"El jardín de los cerezos", el "pretexto" de Chéjov para hablar del hombre

  • El dramaturgo Antón Chéjov estuvo muy enamorado de Shakespeare y tuvo en "Hamlet" uno de sus referentes, señala el director teatral Ángel Gutiérrez. Sin embargo, ni la historia de "Hamlet" ni la de "El jardín de los cerezos" -la obra que presenta el director en Madrid- "significan nada en especial".

Madrid, 28 abr.- El dramaturgo Antón Chéjov estuvo muy enamorado de Shakespeare y tuvo en "Hamlet" uno de sus referentes, señala el director teatral Ángel Gutiérrez. Sin embargo, ni la historia de "Hamlet" ni la de "El jardín de los cerezos" -la obra que presenta el director en Madrid- "significan nada en especial".

Ambas historias son, en realidad, "un pretexto para hablar del hombre en el mundo, de su conciencia, de por qué está aquí, de dónde viene y adónde va", ha explicado Gutiérrez hoy en una rueda de prensa, en la que ha hablado de su nueva versión de la obra de Chéjov, "la más querida" por él.

La historia de "El jardín de los cerezos", coproducida entre la compañía Teatro de Cámara Chéjov y la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR), es sencilla: todo gira alrededor de la hacienda de una noble que se ve obligada a subastar su propiedad por las deudas que le acosan.

Sin embargo, como apunta Gutiérrez, lo importante en esta producción -al igual que ocurre en el resto de trabajos del dramaturgo ruso- es el "subtexto", lo que hay detrás de las palabras a las que dan voz el grupo de catorce actores que integran el reparto, entre los que se encuentran Ludila Ukolova, Germán Estebas y Beatriz Guzmán.

"Chéjov es un poeta que canta sobre lo grandioso que es el hombre, y que quiere que salgamos de lo cotidiano, que saquemos las alas y volemos", opina el director, un ferviente seguidor del autor ruso desde que lo descubrió en su juventud.

Gutiérrez reconoce que Chéjov actúa para él como una brújula vital que le sirve para orientarse, ya que él es "la conciencia del mundo", afirma con rotundidad.

"Para Chéjov, el hombre que no vive con un ideal, que no trabaja y muere por él es un hombre perdido", continúa el director, contraponiendo esta idea con los personajes de la obra, quienes "solo están para aprovecharse de las cosas que han hecho otros".

De la moral del autor, Gutiérrez saca una enseñanza: la única manera de conservar la belleza del mundo es "trabajando día y noche, sufriendo para mejorarla y pasarla a nuestros hijos y nietos, para que ellos la hagan mejor".

Asimismo, asegura que entre los rincones de este "jardín" se encuentra la cura "para vivir dignamente" que Chéjov recetaba contra una enfermedad "incurable" de la que él mismo era víctima: "la alergia insoportable a la mentira y la hipocresía".

Durante su estancia en Rusia, lugar en el que se refugió Gutiérrez, uno de los "niños de la guerra", aprendió que "la única manera de vivir es regalar": "Era un idealista, y cuando volví a España, quería traer al país lo mejor que me había dado Rusia, esa concepción del arte y de la vida".

Al regresar, poco antes de la muerte de Franco, se encontró con que la patria que tanto había idealizado a través de sus recuerdos de infancia "le daba la espalda".

No por parte de los espectadores, sino por los centros de poder. Porque, según Gutiérrez, "los gobiernos en España no han querido a su pueblo ni han mantenido su cultura".

Por eso, el director aprovecha para lanzar un grito a favor de la "revolución cultural": "No seamos indiferentes a la bazofia que está triunfando en estos momentos", reivindica.

"Ninguna Unión Europea va a salvar la cultura; la cultura salvará al mundo, y no al contrario", continúa el director, haciendo hincapié en la idea de que "sin cultura no hay futuro, ni valores".

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