Yeonpyeong, una isla bajo la maldición del conflicto coreano

  • Cientos de jóvenes soldados patrullan cada día entre casas en ruinas y otras completamente reconstruidas en la isla surcoreana de Yeonpyeong, que no ha vuelto a ser la misma desde que Corea del Norte efectuara un mortal ataque de artillería en 2010.

Atahualpa Amerise

Yeonpyeong (Corea del Sur), 30 ago.- Cientos de jóvenes soldados patrullan cada día entre casas en ruinas y otras completamente reconstruidas en la isla surcoreana de Yeonpyeong, que no ha vuelto a ser la misma desde que Corea del Norte efectuara un mortal ataque de artillería en 2010.

"Ya no dormimos tranquilos al pensar que pueden bombardear de nuevo", asegura Kim Yoo-sung, residente de 83 años, a un grupo de periodistas en este enclave de apenas 700 hectáreas desde el que se divisa una isla norcoreana a solo 5 kilómetros y tierra firme del país comunista a 12.

Alejada más de 80 kilómetros de territorio peninsular surcoreano en la disputada frontera marítima con el Norte, Yeonpyeong es un foco natural de tensión, que estalló con el bombardeo de noviembre de 2010.

El ataque de artillería norcoreano dejó cuatro muertos -dos civiles y dos militares- y unas cuarenta casas arrasadas.

"Comenzaron a sonar bombas, mis ventanas y puertas se rompieron y todos corrimos al refugio", relata Kim, que el 23 de noviembre de 2010 descansaba en su salón minutos antes de que unos 170 obuses alcanzaran la isla.

Casi dos años después, el lejano estruendo de los cañones en cada ensayo militar del Norte, que algunas noches alcanza los oídos de los habitantes de Yeonpyeong, les hace recordar el trágico suceso.

Eso dice el anciano Kim, que también muestra orgulloso a los presentes la profunda cicatriz de unos 15 centímetros que la Guerra de Corea (1950-53) grabó para siempre en su pierna.

El abuelo hiende su dedo en la cicatriz, comienza a recordar e inmediatamente clama venganza contra el enemigo comunista, que seis décadas después sigue siendo origen y blanco de la mayoría de sus cuitas.

"¿Qué diría a los norcoreanos? No les diría nada, ¡les atizaría!", invoca con furia, en una fiel representación del sentir de los aproximadamente 2.000 habitantes que pueblan Yeonpyeong, la mayoría ancianos como Kim cuyas vidas han quedado marcadas para siempre por el conflicto coreano.

Un conflicto que parece no tener fin, sino solo altibajos; un conflicto que, sin dejar de serlo, cambió los disparos por apretones de manos una década atrás pero hoy exhala tensión entre Norte y Sur, que esperan entre insultos y zancadillas el siguiente avance o retroceso.

El líder norcoreano, Kim Jong-un, visitó los destacamentos de los islotes de Jangjae y Mu -desde donde se perpetró el ataque a Yeonpyeong- hace 12 días, poco antes de que Corea del Sur y EEUU movilizaran a decenas de miles de efectivos en un ejercicio anual a gran escala.

Mientras, en la costa norte de la isla las olas golpean constantes una extensa playa solo visitada por gaviotas y guarecida por un viejo muro de cemento y alambre de espino.

Yeonpyeong, tan militarizada como descuidada, donde camiones del Ejército transitan continuamente por calles de escaso asfalto entre cultivos desatendidos, pilas de basura y montañas de chatarra, ilustra la realidad de unos habitantes conscientes de que la destrucción puede llegar en cualquier momento.

De hecho, antes del bombardeo sobre la isla ya habitaba el recuerdo de la muerte en sus aguas, donde dos choques entre las fuerzas navales de Norte y Sur en 1999 y 2002 se cobraron decenas de vidas de ambos lados.

Aunque los habitantes de Yeonpyeong saben que vivir al filo del peligro no es plato de buen gusto, es sorprendente que la población haya experimentado un leve ascenso desde aproximadamente 1.800 habitantes hace dos años a unos 2.000 a día de hoy, según datos oficiales.

El reciente repunte se debe a la llegada de trabajadores para la reconstrucción de edificaciones y también de algunos pescadores de cangrejos, según el oficial jefe del gobierno local, Kim Jae-in, sumado a que nunca tuvo lugar la desbandada hacia regiones más seguras que muchos predijeron tras el bombardeo de 2010.

"Nuestra gente quiere quedarse en la isla, porque es su hogar", sentencia con orgullo el funcionario ante los periodistas.

"Claro que me gustaría vivir más tranquilo en la península, pero soy viejo. He nacido en Yeonpyeong y he pasado mi vida aquí", responde, por su parte, el Kim octogenario.

Después ciñe su gorra de veterano de guerra, deja pasar algunos segundos y medita en alto, "Yo me quedo aquí. ¿Qué puedo hacer en Seúl?".

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