OPINION

El rearmamento arancelario de EEUU, más que un calentón tuitero de Trump

Donald Trump tiene un enfrentamiento personal con el alcalde de Londres. / EFE/EPA/SHAWN THEW
Donald Trump tiene un enfrentamiento personal con el alcalde de Londres. / EFE/EPA/SHAWN THEW

La historia, por definición, es impredecible. Tras la caída del muro de Berlín, los imperativos tecnológicos y la línea de pensamiento liberal triunfante animaron la carrera globalizadora. “El fin de la historia”, como le bautizara exitosamente Fukuyama. Y comenzó la era de las fronteras abiertas para productos, servicios, finanzas e ideas, al socaire de un prodigioso internet. Aquella dinámica originó, a mediados de los noventa, un movimiento antiglobalizador, bajo el argumento del incremento de desigualdades entre los países del norte y del sur.

Veinte años después, todo parece cambiar. Estados Unidos, principal valedor del impulso globalizador, vuelve a las viejas políticas de aduanas, muros y aranceles bajo una lógica tan simple como efectista: sus fronteras están abiertas pero las de China y otras, cerradas. Además, sus 'think tanks' geopolíticos ya han dictaminado su veredicto: en las actuales condiciones, China será hegemónica en pocos años, luego tienen que hacer lo posible para evitarlo. De ahí, que la conocida como guerra comercial entre EEUU y China no sea más que el prolegómeno de una auténtica Guerra Fría que se prolongará en el tiempo. Ya veremos como evoluciona, pero tengamos claro en todo momento que este rearmamento de aranceles y aduanas no se debe a un calentón tuitero de Trump, sino a una política estructural de un país que luchará por no perder la supremacía mundial.

La historia no estaba pues terminada. Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas, que cantara el gran Rubén Blades. Hete aquí que EEUU, el globalizador por naturaleza, se reconvierte al proteccionismo, mientras que los antaño antiglobalizadores están a punto de comenzar las protestas contra los muros arancelarios, al entender que perjudicarán a los países menos desarrollados, claramente beneficiados por la deslocalización industrial. O sea, el mundo al revés. Cosas veremos. Pero mientras las vemos, la realidad empuja. Los aranceles ya golpean nuestras exportaciones de aceitunas negras, que se han desplomado a la mitad. Los vinos tiemblan, ante la amenaza norteamericana a Francia y, por ende, a los vinos europeos. La margarita de tasas aduaneras a los automóviles del Viejo Continente hace temblar a nuestras fábricas.

Al otro lado del Atlántico, el México de López Obrador se doblega a las exigencias norteamericanas para no sufrir el castigo de unas tasas que arruinarían a su poderosa industria maquiladora. En Asia, China amenaza con represalias e India impone nuevos aranceles. EEUU contra el mundo. Todo se mueve sin que nadie logre atisbar el resultado de este terremoto que ningún sismógrafo advirtió. Se cierra la etapa que nació tras la caída del Muro de Berlín, se abre otra de incierto devenir. Es razonable pensar que el neoproteccionismo tendrá consecuencias negativas para el comercio y el crecimiento global, aunque, al tiempo, habrá sectores concretos que puedan beneficiarse de la nueva situación.

Los analistas económicos, los gurús financieros, los centros de estudios económicos y los servicios de prospectiva hacen tiempo que no dan ni una. Durante los dos últimos años se desgañitaron advirtiendo de la progresiva subida de los tipos de interés a partir del otoño pasado, para, encontrarnos ahora a las puertas de una nueva bajada por parte de la Reserva Federal, signo inequívoco de estímulo ante una desaceleración inesperada. En Europa, siempre más lenta, las subidas se han postergado sine die, mientras que la inflación vuelve a bajar y se reducen las previsiones de crecimiento económico. Para los optimistas, nada grave. Para los pesimistas, las trompetas de Jericó que anuncian el derrumbe de nuestra economía. Quién sabe. El caso es que abandonamos la etapa de la globalización sin tener un modelo alternativo construido. La economía digital seguirá avanzando en su urdimbre global, mientras que las políticas y los países cabecearán de acá para allá hasta encontrar un nuevo equilibrio. Ya veremos el tiempo que nos toma y los sobresaltos por venir.

El caso es que EEUU parece querer enfrentarse al mundo, alentado por el aplauso interior a las medidas proteccionistas, mientras que su economía goza, en estos momentos, de una bonanza histórica. Estemos atentos, que nunca ganó una guerra quien quiso enfrentarse a todos, simultáneamente. Los europeos, que deberíamos ser sus aliados naturales, paradójicamente, también resultamos amenazados y castigados. Ya veremos el veredicto de la historia, siempre severa jueza de los que quisieron defenderse en su aislamiento y los que confundieron la silueta de la muralla que los encerraba con la línea de un horizonte mejor.

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