de Richter devastó la República de El Salvador.
    • El sismo causó miles de muertos y daños incalculables. Un redactor jefe de lainformacion.com, cuenta cómo vivió aquellos angustiosos momentos.
El Salvador vivió uno de los peores terremotos de su historia en 2001
El Salvador vivió uno de los peores terremotos de su historia en 2001

Esta tarde, un terremoto con epicentro al sur del mar de Alboránha sorprendido a millones de españoles. Su magnitud ha sido de 6,3 en la escala Richter, algo poco habitual por estas latitudes. Se ha hecho sentir en provincias como Málaga, Jaén, Granada, Almería, Córdoba y Sevilla. Afortunadamente, no se han reportado daños personales, si bien ha habido desperfectos materiales de escasa importancia en algunas cornillas de edificios de Melilla.

Juan Bosco Martín, redactor jefe de este periódico, vivía en El Salvador en 2001, cuando se produjo un terremoto de consecuecias devastadoras. Este es su testimonio, escrito en primera persona.

Eran las once pasadas del sábado 13 de enero de 2001. Me encontraba en la sala de estar de mi apartamento de San Salvador cuando sentí lo que parecía un viento inusual. Miré hacia las ventanas, fabricadas de baldas de cristal, y vi que comenzaban a moverse como si se encontrasen en una coctelera.

Fue entonces cuando el cóctel comenzó a agitarse de verdad.

En aquel justo instante tenía entre manos una pesada barbacoa que acaba de limpiar. Me disponía a llevarla al balcón, pero no pude caminar un paso más.

Mi apartamento, una segunda planta de un edificio de tres plantas, comenzó a cimbrear. En El Salvador no había entonces muchos edificios mayores de esta altura, precisamente por las razones que me disponía a comprobar con mis propios ojos.

El suave pero agobiante vaivén aceleró el ritmo. No sé qué me pudo causar más miedo: si el movimiento o el estruendoso ruido que comencé a sentir por todas partes.

Me coloqué bajo una puerta y apoyé mis brazos con la mayor fuerza posible sobre las jambas. Fue entonces cuando sentí las peores embestidas. Cada una de ellas sonaba como bombas sobre mi cabeza. "Boom-boom, boom-boom- boom-boom". Los golpes parecían no tener fin.

Quizá no me percaté del todo, pero desde el primer momento comencé a hablar conmigo mismo en voz alta: "Calma, calma, calma, calma".

Dejé de hablar cuando observé cómo la mesa del salón, que estaba fabricada con hierro forjado y soportaba un grueso cristal, se arrastraba sola al ritmo de los golpes del suelo. Me pareció imposible lo que estaba viendo. Había subido a peso esa mesa con la ayuda de un amigo. Como el edificio no disponía de ascensor, habíamos tardado una eternidad en elevarla dos alturas. Y ahora se movía sola.

Una pesada artesanía de barro que me habían regalado recientemente, y que descansaba en una esquina de la estancia, volcó y se rompió en mil pedazos. Lo mismo ocurrió con una botellas policromadas que había comprado una hora antes.

No puedo asegurar cuánto tiempo había transcurrido desde que noté la primera arcada de la tierra. Quizá veinte o treinta segundos. Entonces presencié algo que me pareció ciencia ficción. Las paredes comenzaron a expulsar pedazos de yeso, como si alguien estuviese disparando desde el otro lado del cuarto. Un reguero de grietas comenzó a asomar por todos lados.

Estaba preso del pánico. Me flaquearon las piernas. Y recé. Recé a voz en grito para que a aquello terminase en aquel momento. Temía, y créanme que tenía razones para temerlo, que el edificio se viniese abajo.

Tampoco podría acertar a decir cuanto tiempo más pasó -pocos segundos quizá- pero el ruido ensordecedor dio paso a un silencio siniestro. Tan siniestro que me percaté de algo insólito: no escuchaba sonido de ningún pájaro. Quien haya visto la exuberancia natural de esas tierras, incluso en zonas metropolitanas, comprenderá lo que digo.

Salí como una exhalación del apartamento. Tuve la suerte de que había depositado las llaves de la casa sobre la mesa. Como se había desplazado hacia el centro del salón aproveché para cogerlas mientras la esquivaba.

Acababa de sobrevivir a un terremoto de 7,7, pero estuve a punto de matarme bajando las escaleras. Trataba de sortear los escalones de dos en dos, pero las piernas no me respondían. Las tenía completamente frías.

Al salir del edificio, encontré una entrada alfombrada por tejas rotas, que habían caído desde el techo del techo del edificio. Busqué desesperado un banco para sentarme, y me agarré a él como si fuera un náufrago asiendo un salvavidas. No me dio tiempo de pensar. No imaginaba que minutos después, ya en la redacción de mi periódico, tendría noticia de miles de muertes, entre ellas la de algunos familiares de mis compañeros. Comenzaba uno de los periodos más intensos de mi vida, desde el punto de vista personal y profesional.

Sentí una mano amiga que me acariciaba la cabeza: "Tranquilo, hijo, tranquilo". La persona que me acariciaba mostraba, como yo, la respiración entrecortada. Era una señora que había acudido a ver uno de los apartamentos que estaba en venta. No tuve ánimo ni humor para decirle lo que pensé en aquel momento: "¡Vaya día más malo para ponerse a buscar un piso!"

Sigue @martinalgarra

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