Opinión

Invertir en un león es lo más rentable

León
Invertir en un león es lo más rentable
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La industria de los safaris fotográficos ha mostrado un crecimiento constante y alentador, con una generación de negocio que alcanzó los 33.000 millones de dólares en 2022, experimentando tasas de crecimiento del 5,5% anuales. Se proyecta que para 2050 esta cifra aumentará hasta los 51.000 millones de dólares. El mercado español se sitúa como el quinto mercado emisor europeo en el segmento de safaris fotográficos. Pero para entender verdaderamente el impacto económico de este modelo, vale la pena explorar las cifras detalladamente.

Un cálculo rápido pero revelador nos muestra que un león, en una zona de conservación, puede generar más de 29 millones de dólares anuales en entradas, pernoctaciones e ingresos varios, o 290 millones durante su vida, a partir de tarifas de safaris que pueden alcanzar hasta los 2.000 dólares por persona y noche. Esto se compara drásticamente con los 55.000 dólares que puede generar un león a través de la caza de trofeos, un ingreso que termina con la vida del animal y exige otro para generar ingresos similares.

En 1925 el rey Alberto I de Bélgica fundó el Albert National Park en la antigua colonia del Congo belga para proteger a la población de gorilas de montaña (hoy en día es llamado Virunga National Park repartido entre Uganda, Ruanda y el Congo). A partir de ahí se fundaron parques hoy en día ya míticos como el Masai Mara, Serengeti, Ngorongoro, Tsavo, Kruger, Namib, Amboseli, etc... auténticas marcas comerciales, reconocibles en el mundo entero, creadas posteriormente en gran medida por la difusión de documentales.

Esta nueva percepción de la vida salvaje africana se ha construido a lo largo de décadas, con una evolución desde el pasado historial de caza y exposición de animales en museos y circos de Europa hasta la creación de parques nacionales y zonas de conservación de vida salvaje. 

Esta transformación ha sido apoyada en gran medida por la difusión de documentales que han mostrado una cara diferente de África, donde investigadores y divulgadores como Martin y Osa Johnson, Sir David Attenborough, Dereck Joubert, Jonathan Scott, Dian Fossey, y un largo etcétera, comenzaron a enseñarnos que esas bestias, quizás no fuesen tan bestias, y que ellos no encarnaban el espíritu del cazador aventurero de principios del siglo XX.

Esto generó una demanda para democratizar viajes anteriormente tan solo accesibles a cazadores, para un público que buscaba vivir, acercarse y sentir la magia y belleza que veían en la televisión a la vez que los países se independizaban de las potencias europeas y veían en el turismo una fuente de ingresos recurrente.

A día de hoy, si bien la belleza de la naturaleza sigue presente, la situación tiene poco que ver con esa imagen bucólica de los documentales. La población de África se ha disparado desde los 220 millones en los años 50, cuando se empezaron a grabar los documentales, a 1.500 millones en la actualidad. La presión en la utilización de la tierra para cultivo, ganadería, minería e infraestructuras se incrementa cada año creando un constante conflicto entre la vida salvaje y la actividad humana, donde la vida salvaje se ve cada vez más encerrada en zonas protegidas que en muchas ocasiones se parecen más a un gran zoológico con tráfico en horas punta que a otra cosa. El debate sobre el uso de la tierra está servido. Desde Europa nos gustaría seguir creyendo en el Edén africano, y desde África hay que dar de comer a la población y crear infraestructuras, y eso tiene un coste.

La solución parece encontrarse en desarrollar políticas de protección y conservación que permitan tanto la recuperación del ecosistema como la proliferación de la vida salvaje, generando ingresos sustanciales para los países involucrados.

El modelo tradicional basado en el ecoturismo, propone crear grandes espacios creando reservas de terreno dedicado al turismo de safaris fotográficos, lo que daría un resultado de recuperación del ecosistema y el crecimiento de las poblaciones de vida salvaje, generando interesantes ingresos para el estado. Tan solo el Masai Mara, generó unos ingresos al estado Keniata de 17 millones de dólares anuales antes de la pandemia. En Sudáfrica a día de hoy, hay 20 parques nacionales que cubren dos millones de hectáreas, la gran mayoría valladas (algo menos que toda la Comunidad Valenciana). Esto hace que en épocas de sobrepoblación de elefantes, haya que recurrir a la práctica del “culling”, o la caza selectiva para adecuar la población de animales al límite que el parque nacional pueda albergar sin colapsar. Además, en temporada alta, ya hay parques nacionales con una densidad de tráfico notable.

Por otro lado, la industria de la caza, argumenta que los ingresos generados por el “trophy hunting” son un modelo de financiación para la conservación de ecosistemas y especies. De esta forma, y al igual que la explotación de fincas de caza en España, los ingresos generados por la caza irían destinados al mantenimiento de la finca y de la población de su fauna. Este sistema de explotación sostiene que no genera una gentrificación del ecosistema y mantiene las áreas en un estado más virgen que un parque nacional. Se calcula que en 2022 el tamaño del mercado de “trophy hunting” a nivel mundial fue de 370 millones de dólares con 18.500 cazadores internacionales en África, y se estima llegue a los 1.775 millones en 2030, aunque estas cifras varían significativamente según la fuente consultada. Cada año, se publican tarifarios fácilmente disponibles online con precios por cabeza. Las tarifas para este año van desde 550 dólares para un avestruz, 3.400 una jirafa, 15.000 por un búfalo, 55.000 por un ejemplar de león macho. Un macho de elefante puede generar unos ingresos superiores a los 70.000 dólares a la finca.

La historia de los safaris en África es rica y compleja, con una evolución desde las primeras expediciones de caza hasta los esfuerzos contemporáneos por promover la conservación y el turismo sostenible. A través de una inversión consciente en la industria de los safaris fotográficos, es posible que podamos presenciar un futuro en el que la explotación de la vida salvaje se traduzca en su protección y prosperidad a largo plazo, generando beneficios económicos significativos para las comunidades locales y los países de África.

La respuesta a cualquier modelo de conservación pasa antes por un modelo de negocio viable, rentable, que genere beneficios económicos para el país y la comunidad local. Hoy en día, varias compañías ya operan con este modelo de negocio, con campamentos en varios países africanos como Wilderness Safaris, andBeyond, Great Plains Conservation y Singita en el segmento de safaris fotográficos de lujo protegiendo cientos de miles de hectáreas dedicadas a la conservación de enormes extensiones por todo el continente, preservando de forma rentable una gran parte de la fauna salvaje y formando parte clave del entramado ecológico-económico-social de las regiones donde operan.

Lo que está muy claro, con datos en la mano, es que en cada león que vive, prospera una inversión segura y noble para el futuro del continente africano que convierte un pasivo en un activo muy rentable. Así lo vio en 2018 el fondo de inversión The Rise Fund con la compra del 34% de Wilderness Safaris con socios como el cantante Bono, Richard Branson, Mellody Hobson vicepresidente de Starbucks, Gorge Lucas, Laurene Powell viuda de Steve Jobs, Paul Polman CEO de Unilever y una larga lista de inversores influyentes.

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