Niños-bomba y la falta de previsión

  • Las imágenes son el elemento de transporte para hacer llegar a una audiencia objetivo muy determinada la semilla de la violencia.

    Si Estado Islámico basa un mucho su existencia en la propaganda, Occidente debe hacer lo mismo.

El desgarrador mensaje de unos huérfanos de Alepo: ¿Cuándo nos van a rescatar?
El desgarrador mensaje de unos huérfanos de Alepo: ¿Cuándo nos van a rescatar?
Salvador Burguet, CEO de la compañía de Inteligencia AICS
Salvador Burguet, CEO de la compañía de Inteligencia AICS

Hoy este periódico abría su edición de madrugada con un titular escalofriante, “Una niña de siete años se inmola en una comisaría en el centro de Damasco”. La entradilla daba un primer detalle de cómo habían transcurrido los hechos. Más abajo, otro titular hablaba del niño-terrorista alemán, “Un niño intentó volar en Alemania un mercadillo navideño y falló el detonador”.

Por último, “El “EI” ha utilizado al menos a 89 niños en acciones suicidas durante el último año”, es el tercer artículo en el faldón derecho, que abordaba el mismo asunto. Los tres profesionales que escriben las crónicas narran con desgarradora realidad unos hechos que, por quienes los protagonizan, hielan la sangre a cualquiera. Sin embargo, para quien sigue la evolución del terrorismo islamista durante los últimos meses (y no especializado en la materia), estos acontecimientos no resultan tan llamativos pero sí altamente preocupantes.

Desde hace más de año y medio, la organización terrorista Estado Islámico está distribuyendo vídeos protagonizados por niños y adolescentes. Desde el famoso video-reportaje “Sur les traces de mon Pere”, en el que un preadolescente de apenas doce años narraba su viaje desde Francia hasta Siria para seguir los pasos de su padre, combatiente de Estado Islámico muerto, y que acababa con el asesinato de dos prisioneros, pistola en mano, por el protagonista y su hermano, por cierto menor que él; hasta el último producto en el que varios adolescentes recibían entrenamiento militar, han sido numerosas las grabaciones con estos “tempraneros” protagonistas.

El no menos famoso vídeo de una macroejecución protagonizada por adolescentes en el histórico teatro romano de Palmyra (esa ciudad ahora en disputa), que hacía recordar los tiempos en que se sacrificaba a los cristianos con la pompa y boato propia del Imperio Romano (faltaba la figura del César, que bien podría ser el paranoico al-Baghdadi), es otro de los productos de la factoría Estado Islámico y de gran aceptación en los entornos radicales. En todos ellos, los protagonistas digitales son niños, adolescentes e imberbes personajes que, en España, estarían jugando con su vídeo-consola o viendo la última película de la famosa creadora de Harry Potter.

Entonces y ahora, todo el mundo se escandalizaba, principalmente por la edad de estas dudosas “estrellas digitales”, pero nadie, o casi nadie (por eso de la generalización y las injusticias) iba o ha ido más allá para profundizar en el mensaje que esos vídeos transmitían.

La opinión pública solo ve en esas imágenes la crueldad de utilizar a los pequeños en actividades terroristas, pero lo realmente grave (más allá de la inmolación o el asesinato) es que esos protagonistas son voluntarios y están convencidos de lo que hacen. Y yendo más allá, quieren convertirse en ejemplo, como en mi época lo fue “Mazinger Z”, de una parte crítica de la sociedad internacional para que siga sus pasos, pero no en Siria.

Como en casi todo lo que sale de las mentes enfermizas pero calculadoras de los dirigentes islamistas, el mensaje es lo más importante. Las imágenes, y parece que Occidente se resiste a admitir este hecho, son el elemento de transporte, cual vector viral en medicina, para hacer llegar a una audiencia objetivo muy determinada, la semilla de la violencia, del odio a lo que no sea su forma de ver el Islam (que no es la mayoritaria ni la aceptada por casi la totalidad de sus practicantes).

Si hace muchos años yo quería convertirme en Koji Kabuto y tener un robot a mis órdenes, esa audiencia objetivo a la que van destinados esos productos audiovisuales quieren convertirse en esos protagonistas que ven ataviados con ropas de camuflaje, pañuelos alrededor de la frente y una pistola automática en la mano que acaban con el infiel de certero disparo.

Ante esto, Europa no ha sabido, y es triste decirlo, prepararse. Ya ocurrió en Francia meses antes de noviembre de 2015, un mes difícil de olvidar para todo el mundo, cuando no se supo prever (vamos a dejar a un lado los motivos) que “algo se estaba cociendo”, y ahora, cuando leemos los titulares con los que abre este periódico nos damos cuenta que seguimos cayendo en el mismo error.

