Tres décadas de la desaparición de la Unión Soviética

La caída pacífica de la URSS que dejó sin palabras a todos los teóricos marxistas

La figura de Gorbachov causa todavía polémica porque se le asocia a aquel periodo en que el país dejó de ser una superpotencia Fue el único imperio en la historia que se disolvió sin un largo conflicto violento. 

El expresidente Borís Yeltsin, tras un intento de golpe de Estado en 1991
El expresidente Borís Yeltsin, tras un intento de golpe de Estado en 1991
Agencia EFE

A principios de agosto de 1991, hace 30 años, Mijail Gorbachov, presidente de la Unión Soviética, se fue a pasar unas vacaciones a su dacha, la casa de campo en Crimea. Justo en esos momentos, a sus espaldas se estaba gestando un golpe de estado. Los conspiradores eran de la línea más dura de la política de la URSS: Vladimir Kryuchkov director del KGB; Dmitri Yázov, ministro de Defensa soviético; Guenadi Yenayev, vicepresidente; Boris Pugo, ministro de Interior; y Valentín Pavlov, presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética.

Todos ellos deseaban parar los pies a las reformas de Gorbachov. De hecho, el día 20 de agosto, Gorbachov había previsto aprobar un nuevo Tratado de la Unión por el cual desaparecería la URSS y en su lugar vendría una Federación de Repúblicas Independientes. Para los golpistas, eso era disolver vieja URSS. No estaban dispuestos.

Así que el 18 de agosto, agentes del KGB cortaron las comunicaciones de la dacha de Gorbachov. Los guardias cercaron la casa. Poco después varios de los conspiradores llegaron a Crimea para obligar a Gorbachov a declarar el estado de emergencia, a dimitir y a aceptar como nuevo presidente en funciones de la URSS a Guenadi Yenayev.

Gorbachov se negó en rotundo así que los golpistas le mantuvieron preso en la dacha y regresaron a Moscú. Allí dictaron varias órdenes para preparar el golpe de estado. La primera fue la “Declaración del Liderazgo Soviético” la cual aprobaba el estado de emergencia en la Unión Soviética. También aprobaron la creación de un Comité Estatal para el Estado de Emergencia, para gobernar el país durante un periodo especial. Yenayev se nombró presidente de la URSS, y declaró incapacitado a Gorbachov por enfermedad.

La mañana del 19 de agosto de 1991, los golpistas emitieron sus mensajes a través de la radio y la televisión: se declaraba el estado de emergencia por el cual se suspendían las actividades políticas y se decretaba el silencio de la mayor parte de los medios de comunicación. Dos divisiones de tanques se dirigieron hacia Moscú. Al mismo tiempo, los golpistas movilizaron a los paracaidistas mientras que los agentes del KGB interceptaban y neutralizaban a los diputados más peligrosos.

Sin embargo, no pudieron dar con el que podría hacer peligrar el golpe: Boris Yeltsin, presidente de Rusia, la república más poderosa de la Unión Soviética. Yeltsin se desplazó rápidamente al edificio del parlamento soviético (llamado Casa Blanca), y allí se reunió con el presidente del Soviet Supremo, Ruslán Jasbulatov. Ambos denunciaron que se estaba llevando a cabo un golpe de estado por un grupo de reaccionarios que querían destituir a Gorbachov y volver a la vieja dictadura. Yeltsin y Jasbulatov pidieron al Ejército Rojo que no se uniera a los golpistas. Pero su mensaje no fue radiado porque los medios estaban intervenidos y paralizados por el KGB. Solo pudieron imprimir panfletos y distribuirlos por Moscú.

Sin embargo, el anuncio realizado por la mañana por los golpistas a través de los grandes medios hizo reaccionar al pueblo ruso. Los moscovitas se fueron congregando alrededor del edificio del parlamento. Levantaron barricadas. Cuando llegaron los carros de combate de una de las divisiones, en lugar de desalojarles por la fuerza, los soldados se unieron a los defensores del parlamento.

