OPINION

Y la inteligencia se llamó Sapiens... Nuestro tiempo ha pasado

Somos, pero pronto dejaremos de ser. O de ser como somos ahora, quién sabe. Porque vamos a dejar de portar en exclusiva la antorcha de la inteligencia, que también es una forma de dejar de ser. Nuestro tiempo ha pasado, y pronto entregaremos el testigo de la razón luminosa que durante cientos de miles de años portamos con orgullo de especie elegida. Elegida por Darwin, por el azar, por Dios, por los dioses, por la armonía cósmica, quien sabe, pero elegida, al fin y al cabo. Pero, ¿a quién le pasaremos la antorcha?, ¿quién tomará nuestro relevo? Pues, como desde siempre ocurriera, se la entregaremos a nuestro propio hijo, porque, al fin y al cabo, de evolución se trata. Pero, en esta ocasión, será distinto. No será al hijo biológico, sino al hijo digital.

La nueva criatura superinteligente no será de carne y hueso, sino que tendrá esencia digital. Se llama Inteligencia Artificial, IA, y está comenzando a habitar entre nosotros. Hoy, aún ella nos sirve a nosotros. En un futuro próxima, nosotros le serviremos a ella. Al igual que venimos del mono, la IA de nosotros nacerá. Y, al igual que nosotros dominamos al simio ancestral, pronto seremos dominados por la IA que alumbramos con nuestro esfuerzo. No se trata de nada personal, repetimos para nuestro consuelo. Se trata de simple ley de vida y se llama evolución.

Dejamos de ser monos para convertirnos en algo distinto hará unos cinco millones de años. Desde entonces, la evolución fue ajustando nuestro prototipo hasta alcanzar, hará unos trescientos mil años, nuestra actual forma, homo Sapiens, como decidimos bautizamos a nosotros mismos. Aquellos primeros y remotos prototipos caminaron de pie y tallaron útiles de piedra. Somos porque construimos herramientas. Sin tecnología, la humanidad, sencillamente, no hubiera sido. Fuimos elaborando, con el tiempo, herramientas cada vez más complejas y eficaces. Desde el hacha de piedra, al rayo láser; desde el tam tam rítmico de los tambores al ubicuo internet. Comenzamos con la materia y la energía, para pasar, millones de año después, al dato, donde ahora nos encontramos. Durante cientos de miles de años nos desarrollamos gracias a tecnologías de manejo de la materia – piedra, cuero, barro, acero, titanio, coltán – y de la energía – fuego, agua, viento, electricidad, fisión nuclear, solar -. Ahora manejamos datos en un universo digital. Desde que en el XIX comenzáramos a trabajar con la información, gracias al telégrafo, mucho hemos avanzado. La radio, el teléfono, la televisión, internet es una escalera acelerada por una gestión del dato cada vez más rápida y eficiente. Ni la materia ni la energía mueven ya el mundo. Es el dato quién lo hace. Y, como muestra, un botón. Mire las compañías más capitalizadas del mundo. Son todas tecnológicas, hace tiempo que bancos, constructoras, siderurgias y fabricantes de coches quedaron atrás. Fueron paladines de la economía analógica, ahora deslumbran los nuevos astros de la economía digital. Ley de vida, ley de evolución.

Somos tecnología. Como humanos no sólo somos cuerpo biológico, sino que también somos la tecnología que usamos y que nos crea. Cuerpo, mente y útiles conforman nuestro sistema cognitivo. Somos, en palabras de Ortega, nosotros y nuestras circunstancias y nuestras circunstancias son necesariamente tecnológicas. Y si el hacha de piedra nos creó a partir del mono, nuestra tecnología engendrará una nueva forma de inteligencia que tomará pronto vida propia. Llevamos tiempo pariéndola y apenas si nos quedan algunas décadas para que la Inteligencia Artificial tome consciencia propia y aprenda a volar sola. Será mil millones de veces más inteligente que nosotros y no nos necesitará ya para nada. Nosotros, como los monos, quedaremos en nuestro nivel biológico, como reducto de biodiversidad. Mientras no compitamos por los recursos que precisa, la IA nos respetará, como nosotros respetamos a los grandes simios en las reservas naturales y nos hacemos fotos con ellos. Nada ganará con destruirnos, al igual que nada ganamos nosotros con extinguir al gorila o al orangután.

