En casa de los Kennedy no se llora

    • En casa de los Kennedy, las lágrimas estaban prohibidas. El patriarca Joseph Kennedy había educado a sus hijos para el éxito, inculcándoles un alto espíritu competitivo.
Jackie Kennedy, una vida en imágenes
Jackie Kennedy, una vida en imágenes
PGL

Joseph Kennedy Senior, el patriarca de los Kennedy, logró con esfuerzo, talento y astucia situarse en el exclusivo mundo de las finanzas estadounidenses. Siendo católico, nieto de emigrantes e irlandés, supo colarse en un mundo que parecía reservado para protestantes de rancio abolengo, logrando amasar una de las grandes fortunas de América. Como empresario tuvo una visión privilegiada que le permitió adelantarse al devenir de los tiempos. Así, logró la concesión del whisky escocés durante la Ley Seca y supo vender todas sus inversiones volátiles antes del crack del 29. Tras el crack, invirtió en producciones cinematográficas, un sector en auge que además le permitió satisfacer su ego en los brazos de actrices rutilantes como Gloria Swanson.

Joseph se casó con el mejor partido al que tuvo acceso, la hija del alcalde de Boston John Fitzgerald, apodado 'Honey Fitz', un hombre que controlaba las bolsas de voto irlandés que más tarde servirían a su hijo John. Un hombre ambicioso como él no podía mantenerse al margen de la política, pero sólo logró puestos de segunda fila, siendo su mayor mérito la embajada de Londres. Aceptado su fracaso, al menos para un hombre de sus expectativas, Joseph concentró todas sus esperanzas en sus ocho hijos, sobre todo en los varones – Joe, Jack, Bobby y Ted –, a quienes trató de educar con rígida disciplina, transmitiéndoles un alto espíritu competitivo con el fin de lograr todos aquellos méritos que a él se le escaparon.

En la mesa, Joseph preguntaba a sus hijos si habían quedado primeros en alguna competición deportiva. Si no habían obtenido el primer puesto, les preguntaba si habían quedado segundos o terceros. Cualquier otra posición era poco para un Kennedy y en cualquier caso, todo lo que no fuera el primer puesto era un acicate para tratar de lograrlo la próxima vez. "Quería que fueran números uno en todo. Eso me quedó grabado", recuerda Jewel Reed, una amiga de la familia. Para Jacqueline Kennedy, el patriarca era algo así como la "tigresa madre", siempre pendiente de sus hijos.

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Rose Kennedy era más espiritual, austera y mucho menos combativa que su marido y sus hijos. Su carácter, más retraído, le hacía parecer un tanto fría y según asegura uno de los mejores amigos de Kennedy, Charles Spalding, la desmedida apetencia sexual de John y su compulsiva tendencia a ducharse hasta cuatro veces al día podrían haber venido de la falta de cuidados maternales. "Kennedy odiaba el contacto físico, que otras personas se tomasen esas libertades con él y supongo que eso le viene de la madre y del hecho de que fuera tan fría y tan distante en este aspecto. Dudo que jamás le alborotara el pelo a su hijo", asegura en una entrevista con el biógrafo británico Nigel Hamilton.

Kennedy era un hombre enfermizo que padeció terribles dolores de espalda y dolencias de todo tipo pero jamás se quejó de ellas. Su hermano, Ted Kennedy, recuerda en su libro de memorias una de las máximas que su padre repetía a menudo, incluso en durante su más tierna infancia: En esta casa no se llora. "Comprender la profunda autoridad de esta afirmación – continúa Ted – equivale a entender muchas cosas de mi familia". De alguna forma, según apunta uno de los amigos de juventud de Jack, Henry James, que le conoció en Stanford, no es que fuera reacio a hablar de sus enfermedades, sino que era psicológicamente incapaz: "se sentía avergonzado de ellas".

