OPINION

El déficit de las series españolas de ficción

Imanol Arias y Ana Diosdado en 'Anillos de Oro'
Imanol Arias y Ana Diosdado en 'Anillos de Oro'
Imanol Arias y Ana Diosdado en 'Anillos de Oro'
Ana Diosdado acaricia a Imanol Arias en 'Anillos de Oro'.

Coincidiendo con la llegada de la ley del divorcio, Televisión Española se atrevió a dar luz verde a un proyecto de serie que había dado varias vueltas por los despachos de Prado del Rey si nada de éxito. Su nombre, Anillos de Oro.

Escrita por la brillante mirada de Ana Diosdado, la cadena pública apostaba por una ficción de sólo trece capítulos, con una historia cerrada sin posibilidad de estirarse para desvirtuar su trama transversal.

Una historia que retrataba su tiempo con valentía y modernidad. De hecho, abría la televisión pública, con honestidad y normalidad,a temas que hasta entonces eran prejuicio o tabú. Realidades sociales como el aborto, el adulterio o la homosexualidad. Sin necesitad de finales reconfortantes o felices, con la autenticidad terrenal de los ochenta.

Más de treinta años después de su estreno, Anillos de Oro es todo un documento que entremezcla el humor, la emoción y el retrato de un país con sus frustraciones e ilusiones. Un retrato que, incluso, sirve para entender los quebraderos de cabeza de la España de hoy.

Mucho ha cambiado la televisión desde entonces. Ya avisó Chicho Ibáñez Serrador en un prólogo del Un, dos, tres... de principios de los noventa, ante la llegada de las privadas y las nuevas formas de producción. "Con tanta competencia y tanta guerra, todos los canales están llegando al mismo nivel, comprende", dijo el realizador. Una frase que esconde mucho entre líneas y que define las estrategias de programación que ya estaban incorporando las cadenas generalistas, con menos tiempo para dejar asentarse a los programas y con menos margen para arriesgar creativamente: los contenidos se homogeneizaban y también las series de ficción lo iban a terminar sufriendo.

Como consecuencia, las series se empezaron a planificar pensando en su competitividad en audiencias. Lógico, la televisión (privada) es un negocio. Y Médico de Familia dio con la fórmula perfecta, estudiada hasta la saciedad: combinar en cada capítulo tramas que engatusaran a todos los miembros de la familia (los abuelos, los padres, los adolescentes y, por supuesto, los niños) en un decorado altamente luminoso. Porque en televisión, dicen, la oscuridad baja la cuota de pantalla.

Desayuno 'Médico de familia'
Emilio Aragón siempre ha tenido claro que el desayuno es la comida más importante del día. No hay duda.

Al estilo de una fábrica de producción en cadena, las series más comerciales se empezaron a prefabricar prestando especial atención al resultado, minuto a minuto, de las audiencias. Así que, poco a poco, se fue desvirtuando el trabajo del guionista en busca de la capacidad de sorpresa del espectador. Nada de descolocar al público. Menos aún de incomodarlo. De ahí que en el final de Los Serrano todo fuera un sueño de Resines. Estirar tanto la serie había deformado un buen producto y no había forma de dar un final reconfortante a la soberana audiencia.

Desde entonces, las ficciones han ido buscando seducir a la audiencia con mundos imaginarios o preciosistas. Sin meterse en jardines que incomodaran. Evadir y no retratar, a diferencia de las grandes series de nuestra historia. Sólo Cuéntame ha hecho una catarsis colectiva gracias a su brillante radiografía del pasado más reciente.

Rodaje temporada número 19 de Cuéntame
Imagen de estos días del rodaje de la nueva temporada de 'Cuéntame cómo pasó'. Aún no han traspasado la barrera temporal del futuro, pero casi.

Pero ahora, tras muchas vueltas -éxitos, intentos, fracasos- y el impulso de la televisión de pago, la ficción en España parece que vuelve a confiar en las series de autor, aquellas que pretenden narrar una historia más allá de seducir a la cuota de pantalla con la trama de amor previsible y las diferencias de clases de románticas épocas pasadas que ni existieron tal como se cuentan en las teleseries.

El espectador, curtido en ficción más que nunca, demanda otro tipo de series que se salgan de los moldes del éxito televisivo y nos vuelvan a pillar desprevenidos, sin tramas pronosticables y decorados de cartón-piedra. Y ha sido El Ministerio del Tiempo, y sus puertas al pasado, la serie que ha sido el puente entre aquella televisión de autor de los ochenta, que no sabía lo que era un audímetro, y el trepidante presente. De ahí su repercusión social, que marca una tendencia aún por exprimir y que dibuja el trazo del porvenir del éxito de las series en los próximos años.

Es el momento de enfocar historias en las que el público se sienta  representado. Ficciones que tomen el pulso a su tiempo sin eufemismos, que lo radiografíen de verdad. Que el espectador se enfrente a su realidad, se descoloque, aprenda de ella. 

Están bien las series de ensoñación con épocas de fábula, pero también hay otro interesante target de audiencia que se siente huérfana de ficciones conscientes de su tiempo.

Tras el éxito de la información en televisión, en el panorama catódico español existe una oportunidad que nadie debe infravalorar: la importancia de las series que trabajan con la materia prima de la realidad del hoy. Sin embargo, parece que nadie quiere molestar a nadie con la producción de este tipo de ficción, pero un país sin series que retraten, de verdad, su realidad padece un gran déficit cultural y social.

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