El alto coste de querer controlar a la población china

  • Aunque el régimen comunista ha aumentado este año su millonario presupuesto para preservar el orden social, las numerosas muestras de agitación popular y la desaceleración de la economía china lleva a algunos analistas a considerar que se trata de una "inversión ineficaz" para el gigante.

Paloma Almoguera

Pekín, 24 oct.- Aunque el régimen comunista ha aumentado este año su millonario presupuesto para preservar el orden social, las numerosas muestras de agitación popular y la desaceleración de la economía china lleva a algunos analistas a considerar que se trata de una "inversión ineficaz" para el gigante.

El proverbio chino "cabalgar el tigre", empleado por Mao Zedong o Deng Xiaoping para referirse al proceso de cambio del modelo económico del país, también sirve como metáfora de la actual relación entre el régimen comunista y la inmensa población china: el Gobierno parece empecinado en continuar subido a la espalda del felino, temeroso de resultar herido de muerte de un zarpazo si lo desmonta.

Según cifras oficiales, el Ministerio de Finanzas empleó este año 670.270 millones de yuanes (108.000 millones de dólares) en "gastos públicos de seguridad", un 11 por ciento más que en 2011, lo que convierte este área en el tercer sector más financiado del país, por delante del militar.

La partida presupuestaria es una suerte de cajón de sastre que se reparte después entre las diferentes administraciones locales, las cuales, a su vez, lo reinvierten en actividades tan variopintas como infiltrar agentes sobre el terreno que prevengan e informen de actos subversivos o "limpiar" internet de datos contaminantes.

Así lo asegura el informe "Control en las raíces: La nueva herramienta de China", del Instituto Europeo de Relaciones Exteriores, cuyo autor, Jérôme Doyon, asegura a Efe que "aunque el país "tiene aún los recursos financieros suficientes para gastar lo que quiera en orden público, la pregunta es si el gasto es eficaz".

"Parece que no", responde, alegando que, a pesar de la dificultad que entraña en China contar con un registro fehaciente del número de protestas anuales, su estudio contabilizó al menos 180.000 en 2011.

Entre los motivos que impulsan a la población a manifestarse han cobrado peso últimamente los altos índices de contaminación, derivados de la rápida industrialización del país.

Ma Jun, periodista y activista chino medioambiental, advierte al Gobierno desde hace tiempo, a través de las redes sociales, de que "a no ser que cambie su enfoque (en este terreno), un número cada vez mayor de ciudadanos tomará las calles".

Así ocurrió en agosto en Dalian (noreste), donde al menos 12.000 personas protestaron contra la construcción de una planta química nociva para la salud, una escena que se ha repetido este año en otros enclaves del país, como Shifan (Sichuan, oeste) o la isla meridional de Hainan.

En la mayoría de las quejas y al estilo de las recientes revueltas árabes, internet juega un papel fundamental, tanto en su origen como en su difusión.

El miedo a que ocurra algo parecido en China ha expandido los tentáculos censores del régimen, que llegó a bloquear el término "dolor de espalda" en Weibo (similar a Twitter), por ser una de las afecciones que se le adjudicaban al vicepresidente Xi Jinping -más que probable sucesor de Hu Jintao en noviembre- cuando desapareció de la vida pública durante unos días en septiembre.

Un ex diplomático que pide mantener el anonimato asegura a Efe que esta obsesión por el control "no puede durar más de siete u ocho años", y sostiene que "el cambio es imparable".

"Los jóvenes se quejan -continúa-, hay ebullición en la sociedad. Ocurría algo parecido poco antes de que cayese la URSS".

Desde algunos círculos académicos extranjeros se opina que el gasto en "orden social" deja claro que China necesita apostar por la sociedad del bienestar, más "eficaz" al ofrecer mayores garantías de conseguir estabilidad entre la población.

Doyon subraya que aunque en época de vacas gordas el coste de la seguridad "es asumible", la cuestión es durante cuánto tiempo el Gobierno puede continuar a lomos del tigre cuando la economía pierde fuelle: el último trimestre creció a un 7,4%, inferior al 7,5 anual fijado por las autoridades y muy por debajo de los dos dígitos de hace años.

Con este panorama, se vuelve significativo el lastre económico que supone para la potencia querer controlar a sus más de 1.300 millones de habitantes, y parece que, o bien no previó la indómita naturaleza del felino, o el tigre ya ha crecido demasiado.

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