OPINION

La apuesta Mercosur: mucho más que un acuerdo histórico

El ministro de Exteriores de Brasil, Ernesto Araujo
El ministro de Exteriores de Brasil, Ernesto Araujo
EFE

A muchos nos ha sabido a poco la relevancia mediática que ha tenido la firma el pasado 28 de junio del acuerdo entre la Unión Europea y los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay), por muchas y muy poderosas razones.

La primera, sin duda, por la duración y complejidad de las negociaciones (han sido casi veinte años). Un empeño que parecía destinado a languidecer, pero que se ha hecho realidad por pura voluntad política: era ahora o nunca. No puedo dejar de señalar lo que significa el hecho de que los países miembros suspendieran a Venezuela en el Mercosur en 2017, por la ruptura del orden democrático por parte del Gobierno de Maduro, sin que desde entonces se hayan registrado (más bien todo lo contrario) medidas eficaces y oportunas para la restauración del mismo. En su plan de demolición del país, el chavismo ha dejado fuera de este marco de prosperidad a sus treinta millones de habitantes, sumidos en el colapso social, político, económico y humanitario.

El segundo motivo, muy relevante, por lo que significa. Como todos los acuerdos de Asociación de la UE, el acuerdo Mercosur es mucho más que un acuerdo comercial. Ese mercado conjunto de 800 millones de personas, con más de 100.000 millones de dólares de comercio bilateral, se configura al estilo europeo: es decir, con garantías de respeto a las libertades y derechos de trabajadores y empresas, y de protección medioambiental y crecimiento sostenible, acorde a los estándares comprometidos internacionalmente en el Acuerdo de París y en la Agenda 2030.

Y, en tercer lugar, por su impacto desde el punto de vista de liderazgo estratégico. La UE ha conseguido que se estampen las firmas antes de que acabara esta legislatura, importantísima para el escenario global, ejerciendo su competencia exclusiva de suscribir acuerdos de asociación comercial a nivel internacional. Tras cerrar con éxito los grandes acuerdos con Canadá y Japón, a comisaria liberal Cecilia Malström ha logrado convencer a todas las partes (al renuente comisario Hahn incluido) de la importancia de lanzar un potente mensaje: la apuesta por el progreso y el libre comercio, en un contexto comercial dominado por el neoproteccionismo de Trump y su guerra comercial abierta con China.

Con un movimiento inesperado, impulsado por la visión y astucia de Macri y el apoyo de España, el marco del G20 en Osaka configuró el momentum. Éste es el tipo de logro que la UE consigue "bajo el radar", gracias al trabajo silencioso e incansable de muchos funcionarios. Logros que contrarrestan el involucionismo reaccionario que viene de Washington, y que nos dan cierta ventaja sobre Pekín.

Queda por delante, es cierto, un complejo proceso de ratificación por parte los Estados Miembros y al Parlamento Europeo no exento de dificultades, con incógnitas acerca del papel que desempeñarán Bolsonaro y otros actores políticos en nuestro continente, así como la necesidad de equilibrar el impacto en el sector agrícola europeo y en el industrial del Mercosur. Pero es una muy buena noticia a largo plazo para todos los nuevos socios. Con el compromiso debido, y si tiene el éxito que esperamos, otros países de América Latina querrán entrar en esta zona de libre comercio, con lo que avanzaremos de forma muy significativa en la integración regional y en el fortalecimiento de la UE como socio de referencia.

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