Tiene gracia todo este trasunto de la batalla por el control del PSOE. Hace tres años, en julio de 2014, vivimos ya algo parecido pero Susana Díaz no se atrevió entonces a dar el paso para liderar el socialismo español. No veía que fuera su momento, y eligió a Pedro Sánchez para que le calentara y le guardara la silla. A cambio le cedió todos los votos andaluces, en detrimento de Eduardo Madina, el otro candidato, que parecía demasiado listo y ambicioso, y poco manejable.
Pasado el tiempo, las tornas han cambiado. Sánchez ha mostrado su verdadero rostro de ambicioso peligroso, capaz de traicionar a la persona que le apoyó. Por su parte Díaz, confiesa en privado que sueña con machacar a Sánchez. Y Madina, antes enemigo, se ha convertido ahora en fan indiscutible y leal del “susanismo”. Tres años pelando la pava para acabar rompiendo los mismos huevos y hacer la misma tortilla.
Oigo hablar de Susana Díaz como si fuera la súper woman del callao que llega a hombros de la vieja guardia a salvar al PSOE, o lo que queda del PSOE. Y qué quieren que les diga, que me suena raro, contradictorio, como algo inverso a la lógica, lo que viene siendo un hecho paradójico: La señora que mantiene desde hace años a Andalucía en el vagón de cola del tren de la prosperidad será la encargada de resucitar al “muerto”.
Y no me refiero al muerto de Pedro Sánchez, un cadáver político que goza de cierta salud y es capaz de cualquier cosa por tocar poder, sino a un PSOE moribundo que sueña con revivir. A Pedro Sánchez le sucede lo que al protagonista del “Sexto sentido”, que estaba muerto pero él no lo sabía. Sánchez respira poco y mal, y su tren político pasó ya. Aunque el PSOE esté mortecino sigue siendo mucho PSOE, y el aparato, los que controlan de verdad el partido, no permitirán que un aprendiz de maquiavelo como Sánchez acabe por hundir el ¿Titanic? Socialista.
La única que tiene futuro en este parto de los montes es ella, la sultana del sur. Aunque si quiere llegar lejos debería redecorar su imagen, no sólo física, que también, sino sobre todo política: gestual, verbal y conceptualmente. Susana Díaz no posee el verbo florido ni el deje envolvente de Felipe González. Y España, la de Despeñaperros para arriba, no se siente demasiado sureña y le exigirá algo más que un puñado de ideas refritas.
Susana ya ha dado el primer paso, el que no se atrevió a dar en 2014, y ha salido de su madriguera andaluza aunque sin cerrar la puerta del todo. Tiene mucha tela que cortar aún; de entrada, enterrar bien a Sánchez y evitar que se convierta en un zombi que la amargue la vida; luego pactar con Patxi, para no dividir más al partido; después salir a la conquista del voto perdido, vendiendo algo más que la socialdemocracia que ya no vende, y evitando por todos los medios que Pablo Manuel Iglesias le robe las pocas gallinas que le quedan. Y por último y más difícil, conseguir que Rajoy no le destroce los nervios con su afamado quietismo “marianista”.
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