OPINION

En España hemos cambiado a los estadistas por las estadísticas electorales

Fotografía Pedro Sánchez
Fotografía Pedro Sánchez
EFE

Los adivinos del porvenir social y económico están tan secos de intuición e ideas como los gurús políticos del presente. Hoy día no hay ninguna corriente ideológica que destaque salvo el populismo rampante, que azota tanto al hemisferio derechista como izquierdista. El problema está en que, como decía Paul Valéry, "el futuro ya no es lo que era", pero por desgracia, el presente sigue siendo el mismo, es decir, caótico como de costumbre y falto de perspectivas.

Pedro Sánchez y Pablo Casado escenificaron en el Congreso un duelo verbal de poco nivel que terminó con un enfado infantil pero bien calculado por parte del presidente del Gobierno; que a su vez había sido agitado con habilidad por el presidente del PP al hacerle partícipe y responsable al primero “del golpe de Estado en España”. Como siempre el problema catalán de fondo, que se ha convertido en el problema español, no el único pero sí en el más grave. Además, en él se aprecian los límites del sistema de partidos actual.

El PSOE ha vuelto a la vieja fórmula del "quid pro quo", a dar algo por algo, al perpetuo intercambio de favores -dinero, transferencias, indulgencias, etc.- que durante años funcionó con todos los Gobiernos, a cambio de estabilidad. Ahora se dice que los favores son distintos. Los socialistas argumentan que hay que bajar la tensión en Cataluña, y es cierto, pero también saben que hay que amarrar los votos y los apoyos para no quedarse solos. Casado y el PP ya no tienen nada que ofrecer a los independentistas. Rajoy procuró no hacer mucho, más bien nada, hasta que la cosa se puso difícil. En algunos aspectos, Sánchez sigue esta misma senda, y los resultados de momento tampoco son muy satisfactorios.

Lo de Cataluña es solo un ejemplo de cómo se gestiona el presente por parte de los políticos. Aunque lo más difícil de saber es el hasta cuándo -¿hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?-. Es decir, hasta cuándo soportarán los ciudadanos estos gobiernos incapaces de resolver los verdaderos problemas que tiene sobre sus espaldas la sociedad española. Problemas actuales del presente y problemas de ese incierto futuro que todos temen pero del que nadie se ocupa realmente. Basta con escuchar los debates y leer con atención el proyecto de los Presupuestos para descubrir que el futuro no va con nuestros políticos, anclados en sus viejas cuitas.

Qué hay de la ponderada desigualdad social, de las amenazas al Estado del bienestar, de los peligros para el empleo, presentes y futuros; de la escasa natalidad y la mucha ancianidad; de las múltiples reformas aplazadas, desde la educativa a la electoral, pasando por la despolitización de las instituciones, la reforma judicial y la funcionarial, la energética, etc., etc. Para cuándo los replanteamientos que adapten el Estado a las necesidades reales de una sociedad que se resiente de bastantes cansancios y muchos desmanes políticos.

Además, estas reformas imprescindibles no las puede resolver un solo partido, ni de izquierdas ni de derechas, ni un bloque ideológico por muchos votos que tenga. Son reformas de gran calado que afectan de manera transversal y que superan la política cortoplacista de siempre y los viejos ejes ideológicos.

Lo más grave de esta situación es que mientras estas reformas no llegan la desconfianza en el sistema de partidos no para de crecer. Necesitamos, en concreto lo necesitan los partidos políticos, una visión a más largo plazo y más regeneracionista. Pero claro, con el horizonte electoral que se avecina –autonómicas, municipales, europeas e incluso generales- quién es el valiente y el honesto que sacrifica sus intereses personales y partidistas por el bien general. Como decía Bismark, “el político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación”. Y esta claro que en España hemos cambiado a los estadistas por las estadísticas electorales, y así nos va.

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