OPINION

Torra y Sánchez: crónica de una tragedia anunciada

Pedro Sánchez y Quim Torra / EFE
Pedro Sánchez y Quim Torra / EFE

Estamos a las vísperas de una sangrienta asonada en las calles de Cataluña. Los independentistas han desenterrado el hacha de guerra y la exhiben provocadores contra todos quienes no comparten sus designios totalitarios. Quieren sangre y sangre verterán. Tan trágico, como cierto. Nos cuesta creerlo, por lo que tendemos a pensar que serán exageraciones de algún radical o visiones apocalípticas de un oscuro profeta de la catástrofe. Nos justificamos con la excusa de que eso no puede pasar en un país democrático y europeo y nos empeñamos en negar lo evidente. Somos unos insensatos si nos negamos a ver la tragedia que a ojos de todos organiza el independentismo sedicioso. Ojalá se tratara de un simple desvarío. Pero no, desgraciadamente, no se trata de eso.

Las evidencias se acumulan impúdicas delante de nuestras narices. Y nadie parece reaccionar. No fue un calentón lo de Torra. El president sabía perfectamente lo que decía el sábado pasado cuando anunció en Bruselas la vía eslovena para alcanzar la independencia. O sea, el forzar a un golpe violento y contundente para, tras una miniguerra,conseguir la independencia unilateral. Tomar el poder por la fuerza, matando y muriendo. Lo que la democracia constitucional le niega, con sangre quieren arrancarlo. Meses antes, Torra ya pidió a los suyos atacar al estado.Verde y con asas. Comín ha advertido que nadie debe engañarse, que el tramo final será dramático. Más claro, agua.

Y mientras planean hasta el mínimo detalle el golpe, nuestro gobierno se limita a recomendarles mesura y a suplicarle apoyo para unos presupuestos patéticos, ajenos ya por completo al pulso de los tiempos. El independentismo radical sabe que su hora ha llegado y dará el golpe definitivo pronto, crecido por la cómplice pasividad de un Sánchez que ha contraído una gravísima responsabilidad ante la historia. Porque los muertos –ojalá nunca lleguen-, no sólo serán responsabilidad de los violentos y asesinos, ni siquiera de quienes los jalean, sino también, en parte, de aquellos que, pudiendo haberlo evitado, nada hicieron para frenarlo.

En Eslovenia –caso que no nada tiene que ver con Cataluña– los disturbios costaron la vida a 62 personas. Algunos cenáculos independentistas estarían dispuestos aún a un mayor número de muertos con tal de alcanzar su delirio. Llaman irresponsablemente a la sangre redentora, mártir, héroe. Y lo hablan abiertamente, sin tapujos. Malditos locos, cuando dolor nos causarán a todos. Debemos frenarlos antes de que su locura incendie el polvorín de la tragedia. Sólo hace falta inteligencia y firmeza política para conseguirlo dentro del marco de la constitución. El PSOE debe pactar con PP y Cs para garantizar el orden y el respeto a las libertades de todos en una Cataluña secuestrada por los radicales. Día que pasa, día que se pierde y día que nos acercamos a un precipicio trágico.

Llevaban tiempo preparando el golpe definitivo, tras el fracaso parcial del octubre pasado. Y saben que el momento ha llegado. Ahora, con Sánchez en el gobierno, o nunca. El independentismo, tras las elecciones andaluzas, ha comprendido que, en las próximas generales, se podrían conformar una nueva mayoría parlamentaria que traería un nuevo 155, más firme y con una férrea decisión de que los mandatos constitucionales se cumplan en cualquier punto de España, algo que en estos momentos nadie garantiza. Torra y Puigdemont no pueden permitirse esa posibilidad, por lo que incendiarán los ánimos para que la revuelta estalle antes de que sea demasiado tarde para sus intereses.

La excusa será el consejo de ministros del 21D o cualquier otra, igual da. Sánchez, al final, tendrá que actuar, pero lo hará ya tarde y mal. Su compadreo ha cebado la violencia que decía tratar de remediar. Lo de Churchill, vaya, cuando le espetó a Chamberlain la frase célebre. Sánchez, al final, tendrá la guerra y el deshonor. Sus cesiones al independentismo, aspirando a aplacarlo, no han hecho sino acrecentar su fiereza. Y, ya, sin honor, tendrá que responder con violencia a la violencia provocadora. Que a los tigres ni se les cabalga ni se les acaricia, porque, al final, siempre te devoran.

Sánchez debe actuar ya, con todas las armas que la ley le otorga, contando con el consenso de las fuerzas constitucionalistas, que representan, además, a una inmensa mayoría de los españoles. Que no albergue duda alguna, porque, si no lo hace, Torra y compañía aprovecharán su debilidad para atizarle el golpe definitivo. Siempre preferirán enfrentarse a un rehén de sus propios actos, antes que esperar un gobierno con un firme compromiso de frenar al independentismo sedicioso. Sánchez, inexplicablemente, sigue apoyándose en esos mismos independentistas que jalean abiertamente a la revolución violenta. Y no es nada nuevo ni no sabido. Torra ya pidió a los suyos que atacaran al estado español mientras que el gobierno minimizaba la importancia de esas declaraciones.Increíble, pero cierto.

Más evidencias de la sinrazón, por si pocas fueran las ya expuestas. La Generalitat sanciona y aparta a aquellos mossos que se empeñan en que la ley se cumpla. Ya no existe otra ley que la que el independentismo dicta. Y cualquiera que no piense como ellos, será considerado como enemigo del pueblo al que apuntarán con el dedo acusador. Los CDR y sus secuelas aún más radicales, campean impunemente, como acabamos de sufrirlos en las autopistas y en los peajes. Pronto irán a más. Que nadie se llame a engaño. La tragedia está a punto de explotar y de nada nos vale seguir con los ojos cerrados. Tratemos, con la ley en la mano, de evitarla o, al menos, de minimizarla.

En su delirio, los golpistas sueñan con masas tomando plazas y centros de poder, mientras que los CDR actúan con violencia planificada y los mossos se convierten en el ejército de la asonada. Sin prácticamente policía ni guardia civil, están convencidos de que nadie podrá evitar lo inevitable, la independencia de facto con la que sueñan. Fracasarán, pero no lo saben. Llamamos a su cordura, pero, nos tememos, que ya es tarde para albergar esa esperanza. La suerte parece decidida. Atacarán y mientras más tardemos los demócratas en actuar, con nuestro actual gobierno al frente, más dolorosa será la violenta confrontación en ciernes. La historia se precipita, bíblica y maldita, y no podremos ya ausentarnos de ella.

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