Rivera Letelier, un "impostor" marcado por la suerte del número once

  • Madrid.- El escritor chileno Hernán Rivera Letelier se sentía hoy como "un impostor que le usurpa el puesto a alguien" al recibir el Premio Alfaguara por "El arte de la resurrección", pero esta novela estaba predestinada a lograr algo grande: es la undécima de su trayectoria y el once es su número de la suerte.

Rivera Letelier, un "impostor" marcado por la suerte del número once
Rivera Letelier, un "impostor" marcado por la suerte del número once

Madrid.- El escritor chileno Hernán Rivera Letelier se sentía hoy como "un impostor que le usurpa el puesto a alguien" al recibir el Premio Alfaguara por "El arte de la resurrección", pero esta novela estaba predestinada a lograr algo grande: es la undécima de su trayectoria y el once es su número de la suerte.

"Todo lo importante que me ha pasado en la vida tiene que ver con el número once", bromeaba Rivera Letelier tras recibir este galardón, dotado con 175.000 dólares, por una novela en la que recrea las andanzas del Cristo de Elqui, un iluminado que se creía la reencarnación de Cristo y que en los años '40 recorrió parte de Chile dando sermones.

En esta novela, el primer premio literario que se puede leer ya en "e-book", late "la música interior de cada palabra" y cuenta "una historia que es actual, pero podría ser medieval, renacentista o de cualquier época porque refleja pasiones profundas que nunca han cambiado", afirmó hoy el presidente del jurado del Premio Alfaguara, Manuel Vicent,

"El arte de la resurrección" es una novela "barroca al estilo latinoamericano" y está a la altura de las obras de "García Márquez, Juan Rulfo o Vargas Llosa", subrayó Vicent.

Sonriente y relajado, pese a que le esperan varios meses de promoción de su novela por veinte países, Rivera Letelier contó que, desde que empezó a tener éxito con la literatura, "hace quince años", se siente "como un impostor".

Pero hoy esa sensación era "más potente" y en cualquier momento esperaba que alguien le iba a dar "un puntapié" y lo iba a "enviar de vuelta" a su país, "al desierto de Atacama", donde vivió durante 45 años.

"Ese desierto es mi hábitat, mi Comala, mi Macondo, mi Santa María", dijo Rivera Letelier antes de recordar cómo el personaje del Cristo de Elqui se fue abriendo paso poco a poco en varias de sus novelas y, en cierto modo, le estaba pidiendo a gritos que le dedicara una entera.

Tras investigar la vida de Domingo Zárate Vera, el iluminado al que luego llamarían el Cristo de Elqui, Rivera Letelier se dio cuenta de que "el Cristo había sabido elegir a quién tenía que contar su historia", y ese era el autor de "Los trenes van al purgatorio".

"No podía ser otro en Chile el que contara esta historia, porque yo tenía en mis genes el lenguaje para hacerlo", afirmó Rivera Letelier, para recordar a renglón seguido que ese lenguaje lo aprendió de su padre, que fue predicador.

En la novela premiada logró crear "un Cristo humano, humanamente divino o divinamente humano", añadió.

"El primer milagro de este Cristo es haberme dado este Premio", decía Rivera Letelier, antes de contar que todo lo importante de su vida tiene que ver con el número once.

Rivera nació "un día 11" y el primer texto que escribió fue una redacción escolar "a los once años".

En 1997 realizó su "primer viaje a Europa como escritor" y estaba "muy asustado", porque pasar de la pampa chilena a París no era fácil. Cuando el avión aterrizó el cuentakilómetros marcaba el 11.111, y Rivera supo desde ese momento que le iba a ir bien en Francia.

Años más tarde lo hicieron Caballero de la Orden de las Letras: "de minero a caballero", decía hoy el escritor.

Un 11 de noviembre, a las 11.00 horas, le entregaron el Premio del Consejo Nacional del Libro por "La reina Isabel cantaba rancheras", la novela que le cambió la vida y que le permitió pasar de "proletario a propietario".

Y, de momento, su suerte acaba con "El arte de la resurrección", su undécima novela, merecedora del importante Premio Alfaguara.

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