Entre suspicacia y recelo, las tropas de EEUU asesoran al ejército afgano

  • Desde su torre de vigilancia en el convulso este de Afganistán, el cabo estadounidense Josh Whitten no tiene mucho que decir de sus colegas afganos, a los que se encarga de formar. "Ya no suben aquí. Solían estropear nuestras cosas", señala simplemente.

Bienvenidos a la base Connelly, en el este afgano, en donde el ejército estadounidense intenta, con los medios a su disposición, asesorar a las tropas afganas para una de sus primeras operaciones solos frente a los talibanes.

Siete meses después del fin oficial de la misión de combate de la OTAN en Afganistán, las fuerzas estadounidenses han guiado a los soldados afganos con una mezcla de orgullo, confusión y también sospecha.

Algo más que evidente al ver el diseño de esta base, situada en la provincia de Nangarhar, cerca de Pakistán, donde una valla de alambre de púas separa a los ejércitos de ambas naciones.

Para la operación "Triángulo de Hierro", que concluyó el sábado, los soldados estadounidenses se atrincheraron. No se admiten soldados afganos en su lado. Perros, alambre de púas y una ametralladora calibre 7,62 vigilan la entrada.

"A veces los soldados afganos disparan en el aire, no sabemos para qué", cuenta Whitten, en una señal de la desconfianza de las fuerzas estadounidenses que prefieren no arriesgarse a un nuevo "ataque interno", como cuando el general Harold Greene cayó bajo las balas de un soldado afgano radicalizado hace apenas un año.

Dos veces al día, una docena de asesores militares cruzan al lado afgano, altamente escoltados, para orientarlos sobre la mejor manera de combatir a los rebeles talibanes en tres distritos fronterizos con Pakistán.

Los 2.000 soldados, policías y agentes de inteligencia afganos que participan en la misión "Triángulo de Hierro" tienen la tarea de limpiar la zona y arrinconar a los talibanes en el distrito de Hisarak, al oeste de la base.

Los talibanes, en crisis desde el nombramiento de su nuevo líder el mulá Ajtar Mansur, que no cuenta con un apoyo unánime, han incrementado sus ataques en la capital afgana, Kabul.

Desde finales de diciembre, los 13.000 soldados extranjeros desplegados en el país se limitan a aconsejar al ejército afgano, como explica el comandante estadounidense Edward Bankston.

"Les decimos qué haríamos en su lugar. No importa si no nos escuchan, solo damos nuestra opinión", explica.

En la sede de "Triángulo de Hierro", la teniente Ellyn Grosz asiste al comandante afgano Rasul, responsable del apoyo aéreo. "Por primera vez, la comunicación aire-tierra funciona tan bien. Es un gran éxito", se congratula.

El comandante Rasul combatió, desde un helicóptero, contra los soviéticos en la década de los 80. "En los años 80, teníamos material nuevo. Hoy, contra los talibanes, no tenemos suficiente material nuevo", admite este hombre con barba canosa.

El material ha sido un tema clave en la guerra que lleva a cabo el ejército afgano desde el fin del régimen talibán en 2001.

Un oficial afgano, que pidió permanecer en el anonimato, asegura que uno de los problemas es que las tropas afganas no cuidan sus armas correctamente.

"Por ejemplo, yo limpio mi arma, mi M16 cada mañana, pero aquí, nadie más lo hace", se lamenta.

Y en el terreno, el ejército afgano registra enormes pérdidas. Entre el 1 de enero y el 31 de julio de este año, 4.302 soldados murieron en el terreno, frente a 3.337 el año pasado en la misma época, según cifras de la OTAN.

La operación "Triángulo de Hierro" fue un éxito en su objetivo de "limpieza" en los tres distritos cercanos a la frontera con Pakistán de todas las fuerzas enemigas e incluso llevó al descubrimiento de 150 artefactos explosivos caseros, según el funcionario afgano.

Pero ahora comienza la parte más dura: la parte política de la operación, como subraya el coronel J.B. Vowell, jefe de los consejeros estadounidenses durante la misión.

"Ahora, la pregunta es cómo los gobiernos, locales y nacionales, pueden dirigirse a la población" y alejarla de la influencia de los talibanes, concluye.

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