Opinión

Crisis y transición energética: difícil compatibilidad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera
Europa Press

La invasión rusa de Ucrania ha traído gran preocupación por los terribles efectos de la guerra y la enorme dependencia que tiene la UE de los combustibles fósiles procedentes de Rusia.

La energía consumida en el mundo fue de origen fósil un 83% en 2020, en tanto que hace 50 años era un 87%. La reducción fue solo de cuatro puntos en cinco décadas. La emergencia climática por esa subida ha puesto en la agenda mundial (con el liderazgo de la Unión Europea, que emite el 10% de los GEI) la transición energética hacia una reducción drástica de las emisiones, principalmente, las debidas a la producción de energía, causante del 74% de las mismas. Las energías renovables que no emiten GEI, -hidroeléctrica, solar y eólica- representan el 13% de la energía primaria mundial y 16% en la UE. La nuclear, por su parte, es el 4% y el 11% en la UE.

Los acuerdos internacionales de reducción de emisiones no han tenido éxito. En 2021 se alcanzó el máximo de emisiones de gases de efecto invernadero. Han continuado creciendo a pesar de los acuerdos de Paris de 2015, salvo en 2020, el año peor de la pandemia. Las emisiones de GEI se concentran en pocas zonas del mundo: China (30% de las emisiones), EEUU (15%), UE (10%) y la India (7%) suponen casi dos tercios de las emisiones. El objetivo declarado, es llegar a una situación de cero emisiones netas (NZE, por las iniciales en inglés), a mediados de este siglo.

La UE, que actúa de líder en este camino, ha fijado sus objetivos en reducir un 55% las emisiones para 2030 y ser neutral (“net zero”) en 2050. Como el 70% de la energía de la Unión es de origen fósil, esto pasa por disminuir la energía por unidad de PIB (reducción de la intensidad energética) y que esa energía emita menos CO2 (reducción de la intensidad de carbonización). Por su parte, la administración Biden en EEUU anuncia reducciones del peso de los combustibles fósiles: del 82% actual al 52% para 2030. Pero, China (84% de energía de origen fósil, 60% es de la energía primaria proviene del carbón), anuncia que su pico de emisiones lo alcanzará en 2030 y “net zero” en 2060. Objetivo ambicioso cuando su crecimiento objetivo del 6% anual requiere más energía y más emisiones.

El crecimiento de emisiones se verá paliado porque la transición china se apoya en un cambio de carbón a gas natural. Se trata de una aparente paradoja de la descarbonización: el uso de gas natural como sustituto del carbón reduce las emisiones y es un elemento clave de la transición. De la India, como de otras economías en desarrollo, no se pueden esperar reducciones, sino fuertes aumentos de emisiones ligadas a su desarrollo económico.

Reducir la intensidad de carbonización requiere inversiones enormes en eficiencia energética y para cambiar los activos que producen y consumen energía. Caso especial es el transporte, origen del 45% de las emisiones. Las opciones para descarbonizar pasan por desarrollar nuevas tecnologías o mejorar las actuales: las baterías actuales tienen una densidad de energía por kilo muy baja, muy lejos de la de la gasolina; los aviones solo vuelan con queroseno obtenido del petróleo y no se prevé ninguna alternativa realista que no sea dejar de volar. El transporte marítimo- piedra angular de la globalización del comercio y de las cadenas de suministro mundiales- emplea mayoritariamente fuelóleo (derivado del petróleo) y su alternativa más plausible es ir incorporando gas natural.

En cuanto a retirar CO2, los proyectos de captura o secuestro del carbono son caros. No nos debe sorprender que algunos estudios realizados antes de la pandemia concluyeran que el método más barato para retirar CO2 es plantar centenares de millones de árboles. Cada vez habrá más fondos de inversión dedicados a ello, a medida que el precio del CO2 siga alto y, por tanto, la inversión sea rentable.

La apuesta por la descarbonización ha enviado un mensaje claro a los productores de petróleo y gas y el sector ha reducido inversiones, Pero si no hay nuevas inversiones en el sector, la producción decaerá en todos y cada uno de los yacimientos en explotación y los precios subirán. En el mercado internacional de petróleo existe un cártel -ahora OPEP+- que maximiza sus ingresos antes de que se deje de usar petróleo y, para ello, restringe la oferta para lograr precios altos.

En cuanto al consumo, la vuelta al crecimiento económico ha elevado la demanda de petróleo y gas. Ante ese crecimiento de la demanda, la OPEP+ ha incrementado tímidamente la producción y los precios han subido con rapidez (media de 40$/b en 2020, 70$/b en 2021 o más de 100$/b ahora) lo que ha estimulado la recuperación de la producción en EEUU. El gas en Europa ha subido incluso más rápido que el petróleo: 5€/t en el confinamiento, alrededor de 30€/ t hace un año y 100€/t de ahora (con picos superiores a los 200€/t).

Y en esta situación, Rusia invade Ucrania. La reacción de la UE es prescindir de la energía rusa: petróleo (y sus derivados) y gas. En el caso del petróleo, se estima que la UE ha de sustituir 3 millones de barriles al día en otros productores. Sería posible que algunos países de la OPEP aumentaran de forma inmediata su producción, pero supondría incumplir los acuerdos OPEP+. La otra alternativa es que se eleve rápidamente la producción en EEUU, cuyos operadores han demostrado gran agilidad ante las subidas de precios si consideran que son duraderos.

El gas ruso va a ser casi imposible sustituirlo a corto (semanas, meses), y sólo parcialmente a medio plazo (años). Sustituir, siquiera parcialmente ese gas, en competencia con la demanda china o japonesa, supone disponer de más producción (EEUU, Qatar…), más metaneros, más plantas de licuefacción y regasificación, que no se construyen en semanas sino en años. Asoma la amenaza del desabastecimiento para el próximo invierno.

Los precios altos son una maldición para los consumidores por su impacto en la inflación, pero una bendición para la transición energética, y los pasos dados en el mercado de derechos de emisiones, y fiscalidad ambiental, por ejemplo, han ido en la dirección de encarecer la energía de origen fósil. Las inversiones en eficiencia serán más rentables y las dirigidas a energía solar, eólica, …incluso en hidrógeno verde, pasan a ser más atractivas.

Esos precios altos traerán reducciones del consumo. Las recomendaciones de la AIE, la UE, van en ese sentido. Es el momento de tocar el termostato, conducir más despacio, usar transporte público, cambiar viejas calderas y mejorar aislamientos. Los consumidores están cambiando sus decisiones al ver el precio que pagan por la energía en todas sus variantes: transporte, climatización, calor industrial o electricidad.

El deseo es llegar a un precio de la energía que estimule la transición pero que no conduzca a la recesión económica y/o la fuerte inflación observada. El éxito no es nada seguro.

Enrique Parra, profesor de Economía de la Energía en la Universidad de Alcalá

(*) Nuestro Departamento de Economía de la Universidad de Alcalá está encantado de acoger, en la Facultad de CC Económicas, Empresariales y Turismo, el congreso anual de la Asociación Española para la Economía Energética (AEEE) que se celebrará del 25 al 27 de este mes. Numerosos especialistas abordarán las diferentes vertientes del problema energético. Será un placer escuchar sus ponencias y comunicaciones. Les damos la bienvenida.

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