Mil días en los que Kennedy revolucionó la forma de ser político en EEUU

    • La crisis de los misiles fue el mayor éxito de Kennedy en política exterior, al enfrentarse a un líder experto y astuto como Nikita Kruschev bajo una seria amenaza de guerra nuclear.
    • En política interior fue capaz de remontar la crisis económica, luchar por los derechos civiles y apoyar la carrera espacial, si bien Kennedy será más recordado por su proyecto político.
FILE: 50th Anniversary Of March On Washington Marked
FILE: 50th Anniversary Of March On Washington Marked
PGL

Kennedy fue presidente durante poco más de mil días (1032) y en ese escaso tiempo fue capaz de ensayar una nueva forma de hacer política, más directa y dialogante, sin mermar por ello el prestigio de Estados Unidos, más bien lo contrario. En sólo mil días JFK hizo reformas políticas, jurídicas, económicas y educativas, apoyó abiertamente los principales movimientos a favor de los derechos sociales, resolvió conflictos internacionales que bien pudieron derivar en una guerra nuclear, cultivó las relaciones con Moscú para congelar cuanto fuera posible la Guerra Fría sin perder por ello autoridad o prestigio y encabezó la carrera espacial patrocinando el proyecto que concluiría en el gran hito de nuestro tiempo, la llegada del hombre a la luna.

Mil días que renovaron para siempre la política norteamericana, hasta el punto de que – tal y como afirma John A. Barnes en 'JFK, su liderazgo' – todos los políticos que vinieron después quisieron ser un poco Kennedy o al menos, parecerse a él en alguna de sus facetas. Lyndon Johnson se obsesionó con vivir a la sombra de Kennedy, Nixon le tenía celos pero a la vez se enorgullecía de haber sido su amigo, Jimmy Carter se autoproclamaba 'kennedyesco' e incluso Ronald Reagan trató de copiar algunos de sus gestos en cuanto a su relación con Moscú.Abierto a los medios

Kennedy conocía a los periodistas, había sido uno de ellos durante una breve etapa de su vida – al terminar la guerra – e incluso había llegado a cubrir la Conferencia de Fundación de las Naciones Unidas para los periódicos de William Randolph Hearst y las elecciones británicas de aquel mismo año, en las que perdería su admirado Winston Churchill a pesar de estar en pleno apogeo de su popularidad y de haber sido el artífice de la resistencia inglesa ante los nazis. Debido a este conocimiento, Kennedy mantuvo una relación estrecha con los medios, valoraba su importancia a la hora de consolidar su imagen y sabía que tenía que dar a los periodistas algo a cambio, de modo que se mostró mucho más amable y accesible que su predecesor, Dwight D. Eisenhower.

[Te interesa leer: En casa de los Kennedy no se llora]

Kennedy organizó almuerzos para los medios en la Casa Blanca e instauró la rueda de prensa semanal con preguntas libres y directas, aunque al mismo tiempo que se exponía a los periodistas, su propia amabilidad y el trato directo que les dispensaba actuaba como bloqueo inconsciente para ellos, que a menudo evitaban las preguntas más incómodas para no exponerse a algún leve reproche cuando fueran invitados junto a sus mujeres en las recepciones del presidente y la encantadora Jacqueline.

Fue precisamente Jacqueline Kennedy quien tuvo la feliz ocurrencia de llamar Camelot a la administración de su marido, "un mágico momento de la historia americana en el que hombres galantes danzaban con hermosas doncellas, en el que se lograban grandes hazañas y la Casa Blanca se convirtió en el eje del universo". El proyecto político de Kennedy era la Nueva Frontera, inspirada en el 'New Deal' de Roosevelt y en la Nueva Libertad de Woodrow Wilson, pero basada en los preceptos de John K. Galbraith y Joseph Shumpeter. La Nueva Frontera pretendía ser una llamada a todos los pueblos y naciones para aceptar en paz y concordia el desafío de los nuevos tiempos, lo que a la postre fue su auténtico legado político por encima de actuaciones concretas más o menos discutibles.Política interior: recesión y derechos civiles

Kennedy tenía una escasa formación en cuestiones económicas. El propio Nixon le había recordado durante la campaña que era un auténtico "ignorante" en materia económica. Y en realidad tenía razón. Tal y como apunta su asesor político Ted Sorensen, Kennedy no llegaría jamás a dominar los misterios de la oferta monetaria o la deuda flotante. De hecho, en su juventud, ni siquiera se interesó por los negocios de su padre o la marcha general de la economía. Sin embargo, Kennedy sabía asesorarse y formó un Consejo Consultivo Económico encabezado por Walter Heller con el difícil reto de remontar una situación económica de estancamiento con dos recesiones en tres años y una tasa de desempleo del 8% y cinco millones de parados.

