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Los 'amigos' de Hasél salen por la noche a recitar sus raps

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Los 'amigos' de Hasél salen por la noche a recitar sus raps.
Europa Press

Como si de una maldita paradoja se tratara, a Pablo Hasél le han metido en la cárcel por vulnerar uno de los artículos más innovadores y, a veces, alabados del Código Penal, el artículo 80, que autoriza a los jueces y tribunales a dejar en suspenso la ejecución de las penas privativas de libertad inferiores a dos años, atendiendo fundamentalmente a la escasa peligrosidad criminal del condenado. La clave está en librar de la privación  de libertad a estos penados “cuando sea razonable esperar que la ejecución de la pena no sea necesaria para evitar la comisión futura por el penado de nuevos delitos”. Y eso fue lo que Hasél no hizo. Después de ser condenado y hacerse medio famoso, quiso seguir vulnerando la ley al límite de la libertad de expresión, para que la reincidencia le hiciera aún más famoso. Y vaya si lo ha conseguido.

Pablo Hasél está en la cárcel porque se le han acumulado más de dos condenas en ejecución y no ha demostrado que es capaz de defender sus ideas rapeando, sino incitando a la gente para que se salte las normas, enfrentándose a todo y a todos, hasta demostrar que las normas que rigen la convivencia social de este país, buenas o malas, le importan muy poco. Seguramente un ‘simple’ delito de enaltecimiento del terrorismo o de llamada a la violencia mediante discursos del odio no habría sido suficiente como para que entrase en prisión, como quedó demostrado en la primera de sus condenas por lanzar unos tuits contra la Corona.

El sistema que tanto critica funcionó a su favor y le permitió seguir adelante con su libertad de expresión, a la espera de que no siguiera o suavizara ese camino erróneo, pero no lo hizo, y no solo con posibles vulneraciones vinculadas a la eterna pelea de la libertad de expresión frente al poder establecido, sino con agresiones a una periodista, amenazas de muerte en público a un policía municipal en un juicio y hasta allanamiento. Llegados a este punto, la anormalidad democrática y judicial a la que se refiere el vicepresidente segundo del Gobierno hubiera sido perdonarle la segunda, tercera y sucesivas condenas.

Uno de los mejores abogados de derecho penitenciario de este país aseguraba que el símil perfecto para justificar la prisión de Hasél es la alcoholemia. No se condena a quienes dan positivo por beber por encima del límite, sino por conducir en ese estado y poner en riesgo la seguridad ciudadana. Y cuando se es reincidente en ese delito las penas se incrementan y se agravan hasta llegar a la prohibición de conducir de por vida para quienes no aceptan las reglas que nos defienden a todos, siempre que no se hayan causado males mayores en caso de accidentes.

El delito principal por el que han condenado en varias ocasiones a Hasél es el de enaltecimiento del terrorismo y las injurias a las instituciones. Podemos elucubrar hasta la saciedad si esos hechos son constitutivos de un tipo subjetivo del injusto o no; si merecen cárcel o no; o si vienen a cuenta ahora que se ha terminado con la violencia de ETA en España, que era la gran anomalía democrática del país, o no. Todo es discutible porque existe la libertad de expresión por más radicales que sean las ideas que se defienda de un lado a otro del espectro ideológico. Pero no es ese el tema de Pablo Hasél, su clave está en que es un antisistema que tiene como objetivo en la vida vulnerar las normas más allá de lo que establece la convivencia que todos nos hemos otorgado y que tanto nos ha costado conseguir en este país (incluso a fuerza de sangre), con lo que ello supone de ser un riesgo para la seguridad de todos los ciudadanos, como en los casos de alcoholemia al volante. Si en lugar de rapero fuera otra cosa, el fundamento del delito sobre el que sería reincidente sería el mismo en esencia, aunque el derecho fundamental a poner en duda fuera otro.

Lo incomprensible es que una cuestión jurídica y de orden social tan clara como esta haya devenido en contendores quemados y protestas callejeras de grupos antisistema defensores de Hasél en las calles de las principales capitales de España. Ahora si que no hay duda de que detrás de sus letras y sus raps anárquicos existe un riesgo potencial de violencia callejera. Las manifestaciones pacíficas por la libertad de expresión se hacen de día y de forma pacífica, con toda la legitimidad del mundo y, probablemente, con razón. Pero los ‘amigos’ de Hasél salen de noche a romper la ciudad sin ninguna justificación, y eso hay que atajarlo siendo más inteligentes que la guerrilla urbana y con la máxima severidad. Cualquiera que les aliente tiene la misma culpa.

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