El destino de los refugiados afganos enrolados por Irán para defender a Asad en Siria

  • "¡No vayas, no mueras por dinero!", le había implorado Jehantab, que ahora llora la muerte de su marido Haider, un refugiado afgano reclutado por Irán para defender a su aliado sirio Bashar al Asad contra el grupo Estado Islámico (EI).

Irán, un país chiita que apoya al régimen del presidente sirio Asad, niega el reclutamiento de mercenarios afganos para combatir a los rebeldes sunitas, tanto laicos como islamistas, en una guerra que ha causado más de 240.000 muertos y cuatro millones de desplazados.

Pero los testimonios de combatientes afganos y de sus familias dan cuenta de una campaña activa, incluso coercitiva, de los Guardianes de la revolución iraní, una unidad de élite, para reclutar a chiitas afganos, sin documentación oficial en Irán.

Las lágrimas corren por las mejillas de Jehantab al recordar aquella discusión con su marido, de 35 años, quien la llamó hace dos meses de Teherán, donde buscaba trabajo.

"Me dijo: 'Voy a Siria y quizá no vuelva porque hay muy pocos combatientes que sobreviven en esta guerra brutal", cuenta la joven, sentada junto a sus tres hijos en una vivienda de Kabul.

Su marido -dice- se dejó llevar por el salario mensual de 700 dólares, una pequeña fortuna para un obrero sin experiencia militar, y la promesa de obtener un permiso oficial de residencia.

Jehantab suplicó a su marido que no cediera. Fue en vano. Días después, unos iraníes contactaron con parientes suyos, también refugiados en Teherán, para decirles que Haider había muerto en combate en Siria.

"A la vista de su reclutamiento, despliegue y uso en Siria, está claro que varios combatientes chiitas afganos no han sido más que carne de cañón", estima Phillip Smith, experto en movimientos armados chiitas que cifra entre 2.000 y 3.500 el número de afganos que combaten en Siria.

"Algunos se ven obligados a combatir, a otros les prometen la residencia permanente para su familia y un salario bajo. Todo esto demuestra la explotación por Irán de los refugiados chiitas afganos", añade.

Contactada por la AFP, la embajada iraní en Kabul considera que estas acusaciones "carecen completamente de fundamento".

Algunos chiitas afganos afirman actuar bajo amenaza, otros alegan la solidaridad confesional y la importancia de proteger el mausoleo de Sayidah Zainab, hija del califa Alí, situado cerca de Damasco, la capital siria.

Es el caso de Mohamed, un obrero de la construcción de Teherán que afirma haber ido hace siete meses a Damasco con otros combatientes afganos después de una formación en el manejo de las armas.

En Damasco, Mohamed dice haber integrado la brigada afgana Al Fatimiyun y luchado contra los rebeldes sirios junto al Hezbolá libanés, otro aliado del régimen de Bashar al Asad y de Irán.

"Irán no dispone de tropas de combate en Siria, pero es el que manda", cuenta Mohamed, a su regreso a Kabul, con un corte en el torso por metralla.

Los extranjeros (afganos, paquistaníes, iraquíes, libaneses, etc...) son cruciales para el régimen de Damasco, confrontado a la vez a los rebeldes en las afueras de la capital y la reducción a la mitad de las fuerzas armadas por el número de bajas en combate, las deserciones y la negativa a enrolarse, estiman los expertos.

"Pero ir a Siria es firmar un acta de defunción", maldice Zahra, prima de Haider, en una conversación con el hermano de éste, Husain, herido en el estómago por una esquirla de obús y hospitalizado en Teherán.

"Éramos 300 o 400 (afganos). Varios murieron pero yo sobreviví", responde Husain.

"Me dijeron que querías volver al combate. ¡No lo hagas! Busca un trabajo en Irán", le ruega Zahra. "Pero en Irán no hay trabajo", contesta él.

La línea telefónica se corta y Zahra hunde la cara en las manos. "Las vidas afganas no tienen ningún valor, ni en Afganistán ni en ningún sitio", suspira.

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