OPINION

Panorama desde el puente: en el filo de la navaja

China 'amenaza' con dar un vuelco a la geopolítica en su carrera por lograr una vacuna
China 'amenaza' con dar un vuelco a la geopolítica en su carrera por lograr una vacuna

Me apoyo en la barandilla del puente que, diariamente, tiende Metroscopia sobre nuestra sociedad para mejor captar su latido, y el panorama que desde ahí se percibe resulta desolador. Hay una ciudadanía que trata de conservar la calma pese a estar sumamente asustada: sin duda, ahora son ya mayoría (60/40) los españoles que piensan que lo peor de la actual epidemia ha pasado. Pero, al mismo tiempo, siete de cada diez creen que dentro de poco esta experimentará un rebrote, y nueve de cada diez dan por hecho que resurgirá este otoño: el coronavirus devenido mortífero rayo que no cesa. Y la pregunta en que tanto temor deriva es: si con un porcentaje tan bajo (¿en torno al 8%?) de infectados como, según parece, se registra ahora nuestra benemérita —y maltratada— sanidad pública se ha visto colapsada, ¿qué cabe entonces pensar que podría ocurrir si con los rebrotes que se dan por inevitables dicho porcentaje se duplica o triplica? Para autotranquilizarse, uno de cada dos españoles opta por creer, en un ejercicio de mero voluntarismo carente de noticia fiable alguna al respecto, que en estos meses alguien ha de haber tomado las oportunas medidas para reforzar debidamente a nuestro sistema nacional de salud. ¿Ha sido realmente así?

Nuestros dirigentes y representantes andan entretanto en sus cosas, enzarzados en disputas que al ciudadano medio (que lo que realmente quiere es sentirse debidamente protegido, sanitaria y económicamente) no le interesan especialmente en esta hora. En este sentido, la gran bronca sobre la derogación inmediata, o diferida, de la actual legislación laboral constituye el más reciente ejemplo. Se trata, sin duda, de un asunto nada trivial. ¿Pero es realmente, en este concreto momento, el asunto prioritario en la agenda política nacional? Apenas uno de cada cuatro españoles lo cree así. La ciudadanía tiene la cabeza en otras cuestiones más perentorias a las que nadie da respuesta: ¿estamos ahora en mejores condiciones que hace tres meses para afrontar una nueva oleada de la epidemia? ¿Se va a poder paliar en la máxima medida posible el daño social que conllevará el inminente derrumbamiento sin precedentes, y que nadie pone ya en duda, de nuestra economía nacional? ¿Qué planes se están considerando para reconstruirla cuanto antes? ¿Y de dónde se piensa obtener las ingentes inversiones precisas para esa reconstrucción? ¿Estamos haciendo llegar a nuestros socios europeos y a los potenciales inversores en nuestro país las señales adecuadas? Es decir, ¿estamos dando la impresión, hacia fuera y hacia nosotros mismos, de que somos un país en el que se puede confiar, que sabe aparcar diferencias para unir esfuerzos, que sabe darse la mano para organizar un salvamento colectivo?

Desde el puente de observación demoscópico, la impresión no puede ser peor: el ruido parlamentario que hasta el mismo llega es de ínfima calidad: insultos mutuos, recíprocas descalificaciones y una generalizada incapacidad de acordar nada mínimamente duradero y confiable incluso con los ideológicamente más afines; con los ideológicamente contrarios tal cosa resulta impensable. Cabe imaginar que es el mismo ruido que desde fuera se percibe. Esta es hora de grandes decisiones y la ciudadanía se muestra dispuesta a resistir, a remangarse y a bregar. Sin embargo, y para su desazón y desconcierto, sus representantes no acaban de dar la sensación de que saben distinguir entre lo que es urgente para todos y lo que solo conviene a sus respectivas (y, por lo general, mezquinamente cortoplacistas) estrategias partidistas. En realidad, son ya muchos en sus filas los que parecen solazarse con la miserable idea de que “cuanto peor, mejor”, “cuanto peor le vaya a mi rival, mejor para mí”. Ocurre, sin embargo, que las circunstancias actuales nos encadenan a unos con otros, y que a nadie le va a ir mejor si a su contraparte le va mal. Estamos en el filo de la navaja: un punto que no parece el más adecuado para sentarse a esperar. Políticamente, nadie se va a engrandecer con la total desgracia ajena.

Nuestra sociedad necesita, y con urgencia, no solo remedios y vacuna contra la Covid-19, sino también dosis masivas de altura de miras, de generosidad política, de grandeza moral en sus representantes y dirigentes políticos. Pero, por ahora, solo chapoteamos en la mezquina miseria moral que se empeñan en propiciar quienes parecen aspirar a que nuestra escena pública nacional vuelva a ser ese reñidero de gallos de pelea de que hablara Frank Borkenau en tiempos de nuestra infausta (y para nuestra desgracia colectiva aun no totalmente olvidada) última guerra civil. Un bien repulsivo objetivo.

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