Y mientras tanto, la casa catalana sin barrer

    • La división de la asamblea de la CUP aplaza la solución del problema hasta casi el término temporal de las negociaciones aproximándose a la necesidad de una nueva convocatoria electoral...
    • ... pero nada de eso es peor que la situación de transitoriedad en que han metido a Cataluña, que tres meses después de las elecciones sigue sin Gobierno, sin soluciones y sin perspectivas.

La agonía política de Artur Mas aún continuará un tiempo. Es difícil saber qué es peor para el errático presidente en funciones de la Generalitat: si que la extremista Candidatura de Unidad Popular (CUP) vote a favor de su investidura y lo convierta en un presidente desprovisto de autoridad o si, por el contrario, que le niegue su voto y lo reduzca por fin a la grotesca nada que se ha buscado. La división de la asamblea de militantes de la anticapitalista CUP aplaza la solución del problema hasta casi el término temporal de las negociaciones aproximándose a la necesidad de una nueva convocatoria electoral, pero nada de eso es peor que la situación de transitoriedad y de pérdida de tiempo en que han metido a la comunidad de Cataluña, que tres meses después de las últimas elecciones sigue sin Gobierno, sin soluciones y sin perspectivas.

La CUP tendría que haber decidido ya su resolución acerca de la investidura de Artur Mas, pero el procedimiento asambleario que se ha dado alarga los plazos más de lo que sería razonable. Durante otra semana seguirá involucrada en discusiones hasta que el 2 de enero tome la decisión definitiva un grupo de 60 personas, al final, después de tantas asambleas, el voto concluyente será el de unos pocos, como pasa siempre. Nada hay nuevo bajo el sol, aunque sí más reuniones, más discursos y más plazos.

Esa decisión tendría que ser contraria a la investidura de Artur Mas para dar la razón a Antonio Baños, dirigente de la organización, que hace tres meses, el 22 de septiembre, proclamaba que “no votaremos nunca una investidura de Mas. Y nunca es nunca. Nunca, nunca, nunca”. Pero mientras la decisión esté en el aire, los adverbios nunca y siempre tienen idéntica virtualidad.

En cualquiera de los dos casos, se le invista o no, Artur Mas es el primer perdedor de esta historia y, si la compasión se impusiera, habría que desear que lo rechazaran porque, en el caso contrario, su calvario en manos de los anticapitalistas que buscan el derribo del sistema, con él dentro, puede protagonizar un capítulo macabro en la historia de la autodestrucción política. Pero el segundo perdedor, con un peso infinitamente mayor que el del currículum de un hombre, es el pueblo catalán y por extensión el conjunto del pueblo español. La locura política del independentismo desatada por Artur Mas, que incluye el pecado que desacredita a un demócrata, la violación de la ley, ha tenido en vilo a Cataluña y al resto de España durante demasiado tiempo y ha producido un vacío de gobernación que nadie se merece.

Si Artur Mas se hubiera propuesto escenificar un tratado de la ineptitud política, no lo habría hecho mejor. Lo más asombroso es que en esta larga historia de despropósitos, Mas no haya encontrado el momento de recapacitar y desaparecer del escenario. Mientras tanto, no solo tiene la casa sin barrer, en estado de provisionalidad, sino que sigue empeñado, contra toda lógica, en arriesgarse a que sean los extremistas, cuyo apoyo mendiga, quienes le conviertan en un rehén de sus exigencias.

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