Personajes 

Dalton Trumbo: la historia del valiente solitario que cautivó a Hollywood

  • Por encima del escritor superdotado está el hombre íntegro y libre, el que desafió al fanatismo y lo pagó con cárcel, exilio, descrédito y amargura. 
Dalton Trumbo
Dalton Trumbo
Dalton Trumbo

Dalton Trumbo junto a su hijo Christopher, más que colaboradores. / UNDERWOOD ARCHIVES - GETTY IMAGES

Ni mucho menos sería el primer hombre –o mujer– de letras en utilizar la bañera como despacho: Benjamin Franklin o Agatha Christie fueron antes que él fanáticos de la escritura acuática. Pero, por razones tan obvias como bien distintas, no dejaron preservadas en celuloide sus remojadas creatividades. Dalton Trumbo, en cambio, sí lo hizo. En el cuarto de baño de su casa de México D.F., con su inseparable boquilla en los labios (cuentan que fumaba seis paquetes diarios), en medio de un caos de páginas, una taza de café, bandeja y atril, bolígrafos, lociones, cerillas y cenicero, toallas, kleenex… La foto (en la página siguiente) es de su hija pequeña, Mitzi, que una noche decidió inmortalizar la extravagante costumbre de un padre en todos los sentidos fuera de lo común.

“Rara vez aparece entre nosotros una persona cuyas virtudes resultan evidentes para cualquiera, con una capacidad tal de relacionarse con todo tipo de seres humanos, que supedita los dictámenes de su ego a las necesidades de los demás, que vive su vida en armonía con la comunidad a la que pertenece, que todo el mundo que entra en contacto con él reverencia y ama. Tal hombre, Dalton Trumbo no lo fue”. Porque James Dalton Trumbo (Montrose, Colorado, 1905-Los Angeles, California, 1976) era una de esas personas que no caen bien a todos. Él tuvo, antes y después de las listas negras, incontables enemigos; amigos, los justos. Sobre todo por ese carácter indomable e íntegro, por ese impulso batallador de no dejar pasar causa o abuso alguno, que es precisamente lo que, en filigrana, loaba su colega, camarada y amigo Ring Lardner Jr., en el extracto del elogio fúnebre que abre este párrafo.

Dalton Trumbo
Dalton Trumbo escribiendo en la bañera, una foto icónica tomada por su hija Mitzi. La imagen se replicó en estatua en el pueblo natal del escritor, Montrose, en Colorado.

Nieto de colonos e hijo de un vendedor de calzado, la vocación del joven Dalton no se hizo esperar mucho: ya en el instituto trabajaba como reportero junior del ‘Daily Sentinel’ de su pueblo. De ahí en adelante, todo: columnista en la prensa diaria, crítico, editor de revistas, autor de historias cortas, novelista… Su célebre parábola antibelicista Johnny cogió su fusil, publicada en 1939, en el preludio de la tormenta mundial, fue galardonada con el American Book Sellers Award (precursor del prestigioso National Book Award, la mayor distinción literaria en los EE UU). Hollywood, un imán para cualquier escritor con ganas de fama y, sobre todo, de dinero, tenía que ser la siguiente parada, y Trumbo se instaló allí bajo contrato con Warner Bros., en 1934. Con los años, de las procelosas aguas de la serie B emergería uno de los guionistas más codiciados de la edad dorada. Su trabajo era apreciado por los productores debido a tres motivos: sabía cómo contar (bien) una historia, escribía rápido y era capaz de trabajar en casi cualquier género. Puede que no tuviera la nobleza de un Ben Hecht, el encanto de un Samson Raphaelson o la ironía de un I.A.L. Diamond, pero su nombre era sinónimo de grandes películas (taquilla incluida). Ahora, ¿qué buena historia no se complica a la mitad?

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Con Norteamérica atrincherada entre dos guerras, una caliente y otra fría, y en pleno cierre ideológico, el republicanísimo senador Joseph McCarthy inició una cruzada para salvar al país del comunismo, que, según él (y otros muchos), se había infiltrado silenciosamente en todos los ámbitos y esferas de la sociedad para corroer los auténticos valores americanos. Y amparado en esa excusa paranoide, el vil Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC según sus siglas en inglés) espió, acosó y sancionó a miles de ciudadanos libres de toda sospecha razonable por sus creencias ideológicas. Las listas negras estaban a la orden del día: “Listas –escribe Joseph Roth en Me casé con un comunista– de todos los americanos que se han mostrado descontentos por algo, o que han hecho alguna crítica o han protestado, o que se han asociado con cualquiera que haya criticado algo o protestado por lo que sea, todos ellos ahora comunistas”. A Hollywood, con sus ídolos y estrellas, se le reservó el papel de ejemplo público.

