Biden lo apuesta todo contra China

Lleva solo dos meses en la Casa Blanca pero las señales de que el gigante asiático definirá su agenda internacional y doméstica son evidentes. El objetivo no es otro que acabar con la hegemonía de su gran rival.

Cuando al presidente Joe Biden le preguntan por la relación de Estados Unidos con China, de inmediato pasa al plano corto. Presume de conocer a Xi Jinping de cuando era evidente que iba a convertirse en el nuevo líder del país. Eso fue cuando los dos eran vicepresidentes. Pasaron horas y horas a solas. Al imponerse en las elecciones, le llamó para felicitarle. “Le dejé clara una cosa que ya le dije en personas”, afirma, “no buscamos la confrontación aunque sabemos que la competencia será sumamente intensa”.

Unos días antes en Anchorage (Alaska), en el marco del primer encuentro entre funcionarios de la nueva Administración estadounidense con la china, se escenificó un fuerte choque que se interpretó como una peligrosa debacle en las relaciones de las dos potencias. El secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que acciones como la coerción económica son una amenaza al orden internacional y la estabilidad. Yang Jiechi le respondió diciendo que no le diera lecciones.

Joe Biden lleva solo dos meses en la Casa Blanca y está claro que China definirá su agenda tanto internacional como doméstica de cara a las legislativas de 2022. En este sentido, la nueva representante de Comercio Exterior, Katherine Tai, dejaba claro tras ser confirmada en el cargo que EE UU no está lista para levantar en un futuro próximo los aranceles que impuso Donald Trump a las importaciones chinas por razones tácticas aunque indicó que estaría abierta a negociar.

Thomas Wright, de Brookings Institution, cree que este postureo con tintes de una nueva guerra fría representa es un primer paso necesario para lograr establecer una relación estable tras cuatro años de caos con Trump y espera que las dos partes elaboren una agenda que incluya una lista de áreas en las que pueden cooperar. China, sin embargo, está convencida de que la balanza de poder cambió a su favor durante el último decenio, especialmente durante la pandemia.

“Van a empujar por todos los frentes”, augura Wright, “incluido el logro de la supremacía tecnológica”. Y ahí está el gran reto para Biden. EE UU, en palabras del presidente, está listo para competir. Pero insiste que China debe jugar siguiendo las reglas y que esa competencia debe ser justa. Por eso quiere forjar una coalición con Europa y los países vecinos en la región, incluidos Australia, India y Japón, para tratar de hacer causa común para que cumpla las normas como el resto.

Pero EE UU necesita seguir creciendo para poder competir de una manera eficaz y evitar que China logre el objetivo por convertirse en el país más rico y poderoso del mundo. El plan de Biden es invertir como hacía en los años 1960, cuando se destinaba más de un 2% del PIB a la investigación y al desarrollo en ciencia. Es más del doble del 0,7% en la actualidad. “China invierte mucho más que nosotros porque su plan es adueñarse del futuro”, insiste el presidente demócrata.

China, de hecho, es el argumento al que recurre Biden para conseguir el apoyo del Congreso a su plan de tres billones de inversiones en infraestructuras físicas y tecnológicas, “para que así podamos competir y crear un número significativo de nuevos empleos bien remunerados”. Aplacar la hegemonía china es de las pocas cosas sobre las que hay consenso en Washington y con la que puede atraer a los republicanos que necesita para sacar adelante su iniciativa.

EEUU ocupa el puesto 85º mundial en infraestructura. Un tercio de los puentes, por ejemplo, necesitan arreglos y una quinta parte de las carreteras están en unas condiciones muy pobres. A eso se le suma un sistema de gestión del tráfico aéreo y unos aeropuertos deficientes. China, por el contrario, invierte tres veces más en el desarrollo de sus infraestructuras. “Es realmente frustrante hablar de esto”, admitía Biden en su primera rueda de prensa, “y todo irá a peor”.

La nueva Ruta de la Seda que impulsa Xi, considerado como el mayor programa de infraestructuras del mundo, plantea un desafío mayor para los intereses económicos, medioambientales y de seguridad para los EE UU. “Los riesgos de su implementación superan considerablemente sus beneficios”, afirma un estudio del Council on Foreign Relations, al referirse al vacío que dejó Washington en la región al no unirse a acuerdos de comercio e inversión.

Como señala Wright, un tono más asertivo en la relación con China puede parecer discordante en este momento en el que Biden busca reparar el daño creado por Trump. Pero esta fricción al inicio de su mandato es necesaria, a la vista de la manera con la que Pekín jugó sus cartas durante los últimos años. Además, cada vez se hace más difícil argumentar que no se sabe lo que quiere China. Y la causa común con los aliados estratégicos podría forzar una discusión honesta.

La gran dificultad para Biden en el contexto actual es convencer a Xi de que EE UU no representa una amenaza para los intereses de China y que los dos sistemas pueden entrelazarse de múltiples formas mientras compiten. Las dos partes podrían así explorar una cooperación más amplia y relajar las tensiones. Pero es algo que se ve aún muy lejos, pese a que históricamente los periodos de mayor rivalidad entre las potencias permiten reconocer la verdadera naturaleza de la relación.