Luz de cruce

Oda a la mujer de la limpieza: silencio y olvido a su situación en edificios públicos

  • Pese a su condición de trabajadoras indispensables para protegernos a todos los ciudadanos del virus, no tienen el reconocimiento social.
Una empleada de limpieza desarrolla su trabajo durante la pandemia del coronavirus
Una empleada de limpieza desarrolla su trabajo durante la pandemia del coronavirus
EP

El gran jurista Manuel García Pelayo (Corrales del Vino, 1909-Caracas, 1991) escribió el mejor ensayo que he leído sobre el trabajo subalterno de muchas mujeres. Se titula 'Esquema de una sociología de las `chicas de servir´' y cuando uno abre la primera página se encuentra con esta maravillosa dedicatoria: "A Ana, que me llevó en brazos".

Aunque el primer presidente del Tribunal Constitucional se refiere en su ensayo, de manera exclusiva, a la situación de las empleadas domésticas (antiguamente conocidas con el despectivo nombre de chachas), al releer ahora sus páginas me han incitado a ampliar el asunto y tratar también al personal que limpia los edificios públicos, generalmente mujeres (nativas pero quizás con más frecuencia asiáticas o hispanoamericanas).

Según la Secretaría de Mujer de UGT, la actividad de limpieza de edificios públicos y locales está completamente feminizada. Estas mujeres están sufriendo en silencio y con muchas bajas por enfermedad o incluso la muerte la crueldad de la Covid-19. No obstante su condición de trabajadoras indispensables para protegernos a todos los ciudadanos del virus, no tienen el reconocimiento social que merecen y llevan de vuelta a sus casas un mísero jornal. Por supuesto, estas letrillas están muy lejos del 'Esquema de una sociología de las `chicas de servir´'. La distancia intelectual entre don Manuel y yo supera de largo los dos famosos metros chinos, naturalmente a favor del ilustre profesor zamorano.

 Voy a tirar del hilo de la Orden del Ministro de Justicia que contiene el plan de desescalada (que comenzó hace unos días) para la Administración de Justicia ante el reto del COVID-19. Entre grandes medidas de seguridad, el plan, que es premioso y abundante en detalles, se divide en varias fases hasta desembocar finalmente en la actividad presencial del 100% de los empleados al servicio de los juzgados y tribunales. Habrá turnos de mañana y tarde (aunque por las tardes no se atenderá al público ni a los profesionales). Las jornadas de trabajo vespertinas serán de carácter voluntario.

En la fase 1 acudirán a cada centro de trabajo entre un 30% y un 40% de los efectivos judiciales. Esta fase durará una semana. En la fase 2 (dos semanas), que coincidirá con la reactivación de los plazos procesales, deberán asistir al juzgado o tribunal entre el 60% y el 70% de los trabajadores al servicio de la Administración de Justicia. La fase 3I ("actividad ordinaria, con plazos procesales activados") se iniciará transcurridas dos semanas desde la fecha de arranque de la fase II. Contará con el 100% de la plantilla judicial. La fase 4 ("actividad normalizada") se iniciará con el levantamiento de las "recomendaciones" sanitarias. Acudirá el 100% de los efectivos, que deberán realizar su jornada ordinaria (según la vieja normalidad).

Como vemos, todo muy ordenado y gradual, con una sola excepción: "el personal de limpieza [como hemos visto, una actividad feminizada], prestará sus servicios al 100%". Desde el primer instante de la desescalada y, por consiguiente, a partir de la fase 1. La limpieza es siempre una ocupación penosa. Pero en este caso, además, es un trabajo extenuante y de alto riesgo: todo el día limpiando mesas, suelos, paredes. Las trabajadoras deben entregarse a fondo en la limpieza constante de los aseos y lavabos públicos. O, dicho de otra forma: están en contacto, sin parar, con muestras biológicas que pueden contener el virus e infectar a las personas que manejan los detritus humanos. ¿Cómo debe remunerarse a las trabajadoras que meten la escobilla y su nariz en los mal llamados "inodoros"?

La expresión "una nueva normalidad" es una logomaquia. Lo que verdaderamente necesitamos es una nueva mirada al mundo, una inversión radical de los valores morales. Deben desaparecer los parias de la India.

Sin embargo, la falta de seguridad sanitaria en los edificios judiciales campa a sus anchas. Mientras tanto, la manchega Arcelina, a la que nadie le ha pedido su voz y su voto, limpia y calla. Como siempre, limpia y calla. Aunque ahora apostando contra su salud.

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