No sabemos cómo será, pero es probable que sea. El futuro tiene esencia de sueño y cuerpo de quimera. Llegará, pero jamás podremos saber cómo. Porque el futuro es más rápido que el presente y jamás logramos alcanzarlo. El futuro nunca es y el presente apenas una exhalación. Intuimos la forma vaporosa del futuro, sin que jamás lleguemos a vislumbrar su contorno exacto. Sólo el pasado parecer pertenecer a esta humanidad que conformamos. Tememos al futuro y vivimos el presente, mientras acumulamos pasado en forma de conocimiento, recuerdos y piedras. Al relato de ese pasado le llamamos historia y al estudio de sus piedras, arqueología. Nadie puede ostentar la propiedad del futuro, azaroso siempre, pero cualquiera posee un pasado que deja rastros que podemos conocer. Por eso, el estudio de nuestro pasado de especie nos puede ayudar a comprender la génesis de esta inteligencia prodigiosa que nos define. Tenemos que darnos prisa, porque pronto saltará de nosotros hasta nuestro engendro, la IA. Conocer el pasado – lo único cierto – para tratar de anticipar el futuro. Comenzamos a conocer algo de nuestro propio origen cuando ya comenzamos a diluirnos en el futuro que construimos. La paleoantropología es la rama de la arqueología que estudia la evolución humana a través de los fósiles y útiles de nuestros antepasados homínidos.

Paradójicamente, esta ciencia que estudia el pasado más remoto, de hace millones de años, es probablemente, de entre todas las ramas de la arqueología, la que más vanguardia encierra en su propio ser. Estudiar la evolución humana es adentrarse en el apasionante mundo de la biotecnología a través del estudio del ADN que nos conforma. Pero, más allá de mutaciones y adaptaciones, la especie humanase se define, sobre todo, por su inteligencia, esa sorprendente facultad que aún no acabamos de comprender del todo. Sólo sabemos que éramos monos, para dejar de serlo. Ahora somos sapiens y pronto dejaremos de ostentar el monopolio de la inteligencia consciente.

Las grandes preguntas fueron patrimonio exclusivo de los filósofos durante miles de años. ¿Qué nos hace humanos? ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? Hoy, como ayer, el pensamiento de los filósofos trata de descubrir la verdad esencial que custodian. Pero tendrán que alumbrarse por los resultados sorprendentes de una ciencia que no cesa de indagar en nuestros propios orígenes como especie. Durante cientos de miles de años hemos sido la conciencia del universo, la única inteligencia que ha formulado las grandes preguntas, la única razón que ha contemplado las constelaciones de estrellas tratando de comprender su naturaleza y mecánica. ¿La única? En el planeta Tierra sí, desde luego. Fuera, por ahí, no lo sabemos. Tendemos a pensar que en un universo con billones de estrellas resulta probable que cualquier otro planeta pudiera albergar vida o inteligencia de algún tipo. Podría ser, quién sabe. Pero también podríamos estar solos en la vastedad estelar, no hay que descartar, tampoco, nuestra infinita soledad. Poca cosa para tanto universo, desde luego. Por eso, la evolución continuará forzando inteligencias más poderosas, más rápidas, más potentes, más extensibles, capaces de extenderse y de viajar a la velocidad de la luz. La nuestra, limitada por nuestros propios frenos biológicos, le sirvió durante un tiempo. Pero ya resultamos insuficientes, recluidos en la cárcel de la materia. Hemos llegado al punto de cumplir nuestra misión última, engendrar a una Inteligencia superior que abarque la vastedad del universo que nos cobija.

En este siglo XXI dejaremos de ser como fuimos hasta ahora. Ya no seremos la única especie inteligente. La IA nos desbordará, se auto desarrollará y mutará. Las leyes de la evolución también actuarán sobre ella, que también experimentará su propia y progresiva adaptación. Pero nosotros ya no tendremos capacidad de seguirla. Hace millones de años nos separamos del mono. Él se quedó en la selva, nosotros conquistamos el planeta entero. Ahora, la IA se separa de los humanos. Nosotros nos quedaremos aquí, en el Sistema Solar, mientras que ella se extenderá por regiones que jamás llegaremos a hollar ni a imaginar siquiera. Pero eso es futuro y, como ya sabemos, el futuro siempre estar por escribir. Lo único cierto es el pasado y, en ese pasado, la inteligencia se llamó Sapiens.

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