Al día siguiente, 20 de agosto, se decretó el toque de queda en Moscú. Otro grupo de carros de combate se dirigió a desalojar a los defensores del parlamento, pero al mismo tiempo más militares, incluidos generales, se sumaban a Yelstin. Los militares estaban divididos.

Para consumar su golpe, los golpistas prepararon entonces una operación en la que intervendría el KGB, tropas antidisturbios OMON, la división Dzerzhinski, fuerzas antiterroristas (Alfa) y de operaciones especiales (Spetsnaz). Todo estaba preparado para intervenir el mismo día 20. Un grupo de fuerzas Alfa asaltaría el parlamento y detendría a Yeltsin.

A medida que pasaban las horas, más moscovitas acudían a la Casa Blanca a defender a su parlamento. En uno de esos momentos, que quedó para la posteridad, Yeltsin salió al exterior, se subió a un carro de combate y condenó a los golpistas. La imagen era lo que se dice una foto-op: una foto-oportunidad, porque las cámaras de televisión y los reporteros sí estaban allí y lo retransmitieron a todo el país y al mundo.

Al final, la operación de asalto de las fuerzas especiales no se llevó a cabo porque las tropas se negaron a causar un baño de sangre. “El ejército se dio cuenta de que no podía ir contra el pueblo”, afirma Francisco Herranz, ex corresponsal de 'El Mundo' en Moscú, y autor de “Gorbachov: luces y sombras de un camarada” (libros.com). Los golpistas fueron detenidos. Antes de que acabara el año, la Unión Soviética fue disuelta, y la bandera de la hoz y el martillo desapareció de Rusia. Se regresó a la bandera tricolor del tiempo de los zares. Setenta años de comunismo tirados a la basura.

Si alguien hubiera dicho cinco años antes que la URSS caería de este modo, se le habría tomado por un loco. “Eso demostró que era un edificio que estaba podrido por dentro”, afirma Herranz.

Para los más ortodoxos marxistas –la mayor parte de los cuales enseñaba en las Universidades de Occidente– aquello era inexplicable. La Unión Soviética jamás caería porque era la última etapa predicha por el materialismo histórico, una teoría científica tan irrompible como la gravedad. Pero al final cayó la dictadura del proletariado por sus propias contradicciones, dejando boquiabiertos a sus teóricos.

Había escasez de productos de primera necesidad; seguían existiendo colas para comprar; no se podía mover uno libremente dentro o fuera del país...

La principal de esas contradicciones era que después de 70 años de comunismo el pueblo vivía con las mismas penurias de siempre. Había escasez de productos de primera necesidad; seguían existiendo colas para comprar cualquier producto; no se podía mover uno libremente dentro o fuera del país; no existía libertad de expresión y se impedía la propiedad privada. A escala estatal, el país estaba quebrado.

Yegor Gaidar, que fue primer ministro interino de Rusia desde junio de 1992 hasta diciembre de 1992, publicó el libro “El colapso de un imperio: lecciones para la Rusia moderna”. Publicado en 2007, afirma que todo fue una cadena de acontecimientos: primero, la agricultura soviética se estancó en la década de los ochenta. Sin embargo, las ciudades demandaban más grano y a falta de suministros, la URSS tuvo que comprar grano en los mercados internacionales. Por aquel entonces, principios de los ochenta, el precio del petróleo todavía era alto debido a la crisis de los años setenta. Rusia se podía permitir comprar grano en el extranjero con los excedentes de su producción petrolera. Pero justo a mediados de los ochenta, el precio del petróleo se derrumbó. Entonces, la URSS tuvo que pedir fondos a los bancos occidentales (gran contradicción materialista) para adquirir grano. Al desviar al presupuesto hacia esas actividades, la URSS no podía enviar tropas para sofocar las rebeliones en varios países del este como Polonia y Alemania Oriental. Si lo hacía, los prestamistas occidentales no le habrían facilitado el dinero. El hambre en las principales ciudades soviéticas, según Gaidar, era el mayor temor del soviet supremo.