Dalton Trumbo
Arriba, el senador McCarthy, instigador de la Caza de brujas. Al lado, Trumbo comparece ante el HUAC en 1947. Tras de 11 meses de cárcel, Trumbo  se exilia en México.

Coincidiendo con el periodo de entreguerras, el crack y la crisis económica primero, y la Guerra Civil española y el auge del fascismo en Europa más tarde, muchos fueron los motivos que llevaron a toda una generación de intelectuales a radicalizarse. “A finales de los 30, Trumbo había formado parte del Frente Popular, una coalición antifascista formada por comunistas y liberales, y, si bien se había creado una reputación como activista político de izquierdas, su pertenencia al Partido Comunista Americano (CPUSA) no parece clara hasta algunos años más tarde”, puntualiza Daniel López Leboreiro, especialista en el escritor, al que dedicó su tesis doctoral. En 1947, en un profundo declive democrático, bajo un clima generalizado de sospecha y en plena histeria del Red Scare (Temor rojo) sería condenado a prisión junto a los restantes “Diez de Hollywood”.

Su estrella comenzaba a declinar. Vinieron años de exilio –en su caso, en México– y problemas para encontrar trabajo; de tapaderas y pseudónimos; de brutales reducciones de salario. Un tiempo de canallas, como lo resumió Lillian Hellman, amargo y vergonzante, que, afortunadamente, se ha revisado en profundidad de cara a una necesaria reparación histórica.

Desmontando a Trumbo 

En una época en la que el principal objetivo del biopic al uso –y no solo en Hollywood, esta es una debilidad generalizada– se ha convertido en lograr un asombroso parecido físico entre actor y personaje (en lugar de contar la vida de su protagonista), es de agradecer la elección de un intérprete del talento de Bryan Cranston para encarnar a un escritor del calibre de Dalton Trumbo en la película Trumbo (que se estrena próximamente en España). Pero, ¿y la decisión de darle un tono de comedia a una historia tejida con fanatismo, ejemplaridad moral, valor, vergüenza, exilio y supervivencia? Vale que su director, Jay Roach, se haya especializado en comedias –los tres Austin Powers, Los padres de ella (y de él), La cena...–; ahora, por muchas vueltas que uno le da, el senador McCarthy y su látigo del HUAC no tienen nada de gracioso. Eso sí, solo por el trabajo de Cranston y la grandeza de Trumbo merece la pena pagar la entrada, un acto doblemente político en nuestros días.

Dalton Trumbo
A la izquierda, fotograma de 'Vacaciones en Roma' (1953), con Gregory Peck y Audrey Hepburn. Al lado, Kirk Douglas en 'Espartaco' (1960), cuyo guión es obra de Trumbo.

Y todos fueron Espartaco

Una y mil veces se ha contado también la denominada “batalla de Espartaco”, que muchos –excepto el propio Trumbo– han utilizado para colgarse la medalla de haber roto las listas negras. Kirk Douglas, protagonista y productor del film, afirma en su dudoso Yo soy Espartaco que la película –de la que reclama ser el verdadero autor– no acabó con las listas negras, pero sí con las de la hipocresía. Doble tanto, aunque, de hecho, la inclusión del nombre de Trumbo en los créditos no fuera tanto el valiente y desinteresado acto que reivindica, como una afortunada carambola (y la forma de convencer al guionista de que acabara el libreto, tras su renuncia, después de diez borradores del mismo).

Además, no debemos olvidar que, casi un año antes de su estreno, Variety anunciaba que el director Otto Preminger había contratado a Trumbo para escribir la epopeya sionista Éxodo. Ni tampoco que el primer blacklisted en ver su nombre en una pantalla en los Estados Unidos fue Jules Dassin, cuyo Rififí abrió en Nueva York el 1 de octubre de 1960. Espartaco no pudo verse públicamente hasta una semana más tarde. En fin, demasiados Espartacos, pero un solo Trumbo.

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