OPINION

La programación infantil y ese objeto vintage llamado 'mando a distancia'

Los Lunnis
Los Lunnis

Hubo un tiempo en el que las cadenas diseñaban su programación pensando qué miembro de la familia tenía en su poder el mando a distancia en casa. Por ejemplo: si llegaban las vacaciones estivales, el magacín matinal de turno daba rápidamente paso a espacios pensados por y para los niños. Ellos eran los que se hacían con el mando y no lo soltaban. También sucedía por las tardes. La hora de la merienda era una franja ideal para formatos creados a medida de los más pequeños de la casa. Ellos estaban frente al televisor. Ellos tenían el control, había que ver con ellos la televisión. 

Ahora las nuevas generaciones ya no se pelean por el mando a distancia. Esa batalla ya es ritual del pasado. No es necesario convencer a la madre, al padre, a la hermana o a la abuela para conseguir ver un show favorito. El espectador ya cuenta con un mando propio y personalizado en su dispositivo móvil.  Cada miembro de la familia, sintoniza la oferta que desea de forma individual cuando quiere. Y sin que nadie le moleste. 

De ahí que los canales de siempre ya no abran hueco en su parrilla de programación a los programas infantiles. Su público ya no ansía tener el poder del mando a distancia. Ni siquiera necesita ir a la programación tradicional porque son nativos de la televisión a la carta. No saben lo que es esperar para ver, acuden a consumir los dibujos animados cómo y cuándo quieren a un simple clic en el ordenador, la tablet, el smartphone...

Ha cambiado la manera de consumir. Pero esta circunstancia no apaga la televisión tradicional que sigue viva como medio de comunicación más influyente. Y las nuevas generaciones harán el ejercicio al revés.  Nativas en el universo digital, a medida que crezcan irán descubriendo la experiencia colectiva de la televisión en directo, esa que genera acontecimientos. 

Sólo falta que los productores de la televisión generalista se acuerden de hablar a su público del futuro con la inteligencia que merecen. Porque muchas veces los niños no sienten ningún interés por la televisión lineal ya que no se sienten identificados con los contenidos que se emiten. El motivo: no hablan su idioma. Porque los niños ya no pelean por el mando y, por tanto, dan igual al no sumar en el dato de audiencia como antes.

Pero, la realidad, es que la televisión debe atesorar la responsabilidad de inventar para unas nuevas generaciones que estarán más atraídas por una programación infantil si se ven reconocidos. Así podrán aprender más y mejor con contenidos que nazcan y vivan en la idiosincrasia que nos envuelve. Ese es el gran déficit de la tele en España: la poca producción autóctona de programas infantiles que reflejen nuestra realidad, imaginen historias con la cultura cotidiana española y hasta promuevan una sociedad que consuma la televisión de una manera crítica. En este sentido, debería ser especialmente relevante y osada TVE. Su función como televisión pública es documentar y movilizar su tiempo, dando herramientas creativas al espectador para crecer, también al niño, como ya hicieron programas tan ingeniosos como 'La bola de cristal', 'Un globo, dos globos, tres globos' o 'Cajón desastre'.  Y ahí debe indagar. Si dejan los políticos, claro.

Pero, ahora, como los niños ya no pelean por el mando a distancia para cambiar de canal, ni lo necesitan, las cadenas tradicionales se han olvidado de producir para ellos y, como consecuencia, este público se va a otros sistemas, como Youtube. Error, los niños son su futuro. No sólo hay que pensar en la cuota de pantalla que marca el conservador audímetro al día siguiente, también hay que sembrar el compromiso con la sociedad que está por venir.

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