Econopatías

Científicos, activistas e impostores

Alumnos dando clase en el patio de la Universidad de Córdoba
Científicos, activistas e impostores.
La Información

Se suele distinguir entre ciencia básica (la que se refiere al descubrimiento de nuevas metodologías y enfoques analíticos sin fines prácticos inmediatos, sino con el fin de incrementar el conocimiento de los principios fundamentales de la naturaleza o de la realidad por sí misma) y aplicada (la que utiliza los resultados de la ciencia básica para resolver problemas prácticos). En ciencias sociales, la versión aplicada se convierte frecuentemente en la formulación de recomendaciones de políticas económicas y sociales. Así, en este campo, la divulgación de las actividades científicas, una tarea ya de por sí procelosa, se convierte en una actividad de riesgo por su inevitable intersección con los debates sobre políticas. Ocurre a menudo que los limites entre divulgación científica, activismo e, incluso, sectarismo aparecen muy difuminados. “Activismo” es militancia en movimientos sociales, organizaciones sindicales o partidos políticos para participar activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas. “Sectarismo” es activismo con intransigencia y fanatismo.

¿Se puede ser un buen científico social sin estar socialmente comprometido? En principio, se podría pensar que de la misma manera que un oncólogo puede curar el cáncer sin haberlo padecido, el análisis de los problemas sociales podría abordarse desde la neutralidad ideológica y la indiferencia ante las consecuencias de dichos problemas. Sin embargo, Arthur Cecil Pigou, pionero de la llamada Economía del Bienestar, sostenía: “Los complicados análisis que los economistas se esfuerzan por realizar no son meramente ejercicios gimnásticos. Son instrumentos para el mejoramiento de la vida humana. La miseria y la indigencia que nos rodean, el lujo dañino de algunas familias ricas, la terrible incertidumbre que ensombrece a muchas familias pobres, son males demasiado evidentes para ser ignorados”.

En otras palabras, la economía es una ciencia moral y la función principal del economista debería ser ayudar a construir una sociedad y un orden internacional mejores. Eso no puede hacerse ni obviando cuestiones de justicia social ni ignorando por qué y para qué hay que cambiar la realidad social, manteniéndose al margen del proceso político mediante el cual se acaban ejecutando las políticas sociales. Es más, quizá fuera necesario que los científicos sociales se comprometieran políticamente más de lo que lo hacen. Si bien están muy activos en tratar de comprender la realidad y diseñar políticas para mejorarla, participan mucho menos en las fases de desarrollo político, implementación técnica y ejecución y supervisión de esas medidas.

No obstante, ¿es compatible el activismo con el ejercicio de la ciencia social? Por supuesto que sí, aunque a riesgo de padecer desdoblamiento de personalidad. En ciencia nada es sagrado y toda autoridad debe ser desafiada siempre. La duda es el motor que avanza el conocimiento científico. Siendo así, el activismo no casa bien con la independencia y el cuestionamiento continuo a los que los científicos están obligados.

Sin embargo, hay quiénes saben distinguir claramente entre las prácticas de la ciencia y del activismo y combinar ambas actividades construyendo murallas chinas que las mantienen en sus confines respectivos. Sin embargo, tal separación no resulta fácil, porque las capacidades y aptitudes personales necesarias para garantizarla son exigentes y porque las presiones externas para demoler esas murallas chinas son intensas. Paul Romer, Premio Nobel de Economía en 2018, expresó esta tensión de una manera muy gráfica: "Si tengo que elegir entre traicionar a la ciencia y traicionar a un amigo, espero tener el valor de traicionar a mi amigo".

Por ello, son más los científicos sociales que abandonan la ciencia cuando ejercitan al activismo (en algunos casos, incluso el sectarismo) que los que se dedican al activismo con disciplina y actitudes científicas. Más frecuente es, incluso, que el activismo se practique desde una impostura intelectual que adopta dos formas. Una es presentar unas credenciales científicas inexistentes, es decir, hablar de temas “sin haber hecho los deberes”. Otra es presentar las ideas particulares y personales de las que se pretende hacer propaganda y proselitismo como verdades objetivas resultado de una investigación científica que, por su propia naturaleza, no puede validar ese tipo de ideas.

Con estas preguntas y repuestas no trato de glorificar a unos ideales científicos sociales “puros” e “independientes” en “búsqueda abnegada de un objetivo superior” ni de deslustrar otras actividades. Es simplemente una llamada de atención para que cada mensaje se trasmita y se reciba como lo que es. En los medios de comunicación se suele recurrir a “expertos” para informar de temas de interés. Pues bien, los hay de tres tipos: científicos, activistas e impostores, cada uno de ellos con bagajes y motivaciones diferentes. Conviene distinguirlos.

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