"Los panchos del papa Pancho", un alimento mundano y divino

  • "Dígale sí a Francisco, dígale sí a Pancho" es la leyenda bajo la que voluntarios católicos regentan, con fines solidarios, un puesto callejero de panchos, nombre con los que se conoce en Argentina a los "hot dogs" y el apodo que también reciben todas las personas llamadas como el papa.

Gastón Trelles

Buenos Aires, 15 mar.- "Dígale sí a Francisco, dígale sí a Pancho" es la leyenda bajo la que voluntarios católicos regentan, con fines solidarios, un puesto callejero de panchos, nombre con los que se conoce en Argentina a los "hot dogs" y el apodo que también reciben todas las personas llamadas como el papa.

"Nosotros entendemos que este es un papa cercano y fuera de lo común. Lo llamamos cariñosamente Pancho, porque todos los Franciscos son Panchos acá en Argentina", explicó a Efe Juan Carlos Dasseville, que todos los días trabaja en el puesto ubicado en pleno centro de Buenos Aires.

"Desde ese lugar y viendo que la palabra pancho tiene dos acepciones -una que es el sobrenombre y otra que es el alimento muy conocido, la salchicha en un pan- dijimos 'bueno, pongamos esto en marcha'", relató Dasseville.

Este voluntario, que se dedica profesionalmente a la exportación e importación de productos eléctricos, contó que la idea surgió durante la sobremesa de un asado entre amigos, voluntarios de la iglesia Santa Catalina de Siena de la capital argentina.

Dasseville comentó que todo se logró gracias a la colaboración de personas que donaron diferentes elementos para poder llevar a cabo esta original propuesta, desde el carro de acero inoxidable, en el que se cocinan las salchichas, hasta la sombrilla que lo resguarda del sol durante el tórrido verano austral.

El grupo católico vende "los panchos de Pancho" todos los días, desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, en una muy transitada esquina del centro porteño, enmarcada por dos emblemáticos edificios de la ciudad: el monasterio Santa Catalina y el centro comercial "Las Galerías Pacífico".

Vestido con el típico delantal y gorro blanco de todo "panchero", aseguró que venden entre 150 y 160 panchos por día a un precio de diez pesos cada uno, "muy por debajo del valor de mercado", y que todo lo recaudado se destina a Cáritas o al convento Santa Catalina.

El voluntario sostuvo que "la reacción de la gente es muy buena porque les despierta una sonrisa" y que con eso ellos ya se sienten gratificados y agradecidos.

"Son los mejores panchos de la zona", afirmó un hombre que transita a diario por la principal zona comercial de Buenos Aires y saluda a su panchero con un abrazo.

"Se genera un vínculo. La gente viene con tiempo, se traen amigos, charlamos un poco, los invito a que pasen al monasterio que tiene un hermoso jardín. Nos vamos conociendo, de eso se trata. Nos vemos a los ojos", dijo Dasseville.

Para no aburrirse a lo largo de las siete horas que pasan trabajando en el puesto callejero, el panchero tiene sobre el carrito un timbre y una corneta, que emplea en distintas ocasiones, además de una campanilla que usa para llamar la atención de los transeúntes.

Si el cliente tarda a la hora de elegir con qué aderezos acompañar su pancho, Juan Carlos toca el timbre para que reaccione "como los boxeadores" y, en cambio, hace sonar la pequeña corneta cuando el comprador desea su salchicha sin ningún condimento.

Dasseville, que no conoce personalmente al papa pero asistía con frecuencia a las misas que Jorge Bergoglio ofrecía cuando era arzobispo de Buenos Aires, resaltó que el Santo Padre llega a sus fieles de una forma "muy particular y sutil".

"Para mi Francisco es mucho porque siento que cuando habla hay muchas cosas que me las dice a mí, y eso les pasa a millones de personas. Siento que me entiende, (...) que sabe lo que me hace sufrir y lo que me hace alegrar", sostuvo.

Juan Carlos explicó que lleva a adelante esta iniciativa, desde el 13 de febrero, por el pedido de Francisco de salir a la calle, "de participar no solamente haciendo obras de caridad o reuniendo fondos, sino que lo principal es llevar el Evangelio".

"Uno puede hacer desde muchos lugares un gesto solidario. Lo puede hacer firmando un cheque desde su escritorio o comprometiéndose con su cuerpo y alma, estando, viendo y conociendo a la otra persona.(...) Eso es lo que vivo yo", aseguró Dasseville.

"Dar dándose es la experiencia nuestra", concluyó.

Mostrar comentarios