Luz de cruce

La última metamorfosis del franquismo de rostro humano: los decretos económicos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Europa Press

El primero de los decretos, topar en el 2% la subida del precio del alquiler pese a la inflación de casi dos dígitos que erosiona las rentas del dueño del inmueble. Interferir de forma abrupta en la libertad de contratación poniendo una espada en la mano del inquilino para degollar al propietario. Una medida que, pese a lo que sostienen sus promotores, no reducirá los precios sino todo lo contrario. Subirán los precios futuros por la paulatina retirada de la oferta inmobiliaria que estimula la ignorancia de los arbitristas del tercer milenio.

2.- Obligar a los distribuidores de carburantes a financiar con “créditos puente” al Gobierno en su cruzada contra la irresistible subida del coste del petróleo para no ser abofeteado por los transportistas y los consumidores finales, aunque el pato lo paguen la tesorería de las empresas distribuidoras y sus empleados (que ninguna culpa tienen en el embarazo moral del presidente del Gobierno, como tampoco respecto al furor vengativo de Putin).

3.- Suspender los desahucios por falta de pago de la renta del alquiler y también los lanzamientos de la vivienda del deudor a costa del propietario del inmueble, al que el Gobierno penaliza con la carga del daño emergente y, un mes tras otro, con el castigo del lucro cesante.

4.- Subvencionar durante la pandemia a las empresas caídas en combate, a costa de los derechos de los proveedores y caseros, a los que el Gobierno les endosa la condición de paganos que le corresponde en exclusiva al Ejecutivo con los impuestos que recauda. O que no recauda. En Alemania, por ejemplo, el Gobierno de Angela Merkel decretó el cierre de numerosos establecimientos de cara al público durante la pandemia, pero compensó a los empresarios afectados, no con la pérdida de rentas ajenas, sino con el pago directo del 70% de los beneficios obtenidos en los años de las vacas gordas. ¿Qué pasaría si España hiciera lo mismo, con unos ingresos por IRPF que, un ejercicio tras otro, proceden en un 80% de los rendimientos del trabajo? En un IRPF en el que el importe de las rentas salariales triplica al de las rentas de las actividades económicas declaradas.

5.- Romper el pacto de solidaridad inter-generacional incurriendo en un déficit colosal de las cuentas públicas, que se camufla girando la manivela de la máquina de la deuda (futuros impuestos que asumirán nuestros hijos y nietos). Con el agravante de que la toma de deuda no se invierte en infraestructuras sino en el pago del gasto corriente (en gran parte consumido por “los amigos políticos”). Aunque es cierto que la inflación actual próxima a los dos dígitos reduce el valor del capital a devolver por los deudores, también lo es que les obliga a gastar más por el “servicio de la deuda”.

Suma y sigue…

No estoy insinuando que el Estado deba abandonar a su suerte a los parias, a los menesterosos que ha dejado en la cuneta la pandemia o a la inmensa tropa de perjudicados por las consecuencias devastadoras de la agresión bélica de los rusos a los rutenos ucranianos. La comunidad política es un matrimonio colectivo: “En lo bueno y en lo mano”. Precisamente porque los españoles vivimos en común, las cargas inherentes a las calamidades públicas y extraordinarias deben repartirse entre todos utilizando los recursos fiscales. Sin embargo, el gobierno que preside Sánchez ha optado por el método arcaico de desnudar un santo para vestir otro. El Estado no puede despojar de sus derechos a unos ciudadanos para regalar las ganancias reportadas por su expropiación a otros ciudadanos. Al menos no puede hacerlo un Estado de Derecho, con garantías y respeto a los derechos subjetivos.

A los que fuimos jóvenes en el tardofranquismo nos eriza el vello capilar la adopción en el tiempo presente de medidas económicas como las reseñadas. Recordamos que el mes de diciembre de cada año, Franco nos regalaba tres “eventos” eslabonados: el sorteo del 'Gordo', la adoración de los Magos en el portal de Belén (el árbol de Navidad era entonces raquítico en nuestra querida España y frondoso entre los yanquis y sus aliados) y los “decretos de ordenación económica”.

La economía, pese al afán de “los estabilizadores del 59”, estaba intervenida y el Gobierno no dejaba al albur del mercado los precios máximos de los alquileres (un bofetón de Óscar a los propietarios, ya muy “calentitos” por la gabela de la prórroga forzosa), o los topes a las remuneraciones de los administradores societarios, y no sé cuántas cosas más. Hasta el pan se despachaba en las tahonas a precios políticos (una blasfemia para el posmodernismo que hoy amamanta a nuestras criaturitas). A los jóvenes y no tan jóvenes hay que decirles que las boutiques del pan fueron un invento de la democracia y del Estado de Bienestar. Las boutiques del pan: ¡eso sí que era calidad de vida!