Su padre les había dejado claro desde la niñez que en casa de los Kennedy no se lloraba y aún se mantenía en aquellas convicciones cuando le explicaba al biógrafo de su hijo, William Manchester, su teoría sobre su gran resistencia: "Se que no puede pasarle nada, alguien vela por él. He estado junto a su lecho de muerte cuatro veces. Cada vez le decía adiós, pero él siempre regresaba… No metería la mano en el fuego pero algo de eso hay. Después de pasar por lo de la espalda y lo del Pacífico, ¿qué puede lastimarlo? ¿Quién puede asustarlo?". El joven Jack siempre quiso estar a la altura de las expectativas de su padre y su resistencia al dolor era parte de aquel compromiso. Es más que posible – según especula el periodista Seymour M. Hersh – que la promiscuidad sexual de JFK tenga también relación con aquella infancia enfermiza, con la necesidad de presentarse a sí mismo como un macho alfa.

En casa de los Kennedy, Joseph era quien trazaba el camino de cada hijo. Había previsto para el primogénito Joseph Jr. una carrera política y en ese momento la vida de Jack giraba en torno a otras aspiraciones. Barajaba ser escritor, periodista o profesor de Harvard. Fue después de la muerte de su hermano cuando empezó a valorar la idea de emprender una carrera política lo cual iba en consonancia con los deseos de su padre. "Nunca hubiese aspirado a un cargo político de haber vivido Joseph", afirmaba.

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Sin embargo, su esposa Jacqueline, quiso quitarle hierro a ese extremo en una entrevista en 1959, cuando Kennedy sólo era candidato a la presidencia. "Por muchos hermanos mayores o padres que mi esposo hubiera tenido, habría terminado siendo lo que es o el equivalente en cualquier otro campo de la actividad humana". Jacqueline no llegó a conocer a Joe, pero fue capaz de hacerse una idea del hermano mayor de su marido, hasta el punto de llegar a afirmar que era un hombre de poca imaginación, al menos en comparación con Jack. "Probablemente habría llegado a senador pero no mucho más. No se si es un prejuicio pero no creo que poseyera en absoluto el tipo de imaginación que tenía Jack", asegura en una entrevista con Arthur Schlesinger.

En la vida de Kennedy la persona más importante, además de su padre, era su hermano Bobby. Bobby y Jack trabajaron codo a codo durante más de una década. Su hermano pequeño – le sacaba ocho años – era su mayor confidente y su más íntimo asesor, además de su amigo. El día que Jack murió, Bobby envejeció de súbito, de puro dolor. "Estuvo a punto de convertirse en una tragedia dentro de una tragedia", afirma su hermano Edward en sus memorias. Pasó meses sumido en la melancolía. "Estaba tan angustiado por Bobby – dice Ted – que trataba de reprimir mi propio dolor".

Poco a poco, Robert retomó su trabajo, sintiéndose en la obligación de continuar la obra de su hermano. "Lo mismo que yo empecé a actuar en política a raíz de la muerte de mi hermano Joe, si algo me ocurriese a mí el día de mañana mi hermano Bobby se presentaría para optar a mi puesto", había contado Jack en una reunión con periodistas. En efecto lo hizo. Pero falleció el mismo día que lo elegían candidato demócrata, asesinado a tiros en la calle por un joven palestino de 24 años. También el hermano pequeño, Ted, tenía carisma suficiente como para dedicarse a la política y de hecho fue senador como sus hermanos. De Teddy decían que tenía el carisma y el instinto de Jack, aunque su sombra y la de Robert debieron pesar demasiado y nunca llegó a despegar como político.

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Bajo una apariencia alegre y afortunada, los Kennedy tenían una percepción agudísima de la tragedia humana. Habían padecido la muerte del primogénito y también de una segunda hermana, Kathleen, en un accidente aéreo. Otra de sus hermanas, Rosemary, había sido sometida a una lobotomía – por iniciativa de su padre – y estaba internada en un sanatorio para retrasados mentales incapacitada de por vida. La familiaridad de los Kennedy con lo trágico había producido en Jack – según asegura Ted Sorensen – "un deseo de disfrutar de este mundo y un afán por mejorarlo".

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