OPINION

¿Hay vida después del independentismo? Vayámonos de tapas

Vivimos unos momentos en los que pudiera parecer que la única actualidad viene marcada por los independentistas y sus constantes postureos, cada cual más extravagante e infantil. Aparentes momentos de exclusión y división. Pero no es así. Hay más vida en este país a pesar de sus intentos por evitarlo, y en ello tiene mucho que ver nuestra sana costumbre de ir de pinchos o tapas; llamémosle "tapear", "ir de vinos", "ir de potes" o "ir de cañas".

Y si esta tradición cultural en España, de trascendencia internacional, va a ser protegida a través de su declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial por parte del Ministerio de Educación Cultura y Deportes -con el informe del Consejo de Patrimonio Histórico Español, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Real Academia de la Gastronomía- no me puede parecer más acertado. ¡Qué voy a pensar yo que lo practico desde que tengo uso de razón y que he nacido en una ciudad internacionalmente conocida por su calle Laurel!

Pincho y tapa pueden ser considerados, en la actualidad, como términos equiparables. De hecho en las comunidades autónomas de La Rioja, Navarra o del País Vasco el término "pincho" es mucho más utilizado que el de “tapa” y se refiere a cualquier alimento o receta que se consume en los bares con la bebida en formato de raciones individuales; variando a la palabra "aperitivo" en zonas como Madrid.

Pero más importante a los efectos de su protección, en la era de las redes sociales, de la amenaza de la soledad y del individualismo, es, sin duda, la sana costumbre de tapear o ir de pinchos. La costumbre de juntarse un grupo de personas que con una temporalidad, periódica o no, visitan bares y tabernas diferentes de una misma zona y situados muy próximos entre sí, con la finalidad no de consumir bebidas, básicamente vino y cerveza, sino de hacerlo en común. Sí, es precisamente esa reunión de amigos y/o familiares -la socialización- la que le otorga un importante valor a la hora de plantear el interés patrimonial de las propias tapas.

Si bien es cierto que en los últimos tiempos -y muy especialmente entre el público extranjero que cada vez nos visita más, con lo que supone de riqueza para las economías de miles de municipios españoles- se ha convertido en una manera de acceder a la importantísima gastronomía española, planteado como una manera de realizar las comidas principales del día sea la comida o la cena.

La acción de quedar para ir a los bares y tabernas es un hecho social profundamente arraigado en nuestra cultura, donde lo importante, como dijo Plutarco es comer y beber juntos: “Nosotros no nos invitamos unos a otros para comer y beber simplemente, sino para comer y beber juntos”.

Las zonas de tapas son, además, lugares de asistencia universal asidua de los habitantes de una población y de aquellos que las visitan sin una excesiva distinción de clases sociales. No hay como un paseo por la universal calle Laurel de Logroño, El Húmedo en León, La Antigua en Valladolid o el Casco Viejo en San Sebastián para comprobarlo.

Tapear es el momento de tranquilidad después del trabajo; es un espacio de circulación de noticias y rumores locales, de debate y conversación, de generación de propuestas y, sobre todo, de divertimento basado, de manera especial, en la simple compañía del grupo. Pero es más, para ir de tapas, no hace falta una convocatoria específica. ¡Cómo no vamos a proteger esta sana costumbre española! Los grupos de tapeo o potes acuden habitualmente a las zonas de vinos, con probabilidades muy elevadas -diría que sin riesgo de fallar- de encontrar a la cuadrilla propia o, en su defecto, a otros conocidos. Así, la asistencia es espontánea, con la seguridad de estar siempre acompañado.

Tapear son los camareros y camareras. No se puede entender sin la implicación de los “del otro lado de la barra”, auténticos animadores de la actividad, que generan un ambiente fundamental del paisaje de la tapa. Son los cocineros y las cocineras que elaboran cada pincho. Su papel está alcanzando un alto protagonismo a la hora del posicionamiento nacional y, muy especialmente internacional, de la tapa como fórmula gastronómica característica de la cocina española. Son negocios familiares. Son calles festivas. Son los cascos antiguos que se regeneran.

Tapear es relacionarse personas de todas las clases, sin importar ideología, origen o religión; es pasar una o dos horas relajados, comiendo y bebiendo, saludando a los amigos y conversando sobre lo divino y lo humano, sobre lo cotidiano y lo trascendente. Lo que practicamos millones de españoles todos los días en nuestros pueblos y ciudades. Lo que necesitamos ahora más que nunca. Es convivencia. Y sí, un acierto protegerlo como cultura de un gran país.

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