OPINION

El beso de tornillo que no se darán Amaia y Alfred y otras 'sorpresas' de la historia de Eurovisión

Amaia y Alfred, Tu canción
Amaia y Alfred, Tu canción
Amaia y Alfred, Tu canción
El segundo antes del beso en OT.

Eurovisión fascina por la música pero, también, por la manera en la que se plasma esa música en televisión. Así ha sido el eurofestival desde sus orígenes, cuando se realizaba en teatros con escenarios más discretos, sin la existencia de grandes pantallas en el decorado ni posibilidad de cámaras voladoras, pero donde sí se abría camino la creatividad más imprevista que pilla por sorpresa esa ansiada curiosidad del espectador.

En 2018, se habla del beso de Amaia y Alfred como posible y esperado colofón a Tu canción. Será una guinda al aprendizaje en la Academia y la relación de amor que ha crecido ante los ojos del espectador en Operación Triunfo. Aunque no será ninguna sorpresa, como sucedió en 1957 cuando Dinamarca paralizó Europa con una escena de película romántica. Los cantantes Birthe Wilke y Gustav Winckler besándose. Y se besaron bien, sin remilgo. Con derroche de pasión. Sin nada de vergüenza en un tiempo en el que la televisión era muy vergonzosa.

En el año 1957, además de besos de tornillo, también Eurovisión empezó a percatarse de la necesidad de incorporar escenografías particulares para destacar a través de la tele. Así, Margot Hielscher se puso a hablar a un Telefon, Telefon de buen tamaño. Ella, precursora del Hola Raffaella.

Más tarde, los muñequitos adquirieron protagonismo en los primeros tiempos eurovisivos. Pearl Carr & Teddy Johnson, de Reino Unido, cantaron a su pajarito en la elegante televisión de 1959.

Llegó el año 1963 y Annie Palmen, de los Países Bajos, dedicó su canción a unas muñecas de porcelana que giraban y giraban. Ya no había vuelta atrás: las puestas en escena empezaron a ser decisivas para diferenciarse en un Eurofestival que ya era todo un acontecimiento.

Así el frenesí de Eurovisión fue creciendo en los prometedores setenta. Teach In interpretó su famoso Ding-A-Dong en 1975. La canción sigue siendo tarareada hoy, lo que quizá pocos recuerdan es que rompieron una campanilla de cristal al final de la actuación. Con zoom de cámara calculado a medida y todo.  Buscar la sorpresa, el detalle, el gesto especial ya era un aliciente necesario en el song contest.

Pero la campanilla rápido se quedó en algo naif, había que superarse en el golpe de efecto de lo llamativo, lo que da de qué hablar. Peter, Sue & Marc & Cia fueron a Eurovisión en 1979 con herramientas de jardinera reconvertidas en instrumentos musicales. Adelantados al reciclaje y a la televisión, hoy serían perfectos para Got Talent.

Eurovisión ya no tenía complejos. Y Sophie et Magaly en 1981 decidió cambiar un ballet por un pingüino.

En el 88 la cosa fue ganando temperamento. Y los representantes de Dinamarca, Hot Eyes, estamparon una guitarra en la cabeza de su director de orquesta. Salieron todos ilesos. Bueno, menos la guitarra.

Y llegaron los trucos en pantallas gigantes. Y llegó 2009. Y el escenario pantalla de Rusia proyectó la imagen de su cantante, Anastasiya Prihdko, pero envejeciendo mientras cantaba. Esto sí que nunca se había hecho.

Eurovisión ha cambiado mucho tecnológicamente, pero siempre ha contado con ese atrevimiento fantasioso para impresionar o conmocionar al espectador.

Aunque hay un elemento, efecto especial natural, que nunca cambiará en televisión, un superpoder que ha atesorado toda la historia de Eurovisión: la mirada del artista. O, lo que es lo mismo, saber traspasar la barrera de la pantalla. Sólo lo alcanzan aquellos cantantes que conectan sus ojos con los ojos del espectador. Teniendo claras las cámaras que tienen que encontrar sin que se note demasiado. Lo logró Sergio Dalma en 1991 con su Bailar Pegados. Sin perder de vista nunca a su público.

La importancia de aprender a mirar y seducir a cámara en las actuaciones musicales... Tan importante, tan olvidada. Tan olvidada, tan importante. Y eso no ha mutado en Eurovisión desde los orígenes. No.

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