La economía italiana espera a Meloni bajo amenaza de recesión

La erupción del Vesuvio, que arrasó las ciudades de Pompeya y Herculano, se produjo en otoño y no en verano -como se había pensado hasta ahora-. A lo largo de su historia Italia ha sido proclive a revoluciones y tragedias con la caída de la hoja. Desde el ‘otoño caliente’ del 69 que dio origen a los ‘años de plomo’, a los embates de la crisis financiera y de deuda o los constantes episodios de inestabilidad política. Ahora, la más que previsible llegada al poder de la extrema derecha antieuropeísta de Giorgia Meloni (Fratelli d’Italia) en alianza con La Lega y/o Forza Italia (Silvio Berlusconi) hacen temblar los cimientos ya maltrechos de la tercera economía europea por tamaño. Cuatro recesiones han impedido al país terminar de recuperarse de los efectos de la Gran Crisis a lo largo de la última década.

Los analistas de Deutsche Bank alertaban esta misma semana de que la recesión en Europa será más profunda de lo que se había previsto inicialmente. Según sus cálculos, Alemania e Italia son las dos economías que presentan un mayor riesgo, dada la exposición que han tenido al gas ruso. En la entidad contemplan un retroceso del PIB del 2% en el país transalpino el año que viene y advierten de que sus costes de financiación pueden afectar aún más a su estabilidad. El escenario que dibujan es muy similar al que ya han puesto sobre la mesa organizaciones internacionales como la OCDE, firmas como Bank of America, o como el que ha avanzado el Banco Central Europeo, que no descarta un escenario de estanflación.

Italia ha recuperado este mismo año el nivel de PIB previo a la Covid y su economía creció prácticamente al mismo ritmo que la española en el segundo trimestre (1%), es decir, por encima del 0,5% al que avanzó la francesa o del 0,1% al que lo hizo la alemana. Sin embargo, los nubarrones que han traído consigo la crisis energética y la guerra en Ucrania son densos y mantienen el aviso de tormenta al Sur de los Alpes. La industria, que aporta alrededor del 15% a su economía y emplea al 24,9% de la población activa, se ha visto muy tocada por la rotura de las cadenas de suministro que sucedieron al estallido de la Covid y, más recientemente, por la coyuntura incierta en Europa a causa de la invasión de Ucrania.

El PMI Manufacturero que elabora S&P Global marcó mínimos de veintiséis meses en agosto en 48 puntos (todo registro por debajo de 50 en este indicador señala una contracción de la actividad). El mismo índice relativo a los servicios muestra también un retroceso del sector terciario, el que tiene más peso en el país puesto que contribuye en más de un 72% al PIB. La actividad turística ha recuperado en buena medida el tono perdido durante la pandemia, si bien la crisis que se avecina sobre Europa puede tener, al igual que en el caso de España, un impacto notable sobre su actividad de cara al tramo final del año. Sin embargo, no son estos los mayores desafíos que tiene Italia en lo económico: la lucha contra la inflación y una deuda disparada pueden complicar y mucho la vida al próximo inquilino del Palazzo Chigi.

La coalición de derecha ha prometido rebajas fiscales y un tipo único en el IRPF (la ‘flat tax’ abanderada por La Lega de Matteo Salvini), apuestan por adelantar la edad de jubilación, subsidiar la energía y por aumentar el gasto militar, entre otras medidas. Las propuestas para compensar este incremento del gasto no están tan claras y el país despidió el primer trimestre con un nivel de deuda pública histórico, por encima del 152% de su PIB. Es cierto que Bruselas mantiene suspendidas las reglas fiscales para los estados miembros hasta 2024, pero también que Italia está pendiente de un importante desembolso de los fondos Next Generation (es el país más beneficiado junto con España).

Roma, que ya ha recibido de Bruselas cerca de 46.000 millones de euros de un total de 192.000, debe seguir adelante con las metas comprometidas en su Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia si quiere seguir optando a próximos desembolsos. Los expertos creen que ningún gobierno, sea del color político que sea, se expondría a perder estas ayudas y préstamos vitales. El contexto económico, con una inflación en el 8,4% en agosto (más de dos puntos por debajo de la española, pero como no se veía desde hace más de tres décadas en el país) amenaza con elevar la tensión en la calle. Más aún en un país que no cuenta con un salario mínimo y donde, según la OCDE, los sueldos se han reducido un 2,9% entre 1990 y 2020 por el estancamiento económico y la baja productividad.

El próximo gobierno italiano “necesita mantener unas buenas relaciones con Europa para poder recibir los fondos europeos que todavía están pendientes”, apuntan desde MacroYield. En la firma no descartan que un Gobierno liderado por Giorgia Meloni se pliegue a las exigencias económicas de la Comisión y que traslade la confrontación con sus socios a temas como las políticas sociales o las migratorias. “Para Europa se acabó la diversión”, amenazaba recientemente la propia Meloni al verse favorita en las encuestas. “Italia se muestra frágil de cara a las elecciones, lo que dificulta el trabajo del BCE, que quiere evitar que se desencadene una grave recesión”, señalan los analistas de Edmond de Rothschild. El respaldo del emisor a su economía ha sido esencial en un momento de fuerte alza de los costes financieros.

E Italia es, además, clave en el esfuerzo de Europa por esquivar el chantaje energético de Vladimir Putin. Italia importa el 90% del gas que consume y hasta la invasión de Ucrania un 40% lo compraba a Rusia. Roma ha conseguido reducir ese porcentaje al 18% este verano gracias a los acuerdos que el Gobierno de Draghi ha firmado con Argelia, principalmente, pero también con Azerbaiyán, Qatar y Congo. Esos pactos han convertido al país en una pieza esencial del nuevo puzle energético europeo. El bloqueo francés al gasoducto Midcat (España mantiene solo dos conexiones de gas a través de Los Pirineos, por País Vasco y Navarra) ha hecho que cobre fuerza la opción de unir Cataluña con Italia, que ya contemplaba el programa REPowerEU. La conexión de 700 kilómetros entre Barcelona y Livorno reforzaría el enlace de nuestro país con el centro y Norte de Europa y sería además esencial en un futuro para el transporte de hidrógeno.