Cuando los soldados pierden el norte y se convierten en asesinos

  • Dos doctores, uno en Medicina y otro en Relaciones Internacionales, analizan qué se le pudo pasar por la cabeza al sargento Robert Bales para ir de puerta en puerta matando civiles en Afganistán. También piden tomar medidas para evitar que algo así vuelva a suceder.
Un sargento de EEUU, acusado de asesinar a 17 civiles afganos
Un sargento de EEUU, acusado de asesinar a 17 civiles afganos
Dr. Ivan Sascha Sheehan y Dr. David V. Sheehan Baltimore (EEUU) | GlobalPost

La matanza a sangre fría supuestamente llevada a cabo por el sargento Robert Bales en la provincia de Kandahar en el amanecer del 11 de marzo ha capturado la atención de todo EEUU.

A pesar de los diagnósticos de psicólogos improvisados y opinadores, la búsqueda de pistas sobre qué fue lo que desencadenó el incidente aumenta día a día.

Si damos crédito a los comentarios sobre el tema, la violencia de Bales bien pudo ser un incidente aislado o fue fruto de una compleja mezcla del estrés producido por múltiples despliegues en Irak y Afganistán, un trastorno de estrés post traumático, complicaciones de un cerebro traumatizado y otras heridas de guerra, dificultades conyugales y financieras, y frustración general por haberle sido denegado el ascenso.

Con Bales bajo custodia, sus abogados se preparan para realizar una vigorosa defensa de su caso, liderados por el letrado del asesino en serie Ted Bundy. Pero las interrogantes siguen en el aire, y el tribunal de la opinión pública parece estar preparado para escuchar la presentación de un caso mucho más amplio que el que se escuchará en el juzgado.

¿Cómo pudo un soldado de EEUU condecorado asesinar a al menos 16 civiles afganos desarmados, incluyendo a nueve niños, en una demostración de violencia tan absurda que violó prácticamente cualquier código de la guerra? ¿Supone este incidente un antes y un después para el Ejército estadounidense? ¿Puede que sea el momento de cerrar la puerta de la guerra más larga en la historia de EEUU?

Las preguntas en el centro de emergente discurso en torno a los supuestos crímenes de Bales ocultan un problema que los militares de EEUU pueden manejar de manera mucho más fácil que todas las interrogantes anteriores. El problema de los homicidios por parte de personal militar de EEUU es un asunto con implicaciones en la política exterior del país.

Comparado con la mayoría de ejércitos del mundo, el de EEUU es bastante avanzado en cuanto a medidas para evaluar y controlar a su personal militar. El lamentable incremento en el número de soldados que regresan del combate y se quitan la vida ha llevado a aumentar el foco en el suicidio entre militares.

En respuesta a esa tendencia se han adoptado firmes medidas para detectar depresiones y trastornos de estrés post traumático (PTSD por sus siglas en inglés). Pero aún se tienen que implantar protocolos similares para medir y controlar las tendencias homicidas entre el personal militar. Ante las consecuencias diplomáticas de los incidentes en los que mueren civiles en zonas de combate, las consecuencias de no actuar en este sentido son enormes.

Pero, ¿se puede hacer algo realmente? Una asunción básica en los procedimientos de evaluación que se utilizan para evaluar actualmente a los soldados es que las tendencias homicidas son fruto de una enfermedad mental subyacente o la manifestación de una depresión, de PTSD, o de posibles heridas traumáticas en el cerebro (TBI). Si bien estas asunciones pueden ser correctas en algunos casos, el PTSD, la depresión clínica y una TBI simplemente no son valores adecuados para medir la tendencia a cometer homicidios.

Tampoco lo es la frustración o el estrés. Entender las tendencias homicidas como una complicación de otras enfermedades deja al Ejército de EEUU en una posición vulnerable frente a aquellos que pueden ser homicidas latentes. La vida militar y la participación en la guerra aporta a dichos individuos un pretexto socialmente aceptable para sus inclinaciones violentas, y la única manera de vigilar este problema es controlándolo directamente.

Controlar el riesgo de violencia y de homicidios en las Fuerzas Armadas de EEUU no debería de disminuir el precio que se paga por la guerra o participar en un conflicto. Hay muchos tipos de estrés producidos por el combate, y las dificultades asociadas con despliegues largos suelen ser a menudo poco apreciadas.

Periodos de servicio extensos tienen implicaciones en las vidas personales de los soldados, e incluso aquellos que no caen en la violencia física a menudo sufren una carga emocional que es difícil de abarcar. Los traumas psicológicos de la guerra y las implicaciones de ese estrés en el cerebro requieren más estudios, pero monitorear al personal militar podría producir pistas sobre tratamientos que ayudarían a evitar incidentes violentos con costosas consecuencias diplomáticas.

Chequeos preliminares que documenten enfermedades existentes antes de entrar en servicio son sólo un paso inicial en un sistema de control y vigilancia más elaborado que se tendrá que poner en marcha para monitorear a los soldados expuestos a la guerra. Se necesitan medidas para asegurar que los soldados que no son capaces de soportar las demandas de los despliegues sean manejados de manera adecuada.

Quienes son incapaces de calibrar su violencia, y quienes parecen incapaces de operar bajo unas líneas de mando y estructuras de control claramente definidas debido a sus tendencias homicidas o violentas, tienen que ser identificados rápidamente y apartados del combate.

Qué fue exactamente lo que hizo que Bales se pusiera unas gafas de visión nocturna el 11 de marzo y se dedicase a ir puerta por puerta matando aldeanos afganos mientras dormían quizás nunca se sepa, pero la probabilidad de incidentes similares en en el futuro puede disminuir si se toman medidas apropiadas de control.

Con la guerra en Afganistán todavía en marcha, y extendiéndose a potenciales nuevos frentes, los gobiernos extranjeros y los políticos de EEUU quizás opten por culpar a los líderes militares de futuros incidentes violentos.

Quizás incluso echen la carga de la culpa a los militares por no vigilar las tendencias homicidas entre su personal, especialmente cuando hay tanto en juego y cuando existen herramientas para calcular ese riesgo.

Dr. Ivan Sascha Sheehan es profesor Relaciones Internacionales y director del Programa de Negociación y Gestión de Conflictos en la Universidad de Baltimore.Dr. David V. Sheehan es profesor emérito de Salud por la Facultad de Medicina de la Universidad del Sur de Florida.

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