Nicolás y Tranquilina, dos nombres propios en el legado de García Márquez

    • ­Los abuelos del Premio Nobel fueron una pieza clave en su pasión por la literatura y por las historias.
    • ­La obsesión histórica de él y las supersticiones mágicas de ella dejaron una evidente huella en el 'realismo mágico', el género que inauguró con éxito en Latinoamérica.
Gabriel García Márquez de niño junto a sus hermanos
Gabriel García Márquez de niño junto a sus hermanos
Proyecto Boom

'Gabito' no era más que un niño de dos años cuando sus padres se trasladaron a Barranquilla y lo dejaron viviendo con sus abuelos maternos. Lo que a primera vista podría parecer un detalle trivial marcó el curso del futuro del niño, que se crió rodeado de historias y fantasías que posteriormente serían una pieza clave en el 'realismo mágico' que él mismo alumbró.

Es probable que el coronel Aureliano Buendía de 'Cien años de soledad' sólo fuera un reflejo de otro más cercano: el coronel Nicolás Márquez, un veterano de la guerra de los Mil Días que imbuyó en su nieto el espíritu liberal y el afán historicista que caracterizó a sus relatos.

"Recuerdo que, siendo muy niño, en Aracataca, mi abuelo me llevó a conocer un dromedario en el circo", contaría después el novelista. El inicio de su novela más exitosa, en el que Buendía lleva a su hijo a ver el hielo de Macondo como si se tratase de una atracción de feria, es un claro guiño a la propia infancia del colombiano.

Nicolás Márquez fue el primer espejo en el que 'Gabo' se miró. Le habló de la guerra y de sus horrores, le relató sus peripecias de juventud, lo llevó al circo y al cine, le enseñó a consultar el diccionario... Fue, en definitiva, su primer acercamiento al mundo. Años después, el escritor lo definiría como su "cordón umbilical con la historia y la realidad". Su frase "tú no sabes lo que pesa un muerto" acabaría reflejada en varias de sus novelas, según relata el novelista en su autobiografía 'Vivir para contarlo'.

El historicismo del coronel formó un cóctel perfecto con la magia de la abuela de García Márquez, Tranquilina Iguarán o 'Mina'. La mujer, que organizaba la vida de los miembros de la casa en función de los mensajes que recibía en sueños, fue el resorte que desencadenó el pensamiento mágico del Premio Nobel con sus supersticiones y premoniciones, que incorporaban lo maravilloso a la rutina cotidiana.

Iguarán era una apasionada de las leyendas y de las fábulas, unas historias que impactaron profundamente al escritor por la manera tan natural que tenía de relatarlas. Tanto es así que, tras escribir 'Cien años de soledad', García Márquez aseguró que "debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en la que el niño es llevado por su abuelo para conocer el hielo".

Si Nicolás Márquez se vio 30 años después reflejado en Aureliano Buendía, algo similar ocurriría con Tranquilina, que se convirtió en la Úrsula Iguarán de 'Cien años de soledad'. García Márquez buscaba, así "darle una salida literaria, integral, a todas las experiencias que de algún modo me hubieran afectado durante la infancia", como relata el estudioso Orlando Araújo Fontalvo en su tesis sobre el autor.

El escritor también alimentaría su imaginario gracias a sus tías, con las que también convivía y entre las que le marcaría especialmente Francisca, que tejió su propio sudario antes de fallecer. El temperamento de las gentes del pequeño pueblo del Caribe en el que 'Gabo' pasó su niñez fue, sin ninguna duda, clave para configurar su visión del mundo.

A los ocho años, el coronel Márquez falleció y la ceguera que sufría su abuela empeoró, lo que llevó al pequeño 'Gabo' a Sucre. Allí volvería a vivir con sus padres, pero la huella que habían dejado sus abuelos ya sería imborrable.

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