A buena salida, mejor entrada

  • Caius Apicius.

Caius Apicius.

Madrid, 29 ene.- El día de San Silvestre, en las horas previas al cambio de cifra en el calendario, es bastante habitual que la gente se desee "feliz entrada y salida", así, al revés, como si para entrar en el año nuevo no hubiera, antes, que salir del viejo.

Ya sé que me van a decir que el cambio es automático a las doce de la noche. Lo será. Pero no del todo. De alguna manera, las primeras horas del primer día del año son, aún, parte de la noche anterior. Yo, desde luego, no soy consciente de que estoy en un año nuevo hasta la mañana siguiente, una vez levantado y aseado y dispuesto a tomar mi primer desayuno del año, antes de sentarme ante el televisor para ver y oír el clásico Concierto de Año Nuevo de Viena.

De manera que admito que lo último que tomo en el año que se va es lo que tomo con las campanadas; pero para mí, lo primero que tomaré el año nuevo será aquello con lo que comience el desayuno. Y ambas cosas las tengo clarísimas, aunque no sean muy habituales. Pero tampoco son nada raras.

Como sin duda les han contado ya muchas veces, en España la costumbre implica intentar deglutir doce uvas, coincidiendo con cada una de las campanadas de la medianoche del 31 de diciembre al 1 de enero que da el viejo reloj de la Casa de Correos de la Puerta del Sol madrileña. La gente, presentadores de televisión incluidos, confunde cuartos con campanadas, se atraganta, no llega... pero se mantiene fiel a una tradición que parece datar del primer tercio del siglo XX.

He de reconocer que a mí las uvas, como más me gustan, es reducidas a estado líquido, sometidas a una fermentación y, en este caso, con burbujas. O sea: convertidas en champaña. Mi pareja y yo preparamos dos copas de un buen champaña y vamos bebiendo doce sorbos, uno por campanada. Llegamos al final acordes con el reloj, sin atragantarnos, y uvas hemos tomado, nada menos que chardonnay, pinot noir y pinot meunier, en su mejor expresión.

Un consejo, por si alguien todavía sigue consejos ajenos: si beben champaña esa noche, que lo harán, será mejor que no cambien después a alcoholes destilados, así sea el mejor ron del planeta o el whisky más exclusivo; tampoco tequila, o pisco. El efecto de la mezcla es una bomba de relojería.

Bien, ya en el nuevo año, después de dormir un poco, habrá que desayunar. Yo empiezo el desayuno con un vaso de jugo de naranja recién exprimido, salvo que, como ocurre ahora, sea tiempo de mandarinas, que entonces el jugo es de mandarinas. Es una auténtica delicia, para mi gusto muy superior al de naranja. Sé que las mandarinas tienen más agua y, por tanto, menos azúcares que las naranjas, pero sé que me saben más dulces y que me encanta empezar el día tomándome unas cuantas exprimidas.

También me gustan las mandarinas en estado natural, y me encanta pelarlas a mano porque, primero, es facilísimo y, segundo, queda en las manos un olor delicioso. Pero reconozco que el jugo de mandarina mañanero es una de mis debilidades más confesables.

O sea: tendré una salida frutal y líquida, y una entrada no menos frutal y no menos líquida. De ambas disfrutaré, como cada año. Y, aunque sé que en el hemisferio Sur no es época de mandarinas, les deseo que empiecen con toda felicidad el que, para Apicio, sería el año MMDCCLXV ab Urbe condita, es decir, desde la fundación de Roma.

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