Pero otros analistas aportan otras razones: la baja productividad de las empresas estatales soviéticas era un mal que se estaba fraguando desde los años setenta y era la consecuencia del sistema comunista. Desde finales de los años setenta, los servicios de estudios occidentales siempre rebajaban las cifras de producción soviéticas a la mitad o menos porque sabían que buena parte era pura propaganda.

Grigori Yavlinski, que fue asesor de Gorbachov en cuestiones económicas, se refería a la baja productividad de las minas soviéticas diciendo: “El sistema soviético no funciona porque los trabajadores no están funcionando”. La falta de incentivos y la nula propiedad privada se unieron para desanimar a los trabajadores del sistema estalinista de producción. De hecho, los rusos con su particular amargo sentido del humor decían sobre el estado: “Ellos simulan que nos pagan y nosotros simulamos que trabajamos”.

El sistema estalinista además seguía estando presente en la economía soviética. El 70% de la producción se destinaba a actividades militares. Los logros conseguidos con estos gigantescos presupuestos fueron sorprendentes a lo largo de las décadas: desde la carrera espacial, donde llegaron a superar a EEUUU en algunos hitos, hasta en la producción industrial y los inventos como el reactor de fusión nuclear Tokamak, o armas avanzadas.

Pero a diferencia de EEUU, esas mejoras pocas veces pasaban a los consumidores. Por ejemplo: para llegar a la Luna en las misiones del Apolo, la NASA llegó a un acuerdo con las empresas privadas de modo que si estas conseguían aplicar un invento a la carrera espacial (una mejora en los asientos, en las baterías o en los tableros de mando), podían quedarse con la patente y explotarla comercialmente. Así fue que desde los miniaspiradores sin cables de Black & Decker hasta los cascos con cristales antirayaduras de Foster Grant, acabaron a final en los supermercados de EEUU convertidos en productos de gran consumo: en manos del pueblo. La economía de mercado hacía que todos esos inventos llegaran al ciudadano de a pie.

En la URSS eso no podía ser porque no existía la propiedad privada. En un artículo del Instituto Brookings, la analista Diana Villiers Negroponte afirma: “[En los años ochenta] el rublo solo tenía valor en papel, y los ciudadanos soviéticos tenían entre 400 y 450.000 millones de rublos, pero no tenían nada en qué gastarlo; las estanterías de las tiendas ofrecían pocos bienes de consumo”. El 80% de la inversión de capital iba al complejo militar-industrial. Solo el 20% se dedicaba al consumo.

Hubo más razones para explicar el colapso de la URSS. Cuando Gorbachov llegó al poder, el precio del barril de petróleo estaba por encima de los 70 dólares. Justo un año después, estaba en 26 dólares, tres veces menos. Para Thayer Watkins, analista de la Universidad de San José (EEUU), esa caída no fue casual: “Hay evidencia de que esto ocurrió debido a una conspiración entre la Agencia Central de Inteligencia Estadounidense (CIA) y los líderes de Arabia Saudita para castigar a la Unión Soviética por su invasión de Afganistán. Arabia Saudita aumentó drásticamente su producción de petróleo y, en consecuencia, bajó el precio del petróleo”.

Los gastos de la URSS para mantener la guerra en Afganistán fueron muy elevados. La URSS invadió este país en 1979: murieron 15.000 soldados y 35.000 quedaron heridos. Las madres rusas protestaron a escala nacional por esta guerra sinsentido, lo cual deterioró el respeto a las instituciones soviéticas.