No hemos alcanzado a comprender que, más allá de las bombas, de los asesinatos y de los ataques con cuchillos (la última modalidad inducida desde Siria), esta organización terrorista ha creado una microsociedad que está programada (y convencida) de que el demonio se llama Europa y que, como tal, hay que destruirlo. Luchar contra Estado Islámico no supone solo utilizar armas y bombas, sino que también implica hacer uso de otro tipo de armamento, más delicado, sutil y complejo, que ataque el virus inoculado en esas cabezas adolescentes. Es necesario que alguien se tome en serio que esa sociedad ad hoc creada por al-Baghdadi y sus secuaces, es la amenaza a medio y largo plazo que va a tener que afrontar Europa.

Cual semilla que hoy planta el labrador, y que con cariño y tiempo crecerá y dará su fruto, el terrorismo islamista ha sembrado nuestro Viejo Continente de diminutos seres que día a día, hora a hora, son cuidados con el mismo cariño que el agricultor a su campo, para que den el fruto programado dentro de unos años.

Si Estado Islámico basa un mucho su existencia en la propaganda, Occidente debe hacer lo mismo. Si “ellos” han tomado como patrón de maquetado de sus revistas y vídeos las películas de acción o los video-juegos (alguien dijo una vez que algunas producciones se parecen muy mucho a videojuegos muy de moda entre adolescentes), nosotros debemos hacer lo mismo.

Puede parecer triste, o quizá hasta susceptible de ser visto como un plagio (por los puristas), pero es imperativo (si queremos frenar una posible expansión de este germen del mal) actuar utilizando las mismas armas. Es dinero, sí, pero debe entenderse como una inversión en paz y, sobretodo, una inversión en beneficio de esos que ahora nos miran desde muy abajo, que están aprendiendo a ser adultos y que, inconscientemente, son víctimas de personajes perversos que nunca buscarán su bienestar. Y, como todo en este mundo, solo se basa en una decisión política.

Quiero hacer una reflexión final pero, de ningún modo deseo que se entienda como una forma de poner medallas en algo que represento. Hace casi un año, en AICS (y no entienda el lector que esto es publicidad, no es mi estilo) preparamos una campaña de Comunicación Estratégica, encaminada a atajar este problema que ahora emerge. Nuestro Asesor en la materia, muy probablemente (y para mí seguro) el mejor especialista en España en este campo, pasó muchas horas diseñando lo que tendría que ser la forma de acometer el problema.

Desde los objetivos a cumplir, las formas de hacerlo, los mensajes a transmitir, hasta los medios técnicos a utilizar, todo se estudió y se plasmó en el documento de rigor. Se distribuyó este análisis en diversas instituciones oficiales, nacionales y europeas; el resultado fue que acabó alimentando el cajón de los olvidos. Me pregunto, no sin cierta frustración, por qué.

Estado Islámico utiliza armas, no físicas pero sí letales, que Europa debe usar también. El terrorismo islamista, ese nuevo cuño hostil que, como la nueva política, se intenta asentar en Europa, y en España, trabaja campos que hasta ahora nunca se habían planteado entre los responsables de proteger nuestra integridad física. Estos profesionales no tienen la culpa, bastante hacen día a día, pero sí es necesario que se les proporcionen medios paralelos, complementarios, que hagan su trabajo más fácil y que, en definitiva, reduzcan los problemas a los que se enfrentan a diario. Es obligatorio, y quizá suene hasta políticamente incorrecto, que Europa (y España), aborde el problema de la propaganda, de la programación psicológica de estos niños y adolescentes con seriedad y contundencia. Y eso no debe escandalizarnos.

Pensemos, llegado este punto, en algo tan sencillo como las compras de Navidad. No vemos nada raro, todo lo contrario, en el bombardeo publicitario que por estas fechas recibimos desde cualquier medio, plataforma mediática o canal de transmisión. Colonias, juguetes, ropa, todo se expone a nuestros ojos como si hace un mes no existiera, intentándonos convencer de lo bien que podemos quedar con esa persona querida si le compramos ese producto tan publicitado. Pues hagamos lo mismo con esos niños, con esos adolescentes. Vamos a venderles el producto que les convenza de que están en el camino equivocado.

Debemos mostrar que Occidente, no es el mal y que es Occidente quien les ha acogido, quien les da unas posibilidades de crecer en paz, quien les da la oportunidad de evolucionar personal y profesionalmente, de ilustrarse técnicamente y llegar a ser alguien importante para la sociedad en general. Que los colegios, las universidades, los centros educativos en general están aquí, en Occidente, para su disfrute y que destruir eso es volver al pasado más triste. Que Estado Islámico quiere una involución histórica (a otras épocas) es evidente, pero es responsabilidad nuestra que ese deseo se frustre, al menos, en aquellos que ahora, a pesar de lo que ellos creen, no saben de su significado.

Como solía decir mi madre, un bien y un mal no duran cien años, pero los primeros se hacen más largos que los segundos y en este caso, solo estamos al principio.

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