¿Qué motivos impulsaron la aprobación de los “decretos de ordenación económica”? El primero, más que un motivo era una fatalidad ineluctable: los Estados autoritarios ni saben ni pueden fabricar productos democráticos y reconocer las libertades de los ciudadanos (para ellos reducidos a meros súbditos), incluida la de acceder a los mercados. El franquismo creó un orden autoritario, en lo político y en lo económico. Solo las economías de mercado son eficientes en la asignación de los recursos económicos. La eficiencia está ligada a la libertad de precios, un imposible ontológico si el Estado, fuera de las crisis bélicas, interfiere en la economía como amo y señor. Y, sobre todas las cosas, la Hacienda Pública del franquismo era raquítica y carecía de los medios imprescindibles para dotar a la sociedad de una justicia tributaria, aunque fuera a un nivel mínimo bendecido por los ciudadanos. La intervención estatal en la vida económica, aunque pretendía “dictar” la paz en los conflictos sociales (que siempre fue una “paz” ficticia y propagandística), logró todo lo contrario y exacerbó los ánimos de amplias capas de la población española.

No es extraño que el verdugo de los “decretos de ordenación económica” fuera un tecnócrata converso al liberalismo. Hablo de Leopoldo Calvo-Sotelo, en su condición de ministro de Comercio en el primer gobierno de la Monarquía.

Es una verdad de Pero Grullo la afirmación de que Sánchez es el titular legítimo de la presidencia del Gobierno. Comparar su persona con la del dictador fallecido en 1975 sería tan absurdo como atroz, moral e intelectualmente. Lo que no obsta a la impugnación crítica de numerosas medidas del Gobierno que lesionan el interés general en beneficio de los clientes políticos del señor Sánchez y sus amigos. Conviene hablar de estos últimos. Únicamente los cándidos pueden apreciar muchos rasgos democráticos en Podemos. Lo sepa o no, el evangelio de la organización morada sintoniza con el paternalismo franquista. ¿Y qué decir de algunos miembros que conforman la red de apoyo parlamentario a Pedro Sánchez?

No todas las comparaciones son odiosas (ni ociosas). Para retener la adhesión ideológica de uno de sus pilares fundamentales –los campesinos, que desde los inicios del “desarrollismo” español comenzaron su emigración masiva a los centros urbanos y a los polos industriales-, los tecnócratas que asistían al Caudillo por la gracia de Dios le recomendaron que diera marcha atrás en el tiempo para reinstaurar una política económica de “manos muertas”, aunque en esta ocasión los beneficiarios no fueran los monjes dominicos. Esos tecnócratas halagaron los oídos de Franco con una sorprendente regalía de amortización. La riqueza inmobiliaria dejó de circular y el mercado residencial se estancó “gracias” a la estrategia populista de la prórroga forzosa de los contratos de alquiler de viviendas, que garantizaron la posesión inmobiliaria a los arrendatarios durante tres generaciones. A falta de una política social (y fiscal) relativa al sector público inmobiliario (como en el Reino Unido, por ejemplo), el franquismo, con su política de paños calientes y enfrentamientos clasistas, contribuyó decisivamente a mantener a España en el subdesarrollo económico (y mental). Y, lo que es peor, dio pábulo a la absurda teoría de los derechos adquiridos.

“Es la primera generación que va a vivir peor que la de sus padres”, dice el mantra popular. “Mi abuelo y mi padre se jubilaron aquí y yo también tengo derecho a jubilarme aquí”, dijo hace unos años el trabajador de un astillero a punto de cerrar por falta de encargos. “Heredé el camión de mi padre, y de él no me baja ni Dios”, afirmó unas semanas atrás un conductor en plena huelga del transporte de mercancías, un modesto trabajador autónomo que no podrá sobrevivir en el futuro.

David Rieff acierta en su diagnóstico: a los europeos nos falta experiencia para aceptar las catástrofes y sus consecuencias, todas las que nos están machacando desde 2008. Es como la muerte para los jóvenes: solo se mueren los demás. Por eso vivimos en el pasado y desconfiamos de los cambios a los que nos obligará el futuro. Lo peor que ha hecho el Gobierno es subvencionar a sectores de actividad sin porvenir. Es un despilfarro a costa de la Hacienda Pública –“Hacienda somos todos”-, una mala asignación de los recursos públicos que el Estado no se puede permitir. El pan de hoy es hambre para mañana.

No creo que Pedro Sánchez se vea en el espejo con bigotito, gorra de plato y un rosario de nácar colgando del cuello. Seguro que el espejo le devuelve la imagen del político ideal del siglo XXI, serio, adusto, de gesto impecable y mirada sincera, con el puntillo moral que tienen los dirigentes de la nueva izquierda. Sin embargo, si 'Su Vanidad Presidencial' permanece inmóvil ante el espejismo de su belleza quizás se le aparezca el retrato de Dorian Gray, el del joven efebo que se marchita y envejece por el paso del tiempo, medido en este caso por el signo contrario de las agujas del reloj.

En “Sociología del franquismo”, Amando de Miguel (1937) dejó constancia de que, después de la muerte del dictador, se multiplicaron los izquierdistas sin riesgo. El “franquismo sociológico” es la perduración, hasta la actualidad, de rasgos sociales característicos del régimen que, oficialmente, concluyó en 1975. El “franquismo sociológico” es una ramificación castiza de la Escuela de los Annales y su querencia estructuralista por el “longue durée”.

El “franquismo sociológico” nutre las filas de Vox. Pero el franquismo era un conjunto de familias políticas que pivotaban alrededor de una persona ya fallecida. ¿A qué familia pertenece usted, señor presidente? Por cierto, en el ensayo de don Amando aparece como protagonista “la familia Sánchez”. Pero no me conteste ahora, señor presidente. Hágalo después de la publicidad, si es que la publicidad le deja tiempo para otros menesteres.

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