Las elecciones, un test sobre el proceso democratizador en Marruecos

  • Marruecos se enfrenta, con las elecciones legislativas del viernes, a un examen sobre el carácter democrático de las reformas emprendidas por el rey Mohamed VI, no sólo por el reparto de votos, sino por las tasas de participación ciudadana, ya que la oposición ha pedido el boicot de los comicios.

Javier Otazu

Rabat, 22 nov.- Marruecos se enfrenta, con las elecciones legislativas del viernes, a un examen sobre el carácter democrático de las reformas emprendidas por el rey Mohamed VI, no sólo por el reparto de votos, sino por las tasas de participación ciudadana, ya que la oposición ha pedido el boicot de los comicios.

En las pasadas elecciones de 2007 sólo votó el 37% del censo, la tasa más baja de la historia reciente y probablemente la más verídica, pero entonces no existía un "frente del boicot" unificado como el que se ha formado en esta ocasión.

Ha sido el llamado "Movimiento 20 de febrero" (20F, unión de izquierdistas e islamistas) el que, tras protagonizar un amago de "primavera árabe" en Marruecos, ha conseguido unir a todas las fuerzas opositoras de tendencias diversas en torno a dos temas: el fin de la corrupción y la merma de los poderes del monarca.

Para estos activistas, fundamentalmente jóvenes urbanos, las elecciones no hacen sino consolidar un sistema despótico y falto de los tres grandes principios que son su lema: "libertad, dignidad y justicia social".

Para Mohamed Madani, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Mohamed V de Rabat, la novedad en esta cita electoral es que el "20F", un movimiento presente en todo el país aunque no movilice a grandes masas, puede capitalizar las abstenciones con su llamamiento al boicot.

Lo cierto es que en los últimos días la policía ha actuado sin miramientos en todo el país contra los militantes y simpatizantes del 20F que pedían el boicot en lugares públicos, deteniendo a decenas de ellos durante horas y confiscando miles de panfletos.

Para Madani, esta "criminalización del boicot", junto a la actitud de los medios oficiales de silenciar a la disidencia o el papel todopoderoso del ministerio del Interior durante el proceso electoral arroja dudas sobre la supuesta singularidad de estas elecciones y su transparencia.

Si el "frente del boicot" no ha sido muy visible por razones policiales, tampoco puede decirse que la campaña electoral de los partidos "integrados" esté teniendo un gran impacto, y salta a la vista la falta de entusiasmo e interés en los ciudadanos en estos comicios.

Hay decenas de partidos que se presentan a los comicios, pero en realidad solo tres grandes grupos tienen posibilidades de copar un número significativo de los 395 escaños en liza para la cámara baja, y de entre ellos destaca el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD, islamista moderado).

Este partido, que en las anteriores citas electorales no presentó candidatos en todas las circunscripciones en una suerte de concesión para con el Palacio, ha cambiado de táctica en esta ocasión y se ha convertido en el enemigo a batir por casi todos los demás grupos.

Frente a él destaca una alianza montada en el último momento entre una amalgama de ocho partidos de diversas procedencias (liberales, berberistas, ecologistas y hasta socialistas) llamada Alianza por la Democracia pero rebautizada espontáneamente como G8.

La cabeza visible de G8 es Salahedín Mezuar, un exitoso hombre de negocios liberal que ha conseguido, como ministro de Finanzas en el gobierno saliente, dignos resultados macroeconómicos en un contexto mundial de crisis.

Mezuar se cuida de mencionar a los islamistas, pero le gusta subrayar que su alianza representa "la modernidad frente al oscurantismo" y que es capaz, si llega al gobierno, de llevar al país a cifras de crecimiento del 7 % y de crear 200.000 puestos de trabajo anuales.

No es un secreto para nadie que Mezuar y el G8 representan el "polo monárquico" en estas elecciones, pero en cualquier caso están menos desacreditados que el tercer bloque representado por la Kutla y que agrupa a la Unión Socialista, al Istiqlal y el Partido por el Progreso y el Socialismo.

Estos tres partidos, de carácter marcadamente nacionalista, fueron la única oposición legal durante la era de Hasán II, pero al aceptar integrarse en los gobiernos sucedidos desde 1998 perdieron gran parte del capital popular.

Sea cual sea el resultado de los comicios, el profesor Madani recuerda que estas elecciones no suponen el fin de un ciclo con el que el país supuestamente concluye su proceso democratizador: "Se abusa de la llamada 'excepción marroquí'; la realidad es que no estamos de ninguna manera inmunizados contra el cambio (que se produce en el mundo árabe)", concluye.

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