"Sólo nos dejan salir 9 horas al día"

Un español en la ratonera de Jersón: "La gente no tiene ni agua; voy a ayudarles"

El joven empresario de la firma Cortuhondo cuenta a 'La Información' que reparte alimentos y medicinas en la última ciudad tomada por el ejército ruso.

Un tanque ruso en Jersón.
Un español en la ratonera de Jersón: "La gente no tiene ni agua; voy a ayudarles".
Agencia EFE

Son las 9:00 de la mañana en Jersón (una ciudad al este de Ucrania). El cielo está cubierto de nubes grises y ni un alma se escucha por la calle. Pero este silencio es interrumpido por el ruido que hacen las botas en cada charco que pisa Vitaly, un joven español que trabajaba hasta hace menos de una semana como intermediario entre exportadores españoles e importadores ucranianos. "Ya no puedo quedarme más tiempo en casa, me está llamando mucha gente pidiendo ayuda. Los niños se han quedado sin comida, los asmáticos y los diabéticos necesitan medicamentos, la gente está sin pan, sin agua. Buscaré el coche en el parking y recogeré a mi amigo para ver qué podemos hacer", dice Vitaly. Escupe las palabras bajo una mirada cansada y perdida. Es el rostro de la guerra. Muy lejos de aquel aspecto sonriente con el que posa junto con una tabla de surf en su foto de perfil de Whatsapp.

Jersón aguantó las embestidas de los tanques y los misiles rusos hasta el quinto día. Hoy todos sus vecinos viven bajo el dominio militar ruso. Las reglas son claras: entre las 9 de la mañana y las 6 de la tarde (que es cuando suenan las sirenas por todas las calles), los ciudadanos pueden salir de sus viviendas para comprar o verse con los suyos. Pero una vez que esas 9 horas transcurren, todos deben ir rápidamente a sus casas porque, si no, serán una víctima más de la anónima lísta de muertos que está ocasionando esta guerra.

La leve lluvia que caía del cielo se ha ido convirtiendo en una fina nieve. Desde la ventana del cuarto de Vitaly se atisba una imagen que parece humanizar a esos fríos e insensibles soldados rusos. Todos ellos, uno a uno, aparecen en fila empujando un carrito de compra hasta arriba de comida recién 'tomada' del supermercado. Pero esta escena no oculta sus verdaderas acciones si las reglas que han impuesto no se cumplen. Ayer un coche de color verde apareció en una de las calles más céntricas de Jersón con medio centenar de agujeros de bala y con su conductor muerto en el interior. "Solo se puede conducir si se va muy lento y siempre con las chaquetas desabrochadas. Si el soldado decide pararte, hay que salir con las manos arriba y permitir que te registren todo el coche para que se aseguren de que no hay ningún tipo de arma dentro", relata Vitaly.

Los 'partisanos' (milicias del ejército ucraniano junto con civiles armados) ya no disparan durante el día, aunque hay algunos ataques esporádicos por las noches. Los soldados de Putin ofrecieron a los vecinos no hacer uso de su gran armamento a cambio de que cesaran las guerrillas que impulsaban estos grupos. Vitaly no ha participado nunca en estas misiones que llevan a cabo sus conciudadanos. Él piensa que su misión es otra. Una menos heróica como la de aquellos que portan un arma. A lo largo de estos días también ha hecho guardia en el hospital de la ciudad. Allí hay cientos de enfermos, no solo de la guerra -que también- sino además pacientes que han contraído el coronavirus.

Centro comercial de Jersón 'La Fábrica'.

Vitaly -en uno de sus viajes- decide ir a La Fábrica. Un centro comercial que según los vecinos era el más moderno de toda Ucrania. El padre de Vitaly, Julio, va más allá y dice que no ha visto uno igual en Europa. Hoy está destrozado por los cañones rusos. En su interior encuentran una farmacia: "Vamos a coger para los niños todo lo que podamos". No hay luz, los medicamentos están desperdigados por el suelo y hay alguna que otra estantería caída en el suelo. También acude al supermercado de este centro. No hay nadie, hay carros llenos de comida abandonados y la alarma no para de sonar. Pero la peor parte se la ha llevado la zona de restauración. Hoy es solo un conjunto de escombros amontonados junto con la ceniza que ha dejado el fuego.

El maletero del coche de Vitaly está hoy hasta arriba de medicamentos y de alimentos. Toda esa nueva mercancía irá destinada al hospital de Jersón. En una semana, este joven empresario ha pasado de poner en contacto a exportadores e importadores para que lleven a cabo transacciones, a dedicar todo su tiempo a viajar por las desérticas carreteras en busca de almacenes que tengan alimentos con los que saciar a una población de una ciudad hambrienta y que hasta hace no mucho brillaba por ser un 'faro' de gran actividad económica. Pero él no baja los brazos; y afirma de forma tajante: "Si Dios nos ha salvado la vida es para algo, por lo que hay que ayudar a la gente".

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