Hay más razones que podrían explicar la caída de la URSS. Ronald Reagan, presidente de EEUU desde 1981, anunció un programa de defensa espacial llamado “La Guerra de las Galaxias”, por el cual podrían detener cualquier agresión de misiles de la URSS con sofisticados sistemas orbitales. La URSS reaccionó invirtiendo aún más recursos en su sistema militar. “Eso supuso deprivar a los ciudadanos de a pie de recursos para la investigación médica, para infraestructuras y para bienes de consumo. Las quejas de los ciudadanos comunes se dispararon”, afirma Villiers Negroponte en su artículo.

Y por último, la URSS se desangraba en frentes lejanos porque destinaba mucho dinero a ayudar a los países comunistas en África y América Latina (como Cuba), y para financiar la propaganda izquierdista en medio mundo, incluyendo la agitación universitaria y sus profesores.

Gorbachov hizo un intento de abrir la mano a la iniciativa privada cuando fue elegido secretario general del Partido Comunista en marzo de 1985. Desde el punto de vista económico, eliminó la propiedad estatal de las empresas y permitió que sectores enteros cayeran en manos privadas. Emprendió cambios políticos, introduciendo sistemas más democráticos en la elección de cargos, y aprobó una era nueva de transparencia, permitiendo más libertad a los medios de comunicación. Los soviéticos por primera vez se enteraron de lo que estaba pasando fuera de las fronteras. Incluso se les permitió criticar al régimen en medios tan poderosos como Pravda.

Gorbachov hizo salir a las tropas de Afganistán a partir de 1988. Tampoco hizo intervenir a sus tropas cuando se rebelaron los territorios que estaban bajo la órbita de Moscú, empezando por las repúblicas bálticas. Jamás dio una orden para aplastar las rebeliones en Polonia, Alemania del Este y Hungría a lo largo de 1989. A esas rebeliones siguieron las de Ucrania y al final las repúblicas del Cáucaso, que pidieron la independencia. Entonces, la vieja maquinaria soviética comenzó a conspirar contra Gorbachov.

Alexander Yakovlev, uno de los asesores de Gorbachov, diría años después en una entrevista. “Nos pareció que todo lo que teníamos que hacer era eliminar algunas prohibiciones. Si soltábamos los frenos, todo empezaría a funcionar”. Usando el símil del motor, añadió: “Pero en cuanto comenzamos a hacer reformas realmente radicales, digamos en política exterior, inmediatamente nos encontramos con la resistencia del sistema, es decir, el complejo militar-industrial, núcleo central del sistema. Comenzaron a resistirse”.

Durante la etapa de Gorbachov, la privatización de empresas favoreció a los especuladores. Como se dijo antes, la agricultura no logró aumentar la producción y el país comenzó a endeudarse. Los ingresos por petróleo decayeron, los gastos por la guerra aumentaron, y la población sufrió tantas penurias económicas como antes. Incluso más. Desde el punto de vista económico, su gestión fue un desastre.

Gorbachov dimitió el 25 de diciembre de 1991. Cuatro días antes, la radio emitió el siguiente mensaje: “Buenas noches: la URSS acaba de dejar de existir”. La figura de Gorbachov causa todavía polémica en la nueva Rusia porque se le asocia a aquel periodo inestable en que el país dejó de ser una superpotencia. Le echan la culpa del colapso. Pero gracias a él, se hizo un cambio radical sin desembocar en una guerra civil. “Lo tremendamente positivo es que no empleó la fuerza en su mandato”, opina Herranz. Si la vieja URSS hubiera caído en la guerra civil, habría significado una hecatombe planetaria: un conflicto en un país de casi 300 millones de habitantes, con el mayor ejército del mundo, el mayor número de carros de combate y el mayor número de cabezas nucleares. Si hay alguien que se haya ganado a pulso el premio Nobel de la Paz, ese es Mijail Gorbachov. Como afirma Diana Villiers Negroponte: “[La URSS fue] el único imperio en la historia que se disolvió sin un conflicto violento prolongado”.

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