OPINION

¿Llegó la hora? Mala conciencia en el mercado laboral

La ola de la gran crisis rompió contra los derechos laborales. Los deshizo, los esparció y los enterró. La ola ha retrocedido, pero los derechos siguen enterrados. Con sus reformas laborales, el PSOE en 2010 y –sobre todo- el PP en 2012, cauterizaron a lo bravo una herida por la que se iban al traste miles de empresas. Pero la carne quemada, carne de ERE, pertenecía al mismo cuerpo.

La situación de la economía ha cambiado. La economía lleva años creciendo a buen ritmo y la batalla política vuelve a empujar a los grandes partidos a intentar atraer votos. Las propuestas de los dos partidos responsables de las reformas laborales indican que el tiempo de la revisión -todavía no del arrepentimiento- puede haber llegado.

El Gobierno "vende" como una propuesta favorable a los trabajadores más castigados en la crisis, los mayores de 50 años precarizados, una confusa idea para elegir los mejores años de la vida laboral para obtener una pensión digna. Por su parte, el PSOE plantea la necesidad de un plan de choque contra la precariedad laboral. Un plan que, entre otras medidas, propone penalizar a las empresas que abusen de la contratación temporal y elevar las indemnizaciones por la finalización de este tipo de contratos.

Toca –parece- echar la mirada atrás e intentar mitigar las consecuencias de unos cambios en la legislación laboral que dejaron en los huesos el Estatuto de los Trabajadores. Unos cambios de tal calado que hasta el ministro de Economía, Luis de Guindos, calificó la reforma de "extremadamente agresiva".

Guindos tenía razón

Guindos, por supuesto, tenía razón en la definición. La reforma laboral aprobada por el Consejo de Ministros el 10 de febrero de 2012 fue el cambio más profundo del Estatuto de los Trabadores en más de 30 años. Simplemente, los empresarios apurados por la crisis - todos-, obtuvieron una bula barata para recortar plantillas. La drástica reforma incluyó como motivo para justificar los despidos las causas económicas. Bastaba con argumentar que un negocio estaba –o podía llegar a estar- en pérdidas para despedir a los empleados con 20 días por año de indemnización.

La drástica solución aplicada en el mercado laboral ha dejado como legado la precarización del mercado laboral, salarios devaluados -más cuanto más bajos-, fraude generalizado en el empleo de la contratación temporal, unos sindicatos debilitados y una patronal a la que se le hace muy cuesta arriba cambiar a un escenario de progresiva recuperación de derechos. Por no hablar de los salarios.

Sucede que las cosas han llegado demasiado lejos. Especialmente en aquellos sectores donde más se nota la recuperación. España recibió el año pasado 82 millones de turistas, un 9% más que en 2016, lo que sitúa al país como segundo destino mundial. Se mire como se mire es todo un logro. Pero va a acompañado de datos de empleo vergonzosos. Del total de 3.928.074 contratos firmados en hostelería hasta noviembre de 2017 (último dato facilitado por Empleo), 1.776.880 duraron menos de una semana, el 45,2% del total. Los que duraron menos de dos semanas fueron el 48%.

Cada vez son más las voces y los analistas –no siempre de la denominada izquierda radical- que cuestionan los niveles de temporalidad y de precariedad a los que ha llegado la economía española. Por eso se multiplican las ideas para arreglar el desaguisado y, de paso, acabar con el uso extendido del contrato temporal en fraude de ley. Porque aunque a nadie parece importarle, el contrato temporal es sólo utilizable para actividades temporales, no para esquivar la contratación fija.

Ahora, el contrato único

Una de las propuestas más extendidas para disminuir la temporalidad , que triplica la tasa de la UE, es el denominado "contrato único". Este contrato, según sus defensores, sustituiría al temporal, no estaría vinculado a actividad concreta –lo que eliminaría la posibilidad de fraude- y tendría una indemnizaión creciente por despido. En un mundo ideal, quizá sirviera para eliminar la dualidad entre temporales y fijos, entre supuestos privilegiados y explotados.

Pero según algunos especialistas, el contrato único tendría muchas posibilidades de ser utilizado para las mismas actividades que el temporal; sin duración concreta, pero solo el tiempo necesario para evitar una acumulación excesiva de derechos, lo que llevaría a la rotación de trabajadores y, una vez más, a la precariedad. Eso sí, esta vez sin distinciones.

Puede argumentarse, quizá, que tras el rechazo a la nueva fórmula de contratación se esconde un recelo excesivo e injustificado hacia los empresarios. Puede ser. Pero la realidad no está para confianzas. Véase si no cómo ha reaccionado la patronal CEOE a la propuesta del Gobierno –¿de nuevo mala conciencia? - para limitar la duración de los contratos por obra y servicio. La informacion.com tituló esta semana que la CEOE pide 'aprendices' de más de 30 años y contratos por obra sin límite de tiempo. Como para confiar.

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