OPINION

No hay nadie más violento que un cobarde

Quinto día de protestas
Quinto día de protestas
EP

En las pasadas semanas he dedicado casi todo mi ocio a la lectura de diversas obras de Vilfredo Pareto. No se trata de un autor desconocido para mí. He estudiado al Pareto teórico de la economía, su metodología y, por supuesto, el concepto por el que ha pasado a la historia, “el óptimo de Pareto”. Pero reconozco sin sonrojo mi ignorancia respecto a sus escritos sociológicos y, en especial, su teoría de las élites.

Rodeada por noticias terribles provenientes de Bolivia, Chile y de la propia España, me ha invadido una mezcla extraña de alivio al sentirme reflejada en sus escritos, y de lástima por lo que significa. Después de leer a Pareto es bastante obvio el estado de decadencia en el que Occidente se encuentra. No quisiera parecer apocalíptica, porque no lo soy, pero sí creo imprescindible ser conscientes de lo que está pasando. Sólo así estaremos en condiciones de prepararnos para los cambios, en principio imprevisibles, que puedan sobrevenir. La decadencia de una élite, que tan bien explica Pareto, implica necesariamente la emergencia de otra élite. Observar nuestro alrededor debería darnos pistas acerca de quién o quiénes van a tomar el testigo. De esta manera, tal vez, podríamos cambiar nuestra actitud y promover el ascenso de otras élites, o frenar, en la medida de lo posible, el dominio creciente del grupo social que pretende adquirir una mayor importancia.

Ya sé que hablar de élites está mal visto. También hablar de cuestiones escatológicas es muy inadecuado. En ambos casos, la incomodidad al tratar el tema en cuestión no niega ninguno de esos dos hechos. Porque la existencia de élites en la historia es un dato, no es una teoría. La aristocracia, entendida como el dominio de los mejores, puede referirse a los mejores entre los santos, el mejor entre los ricos, entre los bandidos o entre los procrastinadores. Pero, como recuerda Pareto, lo que conocemos como "élite" hace referencia al grupo que posee las cualidades necesarias para mejorar el bienestar de la sociedad y se renuevan periódicamente. Y afirma: "Las élites que se encuentran en estado de decadencia muestran sentimientos humanitarios y gran amabilidad; pero esta amabilidad, si no es simple debilidad, es más aparente que real". La descripción del declive es tan cercana a lo que vivimos que asusta.

¿Por qué debería importarnos este recambio de élites? Porque quienes están tomando posiciones se manifiestan como auténticos talibanes, intransigentes, como si de una inquisición del siglo XXI se tratara. Tanto si se aproximan desde la izquierda como si lo hacen desde la derecha, van a reclamar pureza de pensamiento, como antaño se exigía pureza de sangre. Y se va a imponer el “conmigo o contra mí”. Si afirmas que no te gustan los homenajes a Franco van a asumir que te parece bien el traslado de su tumba. Si afirmas que eres partidario de la soberanía del individuo respecto a la del territorio y, por tanto, te planteas una España federal, falta tiempo para que se te acuse de estar a favor de los violentos indepes que acosan a quienes no piensan como ellos y que tienen medio Barcelona colapsada. Y así, todo.

Quienes están imponiendo su criterio acerca de cuál debería ser la dirección en la que la sociedad debe caminar, cuáles son los principios morales que deben guiarla, cuál el entorno en el que han de desarrollarse los intercambios económicos, no son, desde mi punto de vista, los más adecuados. Y el criterio que me lleva a esa conclusión se basa en los valores que manifiestan sus actos. Ni lealtad a sus principios, ni mantener la palabra dada, ni coherencia personal, ni tolerancia con el que no piensa como tú, ni responsabilidad individual. Frente a eso, quienes deberían dar la cara mantienen una valentía pasiva, como el perro que se deja apalear por indefensión aprendida. Eso sí, siguen votando para no ser señalados con el dedo. Porque los abstencionistas seguimos siendo los chivos expiatorios y “explicatorios” de los perdedores de las elecciones.

El resultado es una economía muy deteriorada y difícil de levantar, sobre todo por la mentalidad extractiva de gobiernos y de ciudadanos. Además, se generaliza el sentimiento de ofensa injustificada, la debilidad de carácter que posibilita mirar cínicamente a quien te insulta. Paradójicamente, ese espíritu falsamente indignado de los “ofendiditos” de todos los partidos, ha llevado a una oleada de violencia global dramática.

Aprovechando la pobre asertividad de los gobiernos y su obsesión con ganar las siguientes elecciones, los violentos arrasan una ciudad, impiden que los ciudadanos desarrollen sus actividades con normalidad y fuerzan la agenda política hacia sus intereses. Inmunes al dato y a toda realidad, los vándalos modernos reclaman igualitarismo y medidas contra el cambio climático desviando la mirada de los tomadores de decisiones de los problemas que hoy dejan en la calle a millones de personas. En lugar de permitir que aumente la riqueza, que se afiance la generación de ahorro e inversiones, que a los autónomos les merezca la pena ser empresarios, que la burguesía abarque a la mayoría de la población, pedimos un sueldito, vivir a costa de los impuestos de los demás, protestamos por la desigualdad. Y si no, prendo fuego a las calles. Y si me mandas a la policía, ya sabes: vas a ser el ogro de la historia, el fascista que oprime a los inocentes vándalos ofendidos. Como recordaba Pareto: “Nadie hay más cruel y violento que un cobarde”.

Quienes alientan, justifican, miran con simpatía, aunque sea secretamente, a estos borregos violentos de nuevo cuño, a estos revolucionarios del postureo, son los que pretenden encaramarse a la débil y decadente élite actual y arrebatarles el papel dominante. En una sociedad dominada por ese tipo de gente no cabe el ejercicio de la libertad, no cabe el progreso ni la cultura. ¿Se imaginan?

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