OPINION

Un patriota, un supremacista y un sepulturero: visiones superpuestas sobre Quim Torra

Quim Torra, nuevo presidente de Cataluña
Quim Torra, nuevo presidente de Cataluña
EFE

Asomó desde Alemania el dedo de Puigdemont como un bratwurst, apuntó a Quim Torra para hacer de él en Barcelona y dijo “este”. Ningún hombre es unívoco, menos aún el último de la fila del procés. KRLS necesitaba a un personaje que fuera muchas cosas distintas y en ocasiones contrarias. Antes de que crea que usted ha perdido la cabeza, les presento a un president en tres dimensiones que el independentismo espera hacer compatibles. Son estas.

La primera, el patriota. Quim Torra dijo una vez que aprovecharía toda oportunidad para luchar contra el Reino de España. Vibra en el nacionalismo catalán ese afán de reconquista como del siglo XIII que resulta apasionante. Torra, como tantos, es un tipo que se crió en esa cruzada y navegó en todos los estanques independentistas, desde Omnium a la ANC, un camino que lo ha llevado a la Generalitat. También se hizo editor y adornó el corpus nacionalista con la guinda de la intelectualidad. Dicen de él que es un hombre que ha leído mucho y puede ser que haya entendido mal. Está muy de moda decirle a la gente ahora lo que tiene que entender. Es un hombre del país. Un diletante con corbata, puede ser, pero un patriota sin tacha. Cuando la compañía de seguros en la que trabajaba como ejecutivo le dijo que iría a trabajar a Madrid o a la calle, eligió la calle. Entre traición o paro, el paro. Hace unos años solo podía confiar en el que pensara en la independencia de los catalanes como una prioridad para declararla mañana a las ocho de la mañana. Ese alguien es él y ese mañana es hoy martes.

Quim Torra, nuevo presidente de Cataluña
Quim Torra, nuevo presidente de Cataluña. / EFE

La segunda. El supremacista. Madrid ha leído a Quim Torra con el frescor mañanero del final del 155 y le ha entrado un escalofrío. Para España, el presidente sale del huevo de la xenofobia y el supremacismo catalán en el que “no es natural” hablar castellano en Barcelona y en el que natural a menudo se confunde con decente. De nuevo, la pureza de la patria mancillada por “el deterioro” de esos grupos de chicos y chicas jóvenes que osan cruzarse con uno por la calle hablando en castellano. España, exportadora de miseria y subdesarrollo. De nuevo charnegos, traidores, sucios, desvergonzados y desarraigados. En la investidura, Torra que cita a catalanistas ante el pelotón de fusilamiento, se jacta de que “es un honor ser un radical” y de que hará la voluntad de Cataluña caiga quien caiga.

Desde Madrid se atisba aquella la Cataluña de los tractores y las sonrisas echada ahora en brazos del ultranacionalismo, el antieuropeísmo y la xenofobia. De pronto, Torra suena a Nigel Farage de Blanes.

La tercera: el sepulturero. Siempre hay alguien más allá. El ala dura del procesismo considera a Torra un agente del desbloqueo con España, pues supone el fin del 155 -de momento-, que es el comienzo del fin del conflicto. Saben que una vez calmadas las aguas en una marejadilla aceptable por las partes, reactivar la tempestad va a resultar un trabajo agotador. La gente tiene una capacidad limitada para meterse en líos. El secesionismo teme que el ‘molt honorable’ sea un caballo de Troya del catalanismo no independentista, que termine por no asumir de manera radical el mandato del 1-O, se apropie de sus símbolos y deje que el fuego se apague sin echar más leña, lo que temen supondrá el final del procés y su sepultura definitiva, aunque sea a puñaditos de tierra. Que para una parte de Cataluña Torra sea un blando da medida de cómo está el arco político.

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