"Bye bye Bashir!", "¡adiós, Bashir!", grita la gente mientras ondea banderitas con la palabra "secesión" y el convoy de vehículos oficiales pasa rápidamente por una de las rotondas del centro de Juba, la capital de Sudán del Sur.
En la rotonda, una torre cuadrangular muestra cuatro relojes que, cuando funcionan, cuentan los días, las horas y los minutos que faltan hasta la medianoche de hoy, 9 de enero.
Omar al Bashir, el presidente de Sudán, realizó una visita fugaz a Juba este martes, unos días antes de que hoy los ciudadanos del sur comiencen a votar en un referéndum de autodeterminación.
"Le hemos dicho adiós a Bashir porque, aunque aún es el presidente, muy pronto ya no lo será", dice animado Peter Jol. "Necesitamos nuestros derechos, necesitamos justicia: necesitamos la separación".
Independencia prácticamente asegurada
Como Jol, todo el mundo aquí da por hecho que más del 90 por cien de los votantes elegirán la separación (Bashir ha asegurado que respetará la decisión) y que el sur de Sudán se convertirá en un nuevo país, algo que ocurriría oficialmente el 9 de julio.
El referéndum forma parte del acuerdo de paz que en 2005 puso fin a una guerra entre norte y sur que duraba desde 1983. Cerca de dos millones de personas murieron a causa del conflicto y más de cuatro millones resultaron desplazadas, según cifras de Naciones Unidas.
Y este conflicto era en realidad la continuación de otra guerra entre ambas partes que había finalizado en 1972 tras diecisiete años de enfrentamientos y un año antes de la independencia de Sudán del Reino Unido y Egipto.
"El norte se llevó nuestro petróleo y nuestros bosques", dice Jol, "no creo que Bashir esté muy contento con nuestra separación". El norte de Sudán, mayoritariamente árabe y musulmán, siempre quiso controlar el sur, de tierras más fértiles, rico en petróleo y de población negra con creencias tradicionales y cristianas.
"Por supuesto, separación", responde también Thomas Michael, "todo será mejor tras la independencia, la economía mejorará y habrá muchos trabajos", añade satisfecho y mirando el reloj con la cuenta atrás.
En Juba, la gente ve la votación como un mero trámite, cree que todo cambiará radicalmente para bien tras el referéndum y ya ve su ciudad como la capital del país más joven del mundo.
"Juba va a ser como Londres", dice con confianza otro ciudadano, Robert Lual, "con la independencia va a haber un gran cambio en Sudán del Sur: tenemos muchos animales, un agua muy buena, petróleo e incluso oro y diamantes".
"Gracias al petróleo, van a llegar muchos dólares. Entonces Salva [Kiir, presidente de Sudán del Sur donde el Gobierno central permite un Ejecutivo paralelo] llamará por teléfono al rey Juan Carlos y le dirá: 'Juan Carlos, envíame ingenieros para que construyan luces y agua corriente', y tu rey nos los enviará", dice Lual asintiendo con la cabeza. Los otros dos españoles que conoce son el jugador de fútbol del Arsenal Cesc Fábregas y el del Barcelona Carles Puyol.
Levantar un país de los escombros
Pero las altas expectativas de los ciudadanos de Juba parecen entrar en conflicto con la realidad.Juba es un lugar particular. Arrasado durante la guerra, hoy edificios modernos comparten calles con chabolas y cabañas. Los extranjeros y la élite sudanesa del sur se pasean en enormes todoterrenos y huyen del calor tremendo de Juba en hoteles con aire acondicionado, pero la ciudad carece de agua corriente y gran parte de ella no tiene electricidad.
En toda la región, mayor que España y Portugal juntas, apenas hay carreteras y la mayoría de la población, de unos 9 millones de personas, es analfabeta, practica la agricultura de subsistencia y vive aislada en pequeños poblados dispersos. Como país independiente, el Sudán del Sur pasaría de forma automática a ocupar el último puesto en varias clasificaciones internacionales de economía y desarrollo.
Regreso de emigrantes
Además, la situación está empeorando con el regreso de decenas de miles de sudaneses del sur que hasta ahora residían en el norte.Friday Oniema, de 31 años, llegó desde Jartum, la capital de Sudán en el norte, al puerto de Juba el 1 de enero con sus siete hijos, su mujer, una sobrina y todas sus pertenencias.
"Desde entonces, estamos aquí al raso, sin comida y sin agua, estamos bebiendo agua del río [Nilo] pero ya hay gente que ha caído enferma", cuenta con voz baja sentado en el esqueleto de una cama.
Oniema y su familia viajaron en barco durante 14 días desde Jartum. Dice que la ONU les pagó el billete, pero se queja de que nadie del gobierno del Sudán del Sur ni de Naciones Unidas les ha asistido desde que llegaron. "Y no tenemos dinero para seguir el viaje hasta Torit", su pueblo natal, a solo 130 kilómetros de Juba.
La Oficina Internacional para las Migraciones ha registrado unos 116.000 sureños que han regresado del norte en los últimos meses, aunque admite que la cifra real puede ser mucho mayor. Se han formado campos de desplazados cerca de la frontera entre norte y sur y, como Oniema, en el puerto de Juba hay unos 200 sureños que han regresado desde el norte. No tienen dónde ir y llevan días esperando que alguien se haga cargo de ellos.
Cuestiones por resolver
El sur de Sudán ya tiene su propia bandera y su himno. Sólo falta elegir el nombre oficial. Pero, en realidad, el norte sigue defendiendo la unidad de Sudán y en diciembre el SPLA (el Ejército del sur) acusó en tres ocasiones al Ejército del norte de bombardear el territorio del sur. Además, Jartum y Juba aún han de ponerse de acuerdo en aspectos tan importantes como la exacta demarcación de la frontera y ambas partes reclaman como suya la región de Abyei.
Y, por supuesto, está la cuestión del petróleo. Alrededor del 85 por cien de las reservas se encuentran en el sur pero es el norte quien tiene las refinerías y oleoductos. Hasta ahora, los ingresos del petróleo se dividen a partes iguales pero los gobiernos del norte y el sur aún tienen que acordar los nuevos términos de la repartición que serían efectivos tras la secesión.
Además, tal y como se acordó en el tratado de paz, otro problema para el sur es cómo reintegrar en la vida civil a 90.000 de sus ex combatientes."La ayuda del gobierno no es suficiente después de haber estado 20 años en el monte en guerra contra el norte, muchos excombatientes preferirían volver a las armas", cuenta Morris Nyarji, un profesor de 51 años que se unió al ejército en 1987, llegó al rango de capitán y fue desmovilizado a la fuerza en 2007.
Tras 22 años de conflicto y como el resto de la población, la gran mayoría de los excombatientes no saben leer ni escribir y han vivido toda su vida en guerra.
Sea cual acabe siendo su nombre oficial (si el referéndum confirma el sí), la historia del sur de Sudán como país independiente se anticipa agitada y llena de retos.
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