Bienvenido a la primera 'faloteca' del mundo

  • Un islandés comenzó hace 37 años a coleccionar penes de mamíferos. Ahora y cada año, su 'Museo del Pene' en una población de la costa de Islandia recibe 11.000 visitas. El ejemplar más grande: casi dos metros de largo. El más pequeño: coge la lupa.
Un islandés comenzó hace 37 años a coleccionar penes de mamíferos.
Un islandés comenzó hace 37 años a coleccionar penes de mamíferos.
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Iva R. Skoch, Húsavík (Islandia) | GlobalPost

Hace tres años, cuando un pescador local encontró una morsa muerta en su propiedad, le cortó el pene y llamó a Sigurdur Hjartarson.

"Se lo he arrancado. ¿Lo quieres?", le preguntó, pensando que Hjartarson, el responsable del Museo Falológico, convenientemente ubicado a pocos kilómetros de distancia, podría estar interesado en los genitales de lo que describió como una morsa adulta de dos toneladas.

Hjartarson estaba muy emocionado. Su Museo Islandés Falológico, que alberga la mayor colección del mundo de penes y de partes del pene, había sumado otra muestra de valor.

Para contar con las partes nobles de todos los mamíferos machos que viven en Islandia, una meta que se propuso hace años, Hjartarson necesitaba una morsa, un animal que cada año es más raro encontrar.

"Coleccionar penes es como coleccionar cualquier otra cosa". Nunca puedes parar, nunca ves el fin, siempre puedes encontrar uno nuevo, uno mejor", explica Hjartarson mientras abre la caja registradora con forma de pene del museo para devolver el cambio a un cliente antes de descolgar un teléfono que también tiene la misma forma.

El interior de este museo islandés o "faloteca", como a Hjartarson le gusta llamarlo, parece una plataforma preparada para alguna morbosa fiesta de solteras. Incluso las pantallas de las lámparas, que no están hechas para parecer penes, están hechas de escroto de toro y de cordero.

"Ya se sabe cómo son los coleccionistas. Pueden llegar a obsesionarse un poco", explica Hjartarson.

Lo que queda de la morsa se expone hoy en el museo, encurtida, como una raíz de jengibre gigante dentro de un cilindro de vidrio que ha sido hecho a medida para adaptarse a la impresionante pieza. Lleva el título: "Miembro de 100 cm, el hueso del pene 62 cm y dos testículos. En formol".

Aunque la morsa es la pieza favorita de Hjartarson no es el ejemplar más grande de la faloteca. Ese honor le pertenece a un cachalote y a su intimidante pene de 1,82 metros de largo.

"Esto no es nada", dice Hjartarson, explicando que después de que una ballena muere, pierde dos tercios de su pene. Se estima que el pene de un cachalote en su totalidad alcanza los 3,96 metros y pesa casi más de 362 kilos– unas credenciales impresionantes para un animal que en el mejor de los casos sólo llega a utilizarlo una vez al año.

Pero no todos los ejemplares en exhibición en Husavik son tan impresionantemente grandes. Esto es particularmente cierto en el caso del órgano expuesto bajo el código "D15b".

Éste pertenecía a un varón humano, un reconocido mujeriego llamado Pall Arason que murió en enero a la edad de 95 después de que afirmase haberse acostado con 296 mujeres".

En 1996, Arason accedió a que su pene fuese donado al museo después de su muerte. Cumplió su palabra, a pesar de que justo antes de morir se arrepintió de que durante sus últimos años de vida, se hubiese "arrugado vergonzosamente".

Hoy en día la muestra, el pelo y todo, se encuentra entre las piezas de mamíferos más pequeños– ratas, conejos y hamsters cuyos atributos, humillantemente suficientes, vienen con una lente de aumento – en el caso transparente con la leyenda: "Homo Sapiens Sapiens. Miembro íntegro, con el escroto y los testículos de ambos. En formol".

Cada año, 11.000 visitantes hacen el viaje hacia el noreste de Islandia a este pequeño pueblo de pescadores, a unas 6 horas de Reykjavik, para ver las 276 piezas del museo.

La mayoría son de especies locales, pero Hjartarson también está desarrollando una sección internacional.

"Aquí están 37 años de recogida de penes. Alguien tenía que hacerlo", dice Hjartarson, apuntando a las paredes y los armarios llenos de penes de peluche, encurtidos y secados, o – en el caso de un toro de 1988, "seco, salado y convertido en un bastón".

Hjartarson se describe como una persona aburrida, convencional. "Soy un hombre de familia", dice.

Su esposa y sus cuatro hijos apoyan su afición y la consideran en gran parte como una excentricidad inofensiva. Este año, Hjartarson se jubila de ser un falólogo y su único hijo pronto se hará cargo del negocio del museo, que sólo quedó en tablas (ni ganó ni perdió) el año pasado.

La idea de la faloteca empezó como una broma en 1974, con cuatro penes de toro, que Hjartarson recibió de un amigo. En aquel entonces el pene seco de un toro, el llamado vergajo, se utilizaba como un látigo para los animales.

"Me quedé uno y di los otros tres a amigos como regalos de Navidad", explica.

Esa única pieza fue suficiente para ganarse una reputación. En ese momento, Hjartarson vivía en la pequeña ciudad portuaria de Akranes, donde era director de una escuela secundaria.

"Algunos de mis maestros trabajaron durante el verano en una estación cercana de caza de ballenas y comenzaron a traerme penes de ballena para, supuestamente, burlarse de mí", dice. "Entonces, poco a poco surgió la idea de que podría ser interesante recoger muestras de más especies de mamíferos".

En 1980 tenía 13, cuatro de las ballenas y nueve de mamíferos terrestres. En 1997, cuando el museo abrió sus puertas en Reykjavik, tenía 62 piezas. El resto, como dice, es historia.

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