OPINION

El hombre que salió de una crisis mortal gracias al buen humor

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Al volver de un viaje por Europa, el periodista norteamericano Norman Cousins se empezó a sentir mal: sentía que se le agarrotaban las articulaciones hasta que llegó un momento en que apenas se podía mover. La quijada se le quedó trabada y le salieron nódulos por todo el cuerpo.

Los médicos le hicieron varias pruebas hasta que le diagnosticaron que tenía espondolitis anquilosante. Más o menos quería decir que el tejido que protegía la columna vertebral -el colágeno- se estaba desintegrando.

Cousins preguntó qué posibilidades tenía de recuperarse y le dijeron que nunca habían conocido una sola persona que se hubiera recuperado. Cuando el periodista preguntó el origen del mal, tampoco le dieron una respuesta animosa: desde el envenamiento por algún metal, hasta una infección de estreptococos.

Por último preguntó cuáles eran sus posibilidades de mantenerse vivo, y le respondieron que unos pocos meses.

Esto sucedió exactamente hace cincuenta años, en agosto de 1964.

A cualquier persona, este diagnóstico le hubiera hundido, y la depresión le habría causado la muerte incluso por adelantado. Pero Norman Cousins se hizo la siguiente reflexión: si los estados de ánimos negativos influyen químicamente para acelerar las enfermedades, ¿pueden los estados de ánimo positivos retrasarlas?

Cousins había leído algunos artículos sobre la influencia de las emociones sobre el sistema endocrino, sobre todo desde el punto de vista químico, así que decidió someterse a su propia cura.

En primer lugar, incluyó e su rutina un hábito sorprendente: el humor. Se hizo traer un proyector y todos los días veían varias películas de viejas de los hermanos Marx. Cousins descubrió que tras el visionado, podía dormir un par de horas sin dolores. La enfermera le leía libros de chistes y el estado físico del periodista iba mejorando paulatinamente.

Se reía tanto, que molestaba a otros pacientes así que decidió trasladarse a una habitación de hotel.

Cousins además dejó de tomar medicamentos  y en su lugar se administró solo vitamina C.

En aquellos años, había nacido una corriente en EEUU que ponderaba los efectos positivos de la vitamina C para casi cualquier dolencia. Oxigenaba la sangre, entre otras cosas, de modo que para acelerar sus efectos, Cousins hizo que le inyectaran directamente ácido ascórbico en vena.

Poco a poco fue mejorando la movilidad de Norman Cousins, el dolor le fue abandonando hasta que pudo jugar al golf, montar a caballo y tocar el piano. Podía girar completamente el cuello a pesar de que los especialistas le decían que era una enfermedad degenerativa y que como mucho, podría girarlo 90 grados.

Norman Cousins vivió 26 años más. Dejó toda su experiencia en un libro que ejerció una enorme influencia en esa parte de la medicina que todos conocemos como 'efecto placebo', es decir, el efecto de las creencias y de los estados de ánimo sobre nuestro cuerpo. El libro se llama Anatomía de una enfermedad (Kairós) y yo lo suelo poner de ejemplo ante la gente que, por causa de la crisis, está deprimida o no tiene ánimos.

Si una persona pudo salir de una enfermedad degenerativa verdadera y mortal con algo tan simple como el buen humor y algo de vitaminas, ¿acaso no se puede encarar esas depresiones paralizantes de la crisis con un espíritu positivo?

No digo con optimismo, porque eso sería ver un valle verde donde en realidad ahora hay un paisaje tras una batalla. Pero sí tener una actitud positiva, que es la base para tener buenas ideas, y para ponerse en acción.

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