OPINION

Busque, compare y si encuentra algo mejor, vótelo sin miedo

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EFE

Si usted tiene más de 40 años seguro que se acordará de Manuel Luque, o al menos de su eslogan. Luque era un señor con cara de empollón que aparecía en televisión rodeado de botes de detergentes, y que en los años ochenta revolucionó el mundo de la publicidad y de la empresa Camp con una mítica frase: “Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”.

Hubo mucho cachondeo en torno a este licenciado en químicas que acabó presidiendo Camp, pero lo cierto es que cuando Luque entró en 1984 la empresa debía más de 1.000 millones de las antiguas pesetas (6 millones de euros). Cinco años después y unos miles de anuncios en TV, fue vendida al grupo británico Benckiser por 38.000 millones de pesetas (más de 228 millones de euros).

Vender un político no es vender un detergente, aunque a veces se le parezca. Además de tener un buen producto que ofrecer en la campaña electoral y una cara que inspire confianza, se recomienda que los candidatos posean honestidad e integridad, dos virtudes que, sin embargo, escasean en estos tiempos posmodernos y narcisistas. Un síntoma evidente de que las cosas no funcionan como debieran es que los ciudadanos viven mucho más pendientes y preocupados de sus políticos que los políticos de los ciudadanos.

Si esto lo aplicamos a los cinco líderes: Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y Abascal, comprobamos que el producto que ellos 'venden' está muy deteriorado tras cuatro elecciones fallidas en cuatro años; demasiado tiempo sin soluciones, y demasiado desgaste para unos servidores públicos que intentan hacernos creer que somos nosotros quienes debemos acertar con el voto, en vez de tener claro que son ellos los que están obligados a obedecer los escrutinios que salen de las urnas.

Por muchas encuestas y pronósticos que se hayan hecho, los resultados del domingo tienen un común denominador: son imprevisibles, porque todos los condicionantes que afectan a la decisión de voto están determinados por la excepcionalidad. La campaña tampoco ha ayudado a clarificar las cosas. Una nebulosa de promesas y un fuego cruzado de acusaciones han marcado estos días en los que ningún candidato ha destacado por su brillantez o sus inteligentes propuestas. Algunas meteduras de pata, principalmente del candidato Sánchez, aunque su mayor error ha sido repetir elecciones sin prever las consecuencias de la sentencia del 'procès' y los malos datos económicos.

También resulta llamativo comprobar que los dos partidos que más pueden perder son Ciudadanos y Unidas Podemos, que a la postre eran los que iban a traer un aire fresco y una regeneración al sistema de partidos y a la democracia. Los dos, además, han tenido la posibilidad de alcanzar el poder y con ello convertirse en partidos con mucha más influencia y más peso institucional. Y los dos lo han desaprovechado. Si UP hubiera aceptado la oferta de Sánchez de una vicepresidencia y tres ministerios, ahora estarían disfrutando de un status político que jamás podían haber soñado. Pero lo desecharon por considerar la oferta escasa a sus pretensiones. Error, inmenso error.

C’s enfocó sus objetivos en ser líder de la oposición, y despreció la posibilidad de gobernar con el PSOE, circunstancia que le hubiera catapultado a una posición de dominio, a la vez que podía ir creciendo en su condición de partido con experiencia de gobierno. Rivera erró su estrategia y ahora puede que lo pague caro. Hay apuestas sobre la posibilidad de que C’s quede en quinto lugar, y su líder, Albert Rivera, se vea obligado a dimitir.

La masa electoral que mañana acude a las urnas está condicionada por la necesidad de formar gobierno. Sin embargo, en las conciencias de los votantes hay también una fatiga política y otra informativa que puede provocar cierto voto (o abstención) de castigo y alterar en gran medida el mapa electoral.

El mal menor sería lograr un gobierno socialista en minoría, condicionado y controlado por las exigencias que le plantee el PP para darle su abstención en segunda vuelta. Y ya que a veces no hay mal que por bien no venga, se podría lograr un Ejecutivo débil en apoyos parlamentarios, que se viera obligado a solucionar los graves problemas que tiene hoy España y los otros que se avecinan, con grandes pactos que faciliten unas soluciones de mayor consenso.

Quizá, de la debilidad, como de la necesidad, se pueda hacer virtud, y un gobierno en minoría -obligado a pactarlo todo- no sea tan mala solución para una nación desalentada y necesitada de entusiasmo para creer en su futuro. En definitiva, el domingo voten con la mano en el corazón y la cabeza en la papeleta; y que Dios reparta suerte, que falta nos hace.

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