Cómo triunfar catando un vino sin tener ni idea

  •  Dos sumillers, finalistas por Cataluña y Madrid en la próxima final delos premios La Nariz de Oro, nos explican los trucos para poder dar elpego a la hora de elegir un buen vino y catarlo en un restaurante.
Creu Ibáñez

 ¿Quién va a probarlo? Ésta es la temida pregunta que nos hace camarero cuando trae la botella de vino que hemos elegido para la cena. Es el típico momento en el que todos ignoramos al pobre camarero, hasta que alguien tímidamente dice “yo mismo”. Hemos hablado con dos expertos sumillers para que nos cuenten los trucos para poder triunfar y hacer creer a todos que sabemos de vino sin tener mucha idea.

La sumiller de Vila Vinitecta y finalista por Cataluña del premio de La Nariz de Oro, Elisa Barroso, explica lo que tenemos que hacer cuando nos sirven el vino en la copa. “Tienes que moverla en redondo, en sentido contrario a las agujas del reloj, para airear el vino, porque el caldo lleva mucho tiempo encerrado en la botella y necesita aire para que sus aromas evolucionen y se puedan desprender y expresar”.

Una vez aireado, hay que probarlo, pero antes de tragarse el pequeño sorbo, hay que entreabrir ligeramente la boca para dejar pasar un poco de aire. Esto se hace porque la boca la tenemos caliente y con la ayuda del aire, que se queda entre el vino y el paladar, se desprenden más los aromas, explica Elisa Barroso.

Pero hay que tener en cuenta que cuando te sirven un vino y te ofrecen la prueba “no puedes tirarte atrás si no te gusta”. Sólo lo puedes rechazar “si está picado, tiene corcho o algún defecto, como el olor a humedad, a tierra mojada o sabe avinagrado”.

Por eso tenemos que aprender unos trucos para no fallar en nuestra elección. Según Daniel Roset, el sumiller finalista por Madrid del Restaurante Xentes, “lo ideal es que tanto la comida como la bebida estén equilibradas. Para hacer un maridaje, lo que hay que hacer es que al mismo tiempo que te metes un trozo de comida en la boca también bebes un sorbo de vino e intentas averiguar cuál está por encima. Un ejemplo extremo es un chorizo frito y un barbadillo, el sabor del chorizo va a hacernos creer que el vino no tiene sabor. No hay un equilibrio”.

Roset explica que el equilibrio más fácil de conseguir es elegir el vino de la misma región que la comida. “Si es un plato como el lechazo, propio de Castilla y León, lo suyo sería elegir un vino de la misma zona, un Ribera de Duero o un Toro, o si comemos marisco gallego tendríamos que beber un albariño”. Con estas pistas seguro que no te confundes, asegura el sumiller.

El truco es “jugar y experimentar para aprender”. Para Daniel Rosete, ésta es la única manera para disfrutar comiendo y bebiendo.

Cuál elegir según el menú

Por ello, una de las claves es acertar ante la carta de vinos y Elisa Barroso nos da una serie de pautas para decantarnos por un caldo u otro según la comida que elijamos para nuestro menú.

“Si pides una carne suave tienes que acompañarlo con un vino tinto suave, un crianza, de cualquier región, como Rioja o Ribera del Duero”. Sin embargo, si en el menú nos decantamos por una carne de caza, como la del ciervo o la del jabalí por ejemplo, necesitaríamos un tinto más potente, porque con un vino suave se ahogaría con el sabor fuerte de estas carnes.

Para carnes rojas, la sumiller catalana explica que la variedad elegida tiene que ser un tempranillo de Ribera, una garnacha o un cabernet sauvignon, mientras que si la comida es una carne de ave se acompaña con un tinto más suave, un media crianza o un Cabernet Sauvignon con Merlot.

En cambio para pescado lo solemos tener más claro. “Solemos pedir, y está bien, una variedad Chardonnay”. Además, también tenemos claro que el vino para acompañar al marisco tiene que ser un albariño o un verdejo, por regionalidad.

También hay que saber elegir un buen vino para un plato de pasta. En estos casos, Elisa Barroso  nos aconseja decantarnos por un rosado o un tinto joven que sea muy aromático y muy frutado, sobre todo tempranillos que no hayan pasado por madera.

A la hora del postre, la elección acertada para la sumiller es un blanco ligero o semidulce, como los de uva Moscatel o la italiana Moscazo, ambos muy afrutados.

Todas estas "reglas" no sirven de mucho si, como dice Daniel Roset, “cada uno no bebe lo que le gusta, porque tenemos nuestros propios gustos”. Lo complicado en estos casos es cómo saber qué variedad nos gusta más.

Según el sumiller, esto tiene una fácil solución, ya que asegura que con un curso de cata de vinos de menos de dos horas, podemos conocer los gustos de nuestro paladar.  “Cuando te metes vino en la boca si al final de la lengua notas un ligero picor es un caldo amargo, pero si lo notas en los bordes de la lengua es ácido, si es en la punta es dulce y si es en el borde de la lengua por dentro es salado”.

Pero todo esto no tiene ningún valor si no se disfruta en la mesa. El vino siempre sabrá mejor si la compañía es perfecta, si el clima es agradable, si el servicio del restaurante es bueno e incluso si tienes un buen día. “En estos casos da igual que el vino sea normalillo porque te va a saber fenomenal”, asegura el sumiller madrileño.

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