[Te interesa leer: ¿Quién mató a Kennedy? Todas las teorías de su asesinato]

Kennedy no contaba con mucho margen de maniobra en el Congreso, pero impulsó una política que obtuvo un crecimiento anual del 5% y que mantuvo la inflación en un 1%, mientras crecían las exportaciones y la actividad industrial. Kennedy aplicó una política típicamente keynesiana, incurriendo en déficit presupuestario, aumentando las obras públicas y también la cobertura de la Seguridad Social y las prestaciones por desempleo, al tiempo que bajaba los impuestos.

Desde sus tiempos como candidato, Kennedy se mostró firme partidario de defender los derechos civiles, pero tardó demasiado tiempo en materializar en leyes sus buenos propósitos. La Ley de Derechos Civiles, promulgada en 1964, fue en parte fruto de sus iniciativas contra la segregación, pero no llevó su firma sino la de Lyndon B. Johnson. En mayo de 1961, Kennedy daría luz verde al programa Apolo, que obtendría su mayor éxito el 16 de julio de 1969 cuando Edwin Aldrin y Neil Armstrong plantaban sobre la superficie de la luna la bandera de barras y estrellas. El presidente era muy consciente de que el liderazgo mundial pasaba por mantener el liderazgo en el desarrollo tecnológico y apostó fuerte por el programa espacial.Política exterior: la guerra fría

Kennedy tuvo que lidiar durante su legislatura con un líder astuto y taimado como Kruschev, con un emergente Fidel Castro que fue su auténtica Némesis en política exterior y con una guerra que amenazaba con romper en Vietnam. El mayor acierto de su legislatura fue su buena gestión de la crisis de los misiles, en la que Kennedy supo dar un paso adelante que salvaguardó el honor y los intereses de EEUU y otro atrás que sirvió para enjuagar el orgullo de Nikita Kruschev.

Antes de ello, Kruschev ya había tanteado a Kennedy amenazando con quedarse con la parte occidental de Alemania y ante la respuesta firme del norteamericano, levantó un muro de tres metros de ladrillo que separó durante casi tres décadas las dos Alemanias. Kruschev se vio con Kennedy en Viena en 1961 y ante la pétrea postura del ruso, Kennedy preguntó: "¿Admite usted alguna vez un error?". Claro que sí – respondió –. "En un discurso antes del vigésimo congreso de mi partido admití todos los errores de Stalin". Ese era el humor y la testarudez de Nikita Kruschev.

El 14 de octubre de 1962, un avión espía U-2 detectó una base de misiles en suelo cubano a escasos 150 kilómetros de la península de Florida. Las fotografías mostraban unos misiles aún en fase de preparación, de modo que la amenaza dejaba cierto margen de maniobra. Kennedy valoró cuatro opciones: realizar un ataque 'quirúrgico' a la base en cuestión, atacar todas las bases soviéticas en Cuba, invadir directamente la isla y tomar el control o bloquear Cuba y activar la vía diplomática con la URSS, opción que finalmente sería adoptada.

[Te interesa leer: El amigo español de Kennedy]

Kennedy tomó una inesperada decisión, se dirigió al presidente soviético en una comparecencia pública, de modo que al tiempo que Kruschev recibía la advertencia estadounidense, todo el planeta era partícipe de la situación de crisis, aumentando la presión sobre el líder ruso. A Kruschev le molestaba la juventud de Kennedy, menor aún que su propio hijo. ¿Cómo podía tomar en serio a un interlocutor tan inexperto? Kennedy, por su parte, sabía de la terquedad de su adversario y quiso ser muy sensible con sus intereses. "No quiero acorralarle", se decía una y otra vez.

La instalación de misiles en las bases cubanas fue un plan personal de Kruschev, que preveía una respuesta indolente del joven líder norteamericano. Sin embargo su respuesta había sido más que firme y ahora le tocaba una difícil rectificación… o una peligrosa huida hacia delante. Pero Kruschev no era un loco. Conocía el drama de la guerra, había combatido en Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial, donde un millón de compatriotas habían perdido la vida. Kruschev da un paso hacia delante y escribe a Kennedy diciéndole que el bloqueo naval es un acto de piratería y que los buques soviéticos ignorarán su presencia. Kennedy responde con idéntica firmeza, reprochando a Kruschev sus actos y cargando sobre él la responsabilidad de lo que ocurra.

El ruso va entendiendo poco a poco que Kennedy no va a retroceder y en cierto modo, valora su firmeza. Kennedy se esfuerza en aportar soluciones para que Kruschev no se sienta humillado en la claudicación. Poco a poco, la correspondencia entre ambos va aportando puntos de luz. El acuerdo final obligaba a EEUU a retirar los misiles que tenía en Turquía y a Rusia a retirar los de Cuba, además de comprometerse EEUU a no invadir nunca la isla. En ambos países arreciaron las críticas sobre quién había cedido más, pero el acuerdo era bueno – o malo – para ambos, de modo que era justo. El mundo se había librado del Apocalipsis nuclear. Tras resolver el incidente, Kennedy, exultante, le dijo a su mujer: "Si alguien quiere matarme, sin duda, este es el momento".

Mostrar comentarios