OPINION

La consultoría española, vanguardia para nuestra economía

Consultor de gestión
Consultor de gestión
Pixabay / rawpixel

La consultoría es un sector de vanguardia en la sociedad del conocimiento, que ayuda a las empresas y a la administración a avanzar con mayor eficiencia e inteligencia en un mundo sometidos a fuertes cambios, en el que la exigencia de transformación digital es urgente y necesaria en todos los ámbitos de la actividad. La consultoría es, por tanto, un aliado estratégico de las organizaciones y empresas que se empeñan en avanzar y mejorar en esta época de evolución vertiginosa, que encierra riesgos, es verdad, pero que, también, atesora enormes posibilidades y oportunidades para quien se prepare para abordarla adecuadamente. Y la consultoría está ahí, dispuesta a avanzar con sus clientes, a los que transfiere su conocimiento y su experiencia.

El nivel de la consultoría de un país es señal inequívoca de su horizonte de desarrollo tecnológico y de su aspiración de eficiencia y competitividad, ya que los consultores no solo atesoran modelos teóricos, sino que, sobre todo, los implantan en las empresas para que consigan fehacientemente los objetivos marcados. Afortunadamente, el nivel de la consultoría española es excelente, sostenida sobre unos profesionales muy bien preparados, formados y motivados por una sana ambición de mejora y crecimiento.

La AEC, la Asociación Española de Empresas de Consultoría, acaba de hacer público el informe del sector en el 2018. Así, la facturación del sector consultoría creció un 5,9% con respecto a la del año anterior hasta alcanzar los 13.700 millones de euros, lo que supone más del 1% de nuestro PIB. Un crecimiento sano – muy por encima del PIB – y sostenido en estos últimos años, que evidencia el esfuerzo que los diversos sectores de nuestra economía realizan para su adaptación y modernización.

La consultoría es una actividad de compleja definición, pues abarca muchas áreas y materias. Simplificando, podríamos asociarla a la idea de asesoramiento experto y apoyo a la hora de implantar las soluciones deseadas. La figura del consultor es tan fácil de comprender como difícil de definir. El consultor es un profesional que provee de consejo experto en su área de especialización. No existe, por tanto, una única área de consultoría, sino tantas como especializaciones se deriven de la actividad empresarial o de las organizaciones de todo tipo, sean privadas o públicas. Así, se abarcaría desde la consultoría estratégica – que ayuda a la orientación general de la empresa y a la visión y acción a dos o tres años vista – hasta la de Recursos Humanos, la de organización, la financiera, la de producción o la de producto, entre otras, pasando por la de transformación digital, la más importante en nuestros días.

La consultoría, tal y como hoy la conocemos, nació en la segunda mitad del siglo XIX, en colaboración con la industria, la minería y las finanzas. Su tarea principal era resolver problemas y ayudar en la organización y optimización de procesos y productos. El cliente le decía “tengo este problema”, o “deseo conseguir esto”, y el consultor calculaba, analizaba y medía hasta plantearle una solución adecuada. El concepto de consultoría fue avanzando al ritmo de la complejidad de la sociedad y de la economía, hasta llegar hasta nuestros días, donde su misión principal es la de aportar valor al cliente y donde el ámbito de transformación principal tiene que ver con el mundo digital, desde la implantación de sistemas, hasta marketing y comercio digital, gestión de datos o incorporación de Inteligencia Artificial. Sea como fuere, ayer y hoy, la consultoría excelente sólo tiene un pilar posible, y es el del consultor excelente.

Un consultor debe aunar varios talentos. En primer lugar, el del aprendizaje y el conocimiento. Un consultor debe ser un experto en su materia, por lo que debe sumar conocimiento con experiencia. El conocimiento, imprescindible, es condición necesaria, pero no suficiente. Además de conocer, el consultor debe ser capaz de analizar – cuantitativa y cualitativamente – la situación de la empresa o de la administración para proponer, en consecuencia, alternativas concretas, realizables y medibles para alcanzar los objetivos estratégicamente definidos. Pero, además del conocimiento, la experiencia y de la capacidad de análisis y de propuesta, el buen consultor debe desarrollar sus habilidades con personas, en lo que viene a englobarse en las conocidas como inteligencia emocional y social. Así, debe ser capaz de liderar equipos, sumando y sintonizando sus talentos; debe ser empático con el cliente, comprender sus problemas, sus prioridades y sus puntos de vista; debe poseer habilidad comercial y de generación de negocio; debe saber moverse en exigentes ambientes sociales y profesionales, por lo que deberá mantener viva su curiosidad por aprender, conocer y comprender, al tiempo que se cultiva en materias diversas. A un buen consultor se le supone una razonable cultura general y un conocimiento de las dinámicas sociales, económicas y empresariales del momento, para así poder enmarcar adecuadamente sus sugerencias y planteamientos. Pero, sobre todo, un consultor debe amar su profesión, muy absorbente en tiempo y esfuerzo, pero muy reconfortante en tanto de la diversidad de personas, organizaciones, sectores y retos que tendrá que abordar.

A veces, se critica que los consultores son hacedores de “bonitos power point” irrealizables en la práctica. Nada más lejos de la realidad, pues en la mayoría de las ocasiones – en función de lo que pidan – acompaña al cliente en la implantación de la solución y, en algunos casos, cobra en función de las mejoras obtenidas. La consultoría externaliza funciones y procesos que no están en el corazón del negocio, para hacerlas más eficientes. Pero, sobre todo, la consultoría trata de ayudar a empresas y administración a vislumbrar el futuro y a adaptarse a él. Por eso, cada día es más importante su papel en la innovación de nuestra economía. El consultor debe, por tanto, ser innovador y creativo, capaz de imaginar las soluciones del futuro. Las consultoras los preparan para ello, ya que dedican más del 2,8% de sus ingresos a la innovación, lo que supone más del doble de la media de la economía española, un 1,2% del PIB, superando también a la europea, que asciende a un 2,07%.

El sector de consultoría, como no podía ser de otra forma, es intensivo en mano de obra muy cualificada. Por euro facturado, la mayor parte va destinado a la retribución de los profesionales, o sea, que lo que factura se transforma casi directamente en puestos de trabajo. En 2018 el sector de la consultoría empleó a más de 186.000 profesionales, lo que supuso un crecimiento del 9,4% con respecto al año anterior. Más del 68% de su plantilla poseen titulación universitaria, muchos de ellos de áreas STEM (Science, Technology, Engineering y Mathematics), las más demandadas en los proyectos de transformación digital. El sector de consultoría es, también, el que más recursos destina a la formación de su personal con un fuerte crecimiento del 11% en 2018 frente al ejercicio anterior.

El sector de consultoría español atesora un enorme potencial de crecimiento, pero lastrado por diversas limitaciones que deberíamos tratar de solucionar. Por una parte, la falta de vocaciones por las carreras STEM y el bajo nivel inglés de los universitarios españoles. Por otra, las limitaciones de orden laboral – como la del registro de jornada – y de orden fiscal que complican la actividad de consultoría con respecto a otros países de la Unión Europea que, como Portugal, se están convirtiendo en foco de atracción de talento y de inversión. Cuidemos estos asuntos porque España podría quedar rezagada frente a otros países vecinos en esta carrera por el conocimiento, lo que supondría un enorme error que pagaríamos en pérdida de renta, de empleo y de futuro.

Otro de los problemas a los que se enfrentó la consultoría es a las adjudicaciones públicas por subasta, en la que se adjudicaba a la más barata, pero no a la mejor ni a la que mayor experiencia aportaba al asunto en cuestión. Así se han conocido numerosos fiascos, de trabajos mal realizados o de empresas que quebraban por haber contratado sus servicios por debajo del precio de costo. Aunque la nueva ley de contratación pública en algo ha mejorado estas cuestiones, aún queda implantar la idea básica: hay que contratar al mejor – dentro de un orden presupuestario – y no al más barato, sin que parezca importar que sea el más adecuado o no.

Tenemos en la consultoría un enorme aliado para la creación de empleo de calidad. Algunos países como Francia han logrado la consolidación de grandes consultoras internacionales, que aportan innovación y valor a la economía gala. Y para ello, ningún instrumento más eficaz que las colaboraciones público-privadas en forma de grandes proyectos compartidos, de los que ambas partes resultan beneficiadas, sobre todo en conocimiento. EEUU fue pionero en estas lides y el Departamento de Defensa impulsó, entre otros, la creación de internet, por no hablar de avanzadas tecnologías que desde el ámbito militar se extendieron a usos civiles. En España aún tenemos un enorme campo por delante, aunque algunas colaboraciones, como por ejemplo la de Indra con las autoridades de tráfico aéreo y de Aena permitió desarrollar una de las tecnologías de control aéreo más extendidas del planeta, siendo clientes, entre otros, la mismísima Alemania. Ojalá el ejemplo cundiera y otros muchos proyectos de colaboración público-privada nos pusieran en la cresta del conocimiento avanzado.

El sector de la consultoría es vanguardia del futuro que queremos construir. Enhorabuena a la AEC por el balance que presenta ante la sociedad española y mucha suerte en los exigentes retos que el vértigo digital presenta cada día. Su éxito será el éxito de toda nuestra economía.

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