OPINION

Pre, ¡alé! o preparados, listos… ¡ya!

Masaje
Masaje
Pixabay

Soy reincidente. Lo confieso. Vuelvo para una nueva sesión. La contractura del omoplato de hace un par de semanas ha dado paso a un principio de ciática. Eso, unido al bono de 10 sesiones que adquirí –y que por supuesto hay que rentabilizar- me hace estar tumbado en la camilla, menos fría y dura que la primera vez.

-Es como la tónica, que cuanto más lo pruebas más te gusta. Mario Blázquez, el director de Marketing, delata su edad con esta comparación. – No seas tonto y vuelve. Más después de tu experiencia de espadachín, qué no se te puede dejar solo.

-Efectivamente. El problema radica en el tren inferior. Gracias a mis estudios técnicos y a las charlas de un primo ferroviario comprendo que el médico se refiere con esta afirmación a la pobre masa muscular que cuelga, sin llegar a moldear, mis extremidades inferiores. Ambos miembros no han sido capaces de aguantar el constante un pasito p´lante y un pasito p´trás. Un mes en la sala de tiradores ha tenido la culpa, exonerando de cualquier responsabilidad a Ricky Martin.

Mientras que unos tiran cañas, otros pegan tiros y algunos intentan tirarse todo lo que se mueve, yo probé –tras años de romántico deseo- la esgrima. Allá que me fui. A la sala de tiradores. Esa era la leyenda que aparecía encima de la puerta de entrada de una habitación tan larga como estrecha, semejanza perfecta de un menú degustación de un restaurante de cocina de fusión.

Cortés, nuestra directora de compras, me asesoró en las deportivas más adecuadas. 250 euros. En un chándal indoor. 150 euros. En una camiseta ceñida all sport. 38 euros… Todo lo demás fue un ejemplar de El Maestro de Esgrima –precursor del por entonces cabo Alatriste- y una ensalada mediterránea y un paquete de arroz Fíndus-Salto que compré en el Supercor de la esquina (que nada tiene que ver pero que me solucionó la cena de ese día). Sí, sí, Cortés, trabajó hace años en Master Card. Según recibo el desglose de gastos de mi tarjeta de crédito pienso que quizá tuviese que regresar a su anterior puesto. En el próximo comité de dirección prometo cuestionar algún punto de su planificación trimestral, eso sí, sin rencores…

Escucho: Pre, alé!. Traducción francesa de nuestro más colegial listos, ¡ ya! Dos figuras enfrentadas, con pinta de apicultores urbanos patrocinados por Skip ultimate y Ariel power gel, se deslizan, con movimientos rápidos por una especie de alfombra de cuatro o cinco palmos de ancha por diez metros de larga. Mientras un tipo bajito cercano a ambos levanta y mueve los brazos como si estuviera indicando las salidas de emergencia a bordo de un avión tripulado por miembros de Paramount Comedy. Es el árbitro-monitor-maestro.

El grupo de novatos, conmigo al frente (quizá por mi augusto porte o porque el resto de compañeros aun comenta pasos atrás el pedazo de zapatillas deportivas que calzo), entramos en la sala de tiradores. Un local que con algún toque fluorescente morado y un par de esculturas griegas mojadas por una fuente de tonos amarillentos se podía reconvertir en un peep show con toques retro. Los espejos laterales, las moquetas rojas que salpican longitudinalmente el piso, una especie de corpiños de cuero –que llaman petos- tirados por ahí y las lámparas de araña colgando de altos techos facilitarían, sin lugar a duda, el traspaso del negocio.

Media hora de teórica. –Si alguien quiere una espada que se vaya a las tiendas de souveniers de Toledo- comienza el ahora maestro-monitor-árbitro. El solo nombre de la ciudad de Zocodover me endulza la boca como un mazapán (¡Tres zetas consecutivas! ¡La triple marca del Zorro!. Está claro, la esgrima corre por mis venas). –Aquí hay sables y floretes. Continúa el avezado estratega. –Debéis aprender a cogerlo protegiendo la mano tras la cazoleta.

Me imagino blandiendo el acero frente al abogado de mi ex mujer. Quiero ser un hombre-florete, al igual que la mujer-florero del aquel dúo Ella baila sola. Me llevo la primera reprimenda. En mi éxtasis acabo de golpear a un montón de bolsas de deporte apiladas en un rincón polvoriento. Educadamente, me retiran el arma. Estamos cuarenta minutos avanzando y retrocediendo en línea recta. Rodillas ligeramente flexionadas, mano izquierda a la cintura y pies en ángulo recto. Fondo y semifondo. Vuelta a empezar. Estoy convencido que al menos tres de los mosqueteros no pasaron por este training. Debo intercambiar algunas ideas con nuestra directora de formación. ¿Habrá tutoriales sobre este tema? La reflexión me hace perder el equilibrio en el penúltimo semifondo del día.

Entre la caída y el dolor de muñeca generado por ensayar una y otra vez las cuatro diferentes aperturas –similar al contraído en mi primer y único curso de solfeo- decido abandonar el noble arte de la esgrima. Así se lo hago saber al terapeuta que por segunda vez certifica que tengo una especie de tonadilla fibrosa en lugar de un adecuado tono muscular. Nunca pensé que el último pensamiento antes de la cabezadita de rigor fuera para la copla española. ¿Un patrocinio en Radiolé?.... hablaré con Marketing sobre esta posibilidad.